viernes 13 de junio de 2008
Auténtica memoria histórica
Miguel Ángel García Brera
H E acudido el martes al supermercado donde más suelo abastecerme y he comprobado que en la zona de pescado apenas había unos lenguados pequeños, algunas chirlas y calamares y poco más. En los estantes de los tomates, a media tarde, tan sólo había tres piezas; donde la fruta, unas pocas naranjas, algunas manzanas, peras y ciruelas, tres paquetes de cerezas y un solo envoltorio de plástico con algunos plátanos, menos de los que habían sido pesados por el envasador antes de cerrar el envoltorio, ya que probablemente había pasado antes que yo alguna de esas personas que recorren los establecimientos abriendo envases y comiéndose lo que pueden, pues, al salir, lo que se lleva uno en el estómago no lo detectan las alarmas.
En cualquier otra estantería la desolación se hacia patente al comprobar que cuanto siempre allí se exhibe, había quedado reducido a la más mínima expresión. “Parece que aquí se ha librado una batalla”, decía un joven, y estoy seguro que algunos, de más edad que yo, revivían los desagradables recuerdos de la guerra. Yo los de la posguerra, y, más por lo oído que por lo vivido, los de la contienda, cuyo fin se dio antes de que yo cumpliera seis años. Acostumbrados a acudir a la tienda cuando nos peta y, en la medida de nuestros recursos, comprar lo que nos de la gana en un amplio espectro de comestibles y bebidas, pensé, qué sucedería si en los días siguientes, no se pudiera comprar alimento alguno. ¿Volveríamos a los años de la guerra, en cuyos días mi madre – que ni siquiera guisaba y tenía para eso la ayuda inestimable de nuestra empleada, una segunda madre, que murió en casa de mi hermano-, sobreponiéndose a su educación para la música, los idiomas y hacer prendas de punto para los pobres, salía a los pueblos limítrofes de la capital donde vivíamos, para obtener alimentos, tras ir y venir andando, cambiándolos por jabón que aprendió a hacer con aceite inservible y sosa cáustica?¿Volveríamos al racionamiento de los años 40 con un pan integral, lleno de porquería – era habitual encontrar en la miga, cuerdas o, peor aún, bichos – y una legión de estraperlistas ofreciendo alimentos de calidad no comprobada a precios superlativos? ¿Tendría que repetir, ahora, con mis hijos aquellos viajes en trenes lentísimos e incómodos, que hice con mi padre hacia Castilla para comprar lentejas, garbanzos y quesos, que traíamos a casa en maletas, como si fuera un equipaje normal, con la preocupación de que la Guardia Civil hiciera una inspección en el tren y nos decomisara lo adquirido en Santillana de Campos o en Herrera de Pisuerga o en Amusco, y otros pueblos donde las legumbres son inmejorables?
En este Madrid, donde murió de hambre una de mis primas, cuando los del bando de Carrillo fusilaron a su padre, un bancario con el “delito” de ser sumamente religioso, dejando a la familia sin un duro; en este Madrid donde mi tía Mary, pedagoga brillante, educada en la Institución Libre de Enseñanza, me contaba que salían a la calle para ver si encontraban algo que llevarse a la boca, e incluso llegó a considerar un manjar las cáscaras de naranja; en este Madrid, en pleno año 2008, empieza a notarse la escasez de alimentos y los miembros del Gobierno, o al menos alguno de ellos, ha dicho que es poco menos que traición, intentar llenar al máximo las neveras en previsión de que la huelga del transporte y sus consecuencias puedan agravarse. Claro que para Rodríguez Zapatero, que ve incrementarse exponencialmente el paro cuando apenas ha empezado su segundo mandato, “el pesimismo no crea puestos de trabajo”. Tal piense que crea empleo la incompetencia o la dejadez con que se está afrontando la crisis económica y sus derivados de huelgas masivas, desplome de precios en la vivienda, desempleo e inseguridad.
Sinceramente, a la vista del desconcierto que provoca en la mayoría de los ciudadanos acudir a un supermercado y encontrarlo al nivel de la Rumanía de Ceaucescu, o de los tiempos de la guerra y posguerra española, ya no hace falta ninguna Ley de Memoria Histórica. Algunos por haberlo vivido, y otros por haberlo escuchado, al llegar hoy a los supermercados, hemos recordado aquellos años 39 a 55, y nos hemos echado a temblar. A la hora de acaparar por parte de los consumidores, la memoria histórica ha hecho su efecto, sin necesidad de que la promulgue por ley el Sr. Zapatero. Basta su modo de gobernar para que el tiempo de un vuelco hacia atrás y nos conduzca a un pasado de penuria y escasez que nadie desearía volver a vivir. Ojala la memoria histórica real encamine los pasos del Gobierno por otra senda que atienda las necesidades sociales auténticas y no se pierda en fuegos de artificio llamativos, pero que no son sino ceniza en el incendio que asuela el bienestar alcanzado en los años anteriores a su llegada al poder. ¡Por favor, no invoquen la memoria de los miembros y miembras, como diría la ministra Aída, de esta España insólita, a no ser para recordar lo que no debe suceder de nuevo!
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4678
jueves, junio 12, 2008
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