viernes 14 de noviembre de 2008
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Macartismo lingüístico
Que hay una tendencia a convertir la lengua en objeto de conflicto es algo evidente. En ello han sido pioneras asociaciones mesiánicas que se dedican a intimidar con sus denuncias, y colocar sambenitos de antigallegos a las personas e instituciones que no son de su agrado. Su siembra sistemática de vientos está provocando ahora pequeñas tempestades.
Poco a poco han ido apareciendo contra-mesas que reaccionan contra el altivo descaro de los intolerantes. Su aparición no coincide con la introducción del gallego en la enseñanza, ni con el fomento del idioma en el comercio o las instituciones, sino con el empeño talibán en transformar normalización en caza de brujas.
Por alguna razón difícil de entender, determinados sectores no pudieron soportar que la lengua dejase de ser sinónimo de conflicto. Sin esa bandera se sentían desnudos, y entonces deciden recuperarla. Nace una policía del idioma que escudriña todos los recovecos para dar con gente impura a la que llevar a la hoguera.
Es algo muy parecido a la histeria desatada por McCarthy contra cualquier atisbo comunista en la América de los cincuenta. La más leve sospecha valía para que el desgraciado fuera llamado a su Mesa. La acusación de antiamericanismo podía basarse en los detalles más nimios, en una conversación, en un lejano parentesco o vieja amistad. Igual que entonces, los guardias rojos de la lengua legislan, juzgan, condenan sin apelación posible, con la ayuda generosa, por cierto, de la Administración.
Tarde o temprano eso tenía que producir un rechazo. Es lo que está sucediendo, y es lo que constata el valedor. ¿Debía callarse y decir que todo va bien? ¿Tendría que haber consultado su informe con la Mesa para obtener su nihil obstat? Lo primero lo hubiese convertido en hipócrita; lo segundo, en títere. En ambos casos, Galicia podría ahorrarse el gasto que comporta.
Hay un pecado metalingüístico que aflora en esta polémica: el escaso respeto hacia organismos que nacieron con vocación de independencia. Lo que sufre hoy el ombudsman galaico, le sucedió antes al Consello Consultivo o al de Contas. Cuando el dictamen no gusta se esgrimen connivencias o se da entender que esos jarrones sólo están como objetos decorativos. El poder pone en la puerta el no molestar.
Don Benigno, convertido en Maligno por los exorcistas, ha molestado al afirmar algo tan simple y aséptico como eso, que la lengua se está convirtiendo en objeto de conflicto. Basta con leer los medios. Es suficiente con recopilar las declaraciones incendiarias de los Calvino del idioma. La alusión del valedor es leve, sutil, pero esta gente quiere que todo el mundo se someta en silencio, el de los corderos.
La reacción exagerada a sus palabras no hace más que confirmarlas. Si no existieran conflictivistas profesionales, esa declaración pasaría inadvertida y ahora estaríamos hablando de otras consideraciones de su informe. Esa irritabilidad prueba que hay quienes ven en todo lo relacionado con el idioma un arsenal que emplean en una guerra interminable, que están perdiendo.
Si no fuera así, si la sociedad los secundara, si sus pautas lingüísticas echaran raíces en la Galicia real, les importaría un bledo lo que dijera el valedor o lo que hiciese un tendero reacio al gallego. Pero saben que la ciudadanía les da la espalda, sobre todo con la resistencia pasiva. El conflicto son ellos. Don Benigno es sólo el transmisor de una realidad que no les mola.
http://www.elcorreogallego.es/index.php?idMenu=13&idEdicion=1067&idNoticiaOpinion=364621
jueves, noviembre 13, 2008
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