lunes 5 de mayo de 2008
Calvo-Sotelo y los secretos de la Esfinge
Pablo Sebastián
Ha fallecido un político moderado y conciliador que llegó a la presidencia del Gobierno de sorprendente y traumática manera, y se ha perdido una excelente persona que deja un enorme vacío entre sus familiares y amigos, porque don Leopoldo Calvo-Sotelo se hacía querer y apreciar. Y, aunque era incapaz de soltar una carcajada, sí sabía, con fina ironía, esbozar de vez en cuando una sonrisa tan enigmática como la de la Gioconda, dando vida y movimiento a su rostro impenetrable y marmóreo que algunos dibujantes lo interpretaron como si fuera la verdadera cara de la Esfinge de Giza que el tiempo, el viento y la arena han hecho desaparecer.
Y como todos los monumentos faraónicos, la Esfinge de Calvo-Sotelo se ha llevado a su tumba de Ribadeo un puñado de secretos que son claves para entender la historia de la transición española, y cuyo contenido puede que sólo lo conozcan media docena de españoles. Nos estamos refiriendo a la dimisión, o más bien el forzado cese, de Adolfo Súarez como presidente del Gobierno y líder de la UCD. Cargos que ocupó Calvo-Sotelo, sin haber ganado unas elecciones generales ni un congreso del citado partido, en cuyas entrañas los barones de la época maquinaron la liquidación del líder en el mismo tiempo en el que los militares golpistas afilaban los sables, y el Rey Juan Carlos y el Partido Socialista de Felipe González parecían estar de perfil frente a los rumores crecientes y el derrumbe de la UCD.
Puede que la trayectoria moderada y conservadora de Calvo-Sotelo, su paso por el Gobierno de Arias Navarro, e incluso su apellido de indiscutible resonancia en el origen de la Guerra Civil española fueran motivos por los que el ex presidente ahora fallecido se convirtió, tras la dimisión de Suárez, en el candidato a la presidencia del Gobierno, como consecuencia de una decisión estratégica con la que se pretendía desactivar el ruido de sables. Pero el sacrificio del valiente Suárez y el currículum conservador de Calvo-Sotelo no sirvieron para frenar los avanzados planes de los golpistas del 23 de febrero de 1981 que, con Alfonso Armada y su macabra idea de España a la cabeza, habían decidido hacerse con el poder y quebrar el rumbo de la transición.
Desactivado el golpe de Estado, Calvo-Sotelo gestionó con prudencia y habilidad —más que con energía y firmeza— el regreso a la normalidad de la democracia, sin hurgar en la herida del golpe militar, ni consentir que el Parlamento hiciera su propia investigación del golpe —el famoso juicio de Campamento a los implicados dejó mucho que desear y demasiados puntos oscuros—, como hubiera sido lo democrático y natural. Y lo que debió exigir el PSOE, si no fuera porque ciertas sombras de sospecha sobrevolaban a algunos dirigentes de este partido, con los que el golpista Armada pensaba contar en su Gobierno títere en caso de haber triunfado la asonada militar.
Una vez investido presidente, Calvo-Sotelo corrió un tupido velo sobre todo ello, e incluso dejó entreabierta la puerta por la que —con las bendiciones de Felipe González— el general Armada salió de la cárcel para cumplir condena en su pazo gallego, con el falso argumento de una grave enfermedad que no existió, como lo prueba el hecho de que el golpista aún cultiva orquídeas, mientras otros de su clan, como el ex teniente general Milans, crían malvas desde hace tiempo.
¿Qué paso de verdad antes, durante y después del golpe de Estado del 23-F y de la dimisión o el cese forzado de Adolfo Suárez? Calvo-Sotelo, sin duda, se ha llevado con él muchas claves y secretos de esos días cruciales de la Historia reciente de España. Los que a buen seguro también conoce el Rey Juan Carlos, como los conocían Suárez, Rodríguez Sahagún, González, Fernández Campo y puede que los herederos de todos ellos, que a lo mejor, algún día, deciden poner luz en los agujeros negros de los acontecimientos que marcaron un capítulo crucial de la famosa transición española.
En todo caso, a Calvo-Sotelo, como lo han declarado todos los políticos de su tiempo y actuales en el día de su muerte, se le recordará sobre todo por haber recuperado la normalidad democrática. Pero también, aunque en menor medida, por haber llevado la UCD a su destrucción final tras perder unas elecciones generales que el mismo Leopoldo había adelantado y en las que no logró salir elegido diputado —era número dos de la lista por Madrid, detrás de Landelino Lavilla, y sólo consiguieron un escaño en la capital—, lo que constituyó todo un récord en la política europea contemporánea.
Pero, antes de dejar la presidencia, Calvo Sotelo decidió, sin consultar a los españoles y por su cuenta, meter a España en la OTAN con unos acuerdos que dejaban mucho que desear porque semejante decisión, que anhelaba Estados Unidos —a la que se oponía Suárez, de ahí la animadversión de Washington al ex presidente— se hizo de espaldas al sentimiento nacional y sin incluir dos grandes cuestiones de especial interés para España, como eran la recuperación de Gibraltar y la cobertura de Ceuta y Melilla por el Tratado del Atlántico Norte, cosa que Calvo-Sotelo consintió y que sigue sin solución, como se vio en la crisis de Perejil.
El argumento esgrimido en aquel tiempo era que el ingreso en la OTAN tranquilizaría a los militares tras el golpe de Estado, aunque el único que se tranquilizó fue Estados Unidos, un país que, en el día del golpe militar y mientras las democracias occidentales apoyaban a los demócratas españoles, declaró, por boca de su secretario de Estado, Alexander Haig, que lo que pasaba en Madrid era un “asunto interno”. ¿Sólo de España, o también de la Embajada americana en Madrid?, donde además nunca le perdonaron a Suárez su visita oficial a Cuba. Luego Felipe González se nos hizo atlantista y todo este capítulo, no menos oscuro, del breve gobierno de Calvo Sotelo también se enterró.
Puede que las llamadas razones de Estado justificaran, en ese tiempo tan convulso, las decisiones de Calvo-Sotelo, y por todo ello el balance final que se hace de su paso por el Gobierno sea de reconocimiento a su labor y a su generosa persona que, tras dejar la política y este mundo, ha recibido un cariñoso aplauso general de los españoles, y así constará en la reciente Historia de España, donde aún quedan muchas incógnitas por despejar.
http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=05/05/2008&name=manantial
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