martes, noviembre 11, 2008

Ignacio Camacho, Hermano Perro

Hermano perro

IGNACIO CAMACHO

Miércoles, 12-11-08
BIEN haría Obama en escoger con cuidado el perro que ha prometido a sus hijas llevar a la Casa Blanca, porque pronto será, como dejó dicho el presidente Truman, el único amigo que tenga en Washington. En la cúspide del poder no se labran amistades ni se hacen prisioneros, y existe una altura en la política a partir de la cual no hay otra compañera que la soledad. Es cuando dicen que tu teléfono es el último que suena: no queda nadie para compartir la decisión. Más arriba sólo está Dios, en el que no parece claro que Obama crea realmente, pero además el teléfono de Dios no tiene línea directa más que con el Vaticano; para el hombre que duda, la línea de la fe está llena de interferencias o envuelta directamente en el silencio, ese yermo metafísico y glacial que Ingmar Bergman solía expresar con la metáfora existencial de un plomizo cielo gris. En el último peldaño de la escalera, el presidente de los Estados Unidos sólo podrá mirar hacia abajo, donde la gente no da cariño sino que espera órdenes, a ser posible gratas; en esos momentos de vacío crítico, la única mirada capaz de acoger la suya con verdadera lealtad será la de su mascota.
Así que más le vale elegirla con mimo. En Internet se ha desatado una locura canina a cuenta del asunto; hay tipos que han enseñado a sus chuchos a pronunciar un ladrido vagamente parecido al apellido de moda, y una corriente de presión hace lobby para que el nuevo presidente adopte a un callejero o redima a un cautivo de la perrera como símbolo de su compasivo new deal. En la Casa Blanca siempre ha habido animales aristocráticos, con Hoover, Theodore Roosevelt, Clinton -que también tuvo un célebre gato- o Bush, y Wilson hasta se llevó una oveja. Kennedy tenía un zoológico: pájaros, caballos y hasta hámsters, aunque sus verdaderas piezas de colección, las que aliviaban su vértigo de poder y su dolor de espalda, solían ser actrices de ojos felinos y estolas de serpiente. Nixon convirtió a su cocker en el protagonista de una pieza maestra de la demagogia victimista, el célebre «discurso Checkers», lo que no impidió que años más tarde otro fiel can fuese el último en subir al helicóptero que lo sacó del poder envuelto en oprobio. Por lo general, los presidentes entran en la mansión de la Avenida Penssilvania como felices padres adoptivos de un perro y salen denostados como auténticos hijos de perra.
El cachorro de sus niñas será el último elemento de ternura que se pueda permitir Obama cuando aterrice en el mundo real y cruel que le espera al otro lado de la verja. El perro, ese napoleón sentimental, que dijo Huxley, le quedará como cómplice postrero cuando de su entorno haya huido todo atisbo de cercanía humana y la fidelidad eterna de sus colaboradores penda de un delicado y efímero hilo de conveniencias. Es ley de vida. Los césares modernos ya no tienen un esclavo que les recuerde al oído que son mortales, pero siempre les quedará, en última instancia, un perrito que les ladre. El resto, como en Hamlet, es silencio. El gélido, desapacible, desabrido silencio de la soledad.

http://www.abc.es/20081112/opinion-firmas/hermano-perro-20081112.html

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