viernes 14 de noviembre de 2008
DEMETRIO PELÁEZ CASAL
AILOLAILO
Ciudades invivibles y parques de cemento
Entre las muchas neuras raras que padecemos algunos, una nos preocupa especialmente. A saber: leemos cualquier entrevista, o casi cualquiera, y nos solemos ponemos del hígado. ¿Cómo permanecer con los biorritmos ajustados cuando la actriz jovenzuela de turno responde, al igual que todas sus coleguis de generación, que su mayor sueño es trabajar con Almodóvar? ¿O cuando el hortera bolera de turno que se acuesta con Miss Pilingui explica lo mucho que gasta en potingues reafirmantes de abdominales? ¿O cuando el porrero más famoso de la quinta del canuto dice estar en contra de las drogas? ¿O cuando los políticos hablan de crecimiento negativo? ¿O cuando la ricachona X nos explica lo bien que le comen sus hijos pequeños y la poca guerra que le dan por la noche? Nos ha jodío mayo, encanto, ¿cómo te van a dar guerra si tienes a tu alrededor a veinte asistentas con cofia y delantal dispuestas a arrullar al nene en cuanto abra la boca? En fin..., cousas leeredes.
Por fortuna, otras entrevistas, pocas, dejan un poso placentero que dura horas, o días, y todo porque se nota que el protagonista tiene ideas propias que sabe defender, aunque no sean políticamente correctas, y que no se deja llevar por esas corrientes de opinión clónicas y manidas que tanto utilizan los bienqueda sin nada que decir, sin nada que aportar.
Ventura Cores, pintor veterano y pionero en el difícil arte de la decoración de interiores (hay muchos, pero pocos buenos, como en la cocina moderna), no puso objeción a la hora de entrar al trapo a las preguntas de Luis Pousa y la semana pasada nos brindó un par de páginas sin desperdicio. En ellas, Ventura criticaba con convicción a quienes se han empeñado en construir ciudades invivibles, sosas, incómodas, sin personalidad y, para colmo, feas de cuyóns. Es fácil suponer la imagen que tiene grabada el artista sobre este particular: seguramente ciudades de avenidas impersonales y parques de cemento iluminados con farolas de autopista, de residenciales grises con look albanés y de urbanizaciones que te hacen depender constantemente del coche y que sólo animan al aislamiento. Es la moda imperante y parece que la cosa no tiene vuelta atrás.
Por contra, hablaba también de cómo los antiguos, pese a no tener pomposos títulos universitarios, supieron levantar ciudades amables y ajustadas al hombre. Es el caso, recordaba, del casco histórico de Santiago, donde las rúas respiran cada pocos metros con la apertura de plazoletas, están orientadas de forma que el sol las beneficie y viento no forme túneles insoportables, y hasta tienen soportales para poder callejear sin temor a la lluvia.
Se preguntaba Cores, con razón, dónde está el encanto de las nuevas ciudades y qué vamos a dejar en herencia, también en Compostela, a las nuevas generaciones. La respuesta es muy sencilla, maestro: el encanto es absolutamente inexistente y la herencia no tiene mejor aspecto que una cagarruta de vaca. Es lo que hay, aunque podemos seguir haciendo el primo y presumiendo de las perversas cualidades del urbanismo moderno, del Madrid que se echó a perder atrincherado entre mil barriadas sucias o del París rodeado por un gigantesco polvorín de edificios grises habitados por parias airados.
Por todo lo mal que estamos haciendo las cosas, nos merecemos la guillotina. Sin anestesia.
http://www.elcorreogallego.es/index.php?idMenu=13&idEdicion=1067&idNoticiaOpinion=364663
jueves, noviembre 13, 2008
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