miércoles, junio 18, 2008

Ignacio San Miguel, Intereses contrapuestos

miercoles 18 de junio de 2008
Intereses contrapuestos

Ignacio San Miguel

C UANDO a Hillary Clinton le reprocharon que estuviera prolongando demasiado tiempo su pugna con Barack Obama, contestó que a Robert Kennedy lo asesinaron en el mes de Junio. El escándalo fue grande y ella pidió perdón. Lo que había querido decir, naturalmente, era que Kennedy había llegado hasta el mes de Junio, por lo que no veía justas las críticas porque ella hiciera lo propio. La excusa era obligada, pero no del todo convincente. Si verdaderamente había querido decir que Kennedy “había llegado hasta Junio”, ¿por qué no lo dijo así, sencillamente, sin mencionar el asesinato? No es absolutamente imposible que tuviera un desliz, pero estos políticos miden bien sus palabras, y se puede sospechar que se tratara de un mensaje envenenado de desánimo y desistimiento al electorado de Obama. Lo cierto es que entre la generación afroamericana de cierta edad, ha ido asentándose el temor de algún atentado contra Obama. Y no recuerdan precisamente a Robert Kennedy, sino a Martin Luther King. Pero para el caso, es igual. Si lo que se dice del carácter de Hillary Clinton es cierto, el mensaje malintencionado no es imposible.

Ahora que Obama ha ganado las primarias, Hillary ha cambiado de registro y ha pronunciado un discurso de nobilísima aceptación y un llamamiento de unidad a los demócratas para ayudar a Obama a triunfar en las próximas elecciones presidenciales. El panorama ha cambiado y en la actualidad, con el apoyo incondicional de su marido Bill, se está postulando para vicepresidenta, formando tándem con Obama. Y de nuevo aletean en la mente pensamientos acerbos. No se puede menos de considerar que si Clinton fuese vicepresidenta y Obama muriese en atentado, ascendería automáticamente a presidenta y con grandes posibilidades de revalidar su cargo en las siguientes elecciones. Sería aventurado admitir la hipótesis de que Hillary acaricia esta posibilidad, pero, por el contrario, sería caer en la ingenuidad pensar que no la tiene en cuenta. O sea, que no se le ha ocurrido tal cosa.

En el supuesto de que Obama consiguiera, con gran alivio de todos, incluso de los Clinton (eso espero) terminar dos legislaturas con Clinton de vicepresidenta, ésta podría presentarse como candidata en el 2016 con sesenta y ocho años y con grandes posibilidades. Es una hipótesis que tiene muy en cuenta Bill Clinton, que planea a largo plazo, y cuya ambición de poder y dinero rivaliza con su inmensurable sensualidad.

Pero se presentan dificultades. En primer lugar, el propio Barack Obama. Este señor no está dispuesto que su imagen de presidente quede oscurecida por la experimentada Hillary, quien trataría de influir en el régimen interior de la Casa Blanca, y aun en la política interior y exterior de la nación. Eso es lo que se sospecha, y es natural que Obama lo sospeche.

Pero hay otra persona aún menos dispuesta a soportar a Hillary Clinton, y esta es la esposa de Barack Obama. Como primera dama de la Casa Blanca, no ha de permitir ni la menor intromisión, o lo que considere intromisión, de la vicepresidenta. El conflicto estaría servido si Hillary pretendiera en cualquier momento salirse de su rol de subordinación a la primera dama. Para colmo, ésta debe de tener prejuicios raciales, imbuídos por el reverendo Wright, el pastor que puso en un compromiso a Obama con incendiarios discursos, hasta el extremo de que tuvo que romper públicamente con él. Pero no ocurre lo mismo con la esposa de Obama.

Sin embargo, y a pesar de todo lo que queda dicho, parece comúnmente admitido que el tándem Obama-Clinton tiene más posibilidades de ganar las elecciones que Obama sin esa ayuda femenina. Y este es un argumento muy poderoso para que se forme el tándem. De lo que se trata es de acumular votos. La personalidad de Hillary Clinton ha sido y es tan polarizante que en las filas demócratas gran parte de sus admiradores ya están declarando que si no va de vicepresidenta con Obama, ellos votarán a McCain. Esa es la baza de Hillary.

Por lo mismo que a los demócratas les conviene la unión de estas dos figuras, al republicano McCain le satisfaría que las objeciones personales de los Obama prevaleciesen sobre las conveniencias electorales de los demócratas. Le resultaría más fácil derrotar a un Obama en solitario que si tiene la ayuda de la Clinton.

La situación de McCain es complicada. Sucede a un presidente republicano muy desprestigiado. Posiblemente más de lo justo, pues si la intervención en Irak (motivo principal de su desprestigio) fue un error, desde hace medio año los actos terroristas han descendido a un veinte por ciento, la reconstrucción prosigue, aunque lenta, y pasaron políticamente de una dictadura asesina a una democracia. Pero la opinión pública es como es, y estos datos que podrían haberle hecho recuperar al presidente Bush algo de su anterior prestigio, no le sirven ya de nada. Esto obliga a McCain a evitar salir junto con su antiguo rival en ningún acto público.

Además del hastío que ha dejado el gobierno republicano, McCain tiene el inconveniente de la edad. Ha surgido en el espíritu americano un afán de cambio, aunque no se sabe en qué ha de consistir ese cambio. Pero es algo que la retórica vacua del joven Obama parece ofrecer con mayor crédito que nadie. Hasta el antiguo seductor de masas Bill Clinton no ha hecho un buen papel en la campaña de las primarias y, como consecuencia, acabó reduciendo sus intervenciones de forma considerable. Puede que también sea cosa de la edad. Claro que McCain tiene una ventaja sobre Clinton, a pesar de llevarle diez años, y es que mientras no se demuestre lo contrario, se trata de un caballero, y esto es algo que no se puede decir de Clinton sin grandes reservas.


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