miércoles, noviembre 05, 2008

Ignacio Camacho, El pato cojo

El pato cojo

IGNACIO CAMACHO

miercoles 5 de noviembre de 2008
HA terminado el mandato arrasado por la impopularidad, abandonado por los suyos y renegado hasta por McCain; devorado por la versión más cruda del «síndrome del pato cojo», que consiste en la deserción en desbandada de los colaboradores de un gobernante en fase terminal. Pero la izquierda europea que lo ha satanizado desde el rencor y ahora celebra su marcha con fuegos artificiales ventajistas olvida que a George W. Bush no lo echa nadie; se va porque rinde plazo, después de haber ganado la reelección limpiamente, cosa que por ejemplo no pudo lograr su padre, el amigo con el que Felipe González presumía de hablar a menudo por teléfono. El tiempo dirá si la gestión del 43 presidente de los Estados Unidos ha sido tan desastrosa como ahora mismo refleja la opinión pública; por lo general, la Historia se objetiva con la distancia, que diluye el ensañamiento y el encono de la coyuntura.
Hoy por hoy es imposible separar un juicio sobre Bush de este final catastrófico, empantanado en Irak, con la economía arruinada y el liderazgo hecho jirones; ni siquiera tiene sentido recordar, a la vista del abandono generalizado de sus propios defensores, la influencia decisiva que sobre su presidencia tuvo el derribo de las Torres Gemelas, un trauma brutal del que nadie habría salido indemne. Su respuesta fue correcta en el concepto y en el diagnóstico -combatir el terrorismo islámico sin conceder una tregua al apaciguamiento- y equivocada en la receta: la obcecación por Irak acabó por construir su tumba política. Mal aconsejado por «los vulcanos», los entonces casi incontestables estrategas neocons, ordenó desmantelar las estructuras del Estado iraquí en vez de aprovecharlas para consolidar una transición tras la victoria militar. Pero la idea de la guerra global contra un nuevo enemigo sin uniforme no estaba ni mucho menos tan desenfocada como ahora parecen demostrar sus críticos; veremos si el futuro no acaba dando la razón a ese análisis pesimista que el fracaso político de su aplicación ha situado en el territorio del anatema.
El gran problema de Bush Jr. ha sido su escasa dotación intelectual y su ausencia absoluta de carisma para liderar un imperio, lo que sin embargo no le impidió ganar una elección y media -la otra media es la del «pucherazo» de 2000 en Florida-. Los neocons, que sí tenían cerebros bien amueblados, le diseñaron una campaña muy certera de agrupación ideológica del voto en los sectores más profundos de la sociedad conservadora americana. Luego no estuvo a la altura. La diferencia con Reagan, que tampoco era precisamente un filósofo, es que éste sí tenía madera de liderazgo y una intuición estratégica de primer orden. Deshabitado del talento necesario para tamaña responsabilidad, Bush se puso en manos de sus pretorianos y ha dado con frecuencia la impresión de ser un pelele desbordado. Deja a su país más aislado y débil en el mundo, cuando trató de erigirlo en potencia unilateral, y la traca final de la crisis ha provocado en muchos norteamericanos un sentimiento de hartazgo que ha cuajado en la esperanza de Obama y hasta en el regeneracionismo moderado de McCain. Ahora es fácil dar lanzadas al moro muerto; pero ese moro era duro de pelar, tuvo sus momentos buenos y ha fallecido, políticamente, de muerte natural.

http://www.abc.es/20081105/opinion-firmas/pato-cojo-20081105.html

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