miercoles 5 de noviembre de 2008
Objeción de conciencia
M. MARTÍN FERRAND
ANTES, en fechas como la de ayer, los banqueros y los bancarios celebraban la festividad de San Carlos Borromeo, patrón de la Banca, cuyos restos incorruptos descansan en la catedral de Milán en una urna de plata que regaló en su día nuestro Felipe IV. Por lo que parece, el sector financiero ha decaído mucho en sus devociones celestiales. El pragmatismo que les hace fuertes los empuja, en España, a la veneración de José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Solbes y, en el resto del mundo occidental, a la de sus respectivos gobiernos. El fervor bancario ya no necesita de la fe ni de la protección específica de ninguno de los acreditados en la nómina del santoral. En gran paradoja contemporánea, son los gobiernos -con más ahínco cuanto más socialdemócratas resulten- quienes se desvelan para que no sufran quienes sólo nos quieren por el interés (compuesto). Carlos Borromeo, me temo, ha sido víctima de un ERE.
Quizá sea injusto circunscribir a los gobiernos la responsabilidad de un desmedido afán protector al sector financiero. En nuestro caso el PSOE y el PP, sin grandes discrepancias por parte de los restos minoritarios, han consensuado las líneas básicas de protección a los Bancos y las Cajas. Especialmente en lo que respecta -¡pobrecillos, que no sufran ni se avergüencen!- al secreto con que debe cursar el destino y el monto de las ayudas que, procedentes de nuestros impuestos, aliviarán los efectos negativos de la ambiciosa desmesura y la escasa prudencia con la que algunas entidades han administrado los fondos y depósitos de sus accionistas y clientes.
Resultaría pasmoso, de no ser previamente irritante, la contemplación de la alegría, elasticidad y capricho con que los poderes públicos administran el fruto de una fiscalidad que, además de hacernos pagar un alto precio por nuestra condición ciudadana, nos ofrecen una democracia de mala calidad en la que el Poder Judicial es una mera formulación, el Legislativo una parodia de representatividad y el Ejecutivo -los Ejecutivos- un manantial de gasto que ni tan siquiera cumplen con la liturgia de un debate presupuestario abierto y minucioso.
Ahora, cuando ya podemos dejar de hablar de las elecciones norteamericanas, será cosa de ocuparnos de los asuntos propios. La corrupción, el derroche y la aplicación no presupuestariamente prevista de fondos públicos -asuntos a los que nos vamos acostumbrando- son una quiebra real de la certeza que la democracia debe aportar a sus ciudadanos. La crisis no debe servir de pantalla para ocultarlo. Quizá, como solución provisional, podría servirnos una «objeción de conciencia fiscal». Dado que a muchos nos repugnan algunos capítulos y muchas formas en el gasto público, sería bueno poder consignar el monto de nuestro IRPF en un juzgado hasta que la luz del rigor entre por la ventana
http://www.abc.es/20081105/opinion-firmas/objecion-conciencia-20081105.html
miércoles, noviembre 05, 2008
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