jueves 22 de mayo de 2008
Fumarse la Ley
Óscar Molina
E XISTEN personajes en toda sociedad que por su edad y/o trayectoria vienen a recalar en la categoría de los llamados “venerables”. Son gente a la que se escucha con atención, donantes de consejos que siempre se sopesan y cuyas faltas acaban inspirando una cierta indulgencia. Me vienen a la memoria ahora mismo Camilo José Cela o Fernando Fernán Gómez, dos hombres cuyo inmenso legado en vida hacía casi obligatorio el perdón por alguno de sus excesos. Santiago Carrillo no entra dentro de esta clase de personas, ni de lejos. No quiero entrar en aseveraciones que conducen a polémicas ya muy manidas acerca de Carrillo, no tengo el día peleón, pero creo que resulta bastante evidente que hablamos de alguien que no se acerca lo más mínimo, ni por categoría intelectual, perfil ético o excelencia de obra alguna de la clase que sea, al pedestal de los brujos de la tribu. Se le puede nombrar “Doctor Honoris Causa” aquí y allá, llevarle a tertulias para que siga escupiendo su odio y mostrando ese revanchismo de perdedor tan suyo, pero no dejará de ser una persona corriente, con una historia poco clara a sus espaldas, y un papel, eso sí, relevante en ciertos tramos de la vida pública española. Aproximadamente como tantos otros, si dejamos al lado episodios que están en la memoria de todos, y cuya recuperación y esclarecimiento a día de hoy no parecen tan urgentes como la reconversión del Valle de los Caídos en no sé qué. Por eso, porque Carrillo no es nadie, no comprendo que se le permita fumar en un plató de televisión sin que nadie le diga nada, a pesar de estar prohibido. No entiendo que el entrevistador de CNN+ tolere a este anciano nada venerable que se pase la Ley por el arco del triunfo sin llamarle al orden. Las leyes están para ser cumplidas por todos, sin excepción. Aún así, su vulneración en ciertos casos y personas es comprensible, mueve a tiernas sonrisas y provoca más que nada un sentimiento de condescendencia. Pero no en Carrillo. Desde el momento en que alguien se atreve a violar la Ley de una manera tan pública sin estar en condiciones de ser excepción, se convierte en un jeta (si no lo era antes). Y pero aún es lo que significa el hecho. Lo que trasluce de voluntad de convertir a Carrillo en ese tipo de personas a las que debemos un grado de respeto tal, que puede llegar a rebajarle de incumplir la norma de no fumar en ciertos sitios. Es algo así como permitirle el acceso al mundo de los iconos vivientes, al club de las personas modélicas cuyos deslices debemos obviar por mor de lo mucho que le debemos. Eso es ridículo y coloca a este señor en un peldaño de categoría al que su “curriculum” no alcanza. Además, es irritante. Vivimos en un Estado crecientemente policial, plagado de cámaras que recetan multas si uno se descuida y conduce a 123 km/h donde el límite es de 100. Se nos obliga a descalzarnos y ser examinados por un “scaner” cuando volamos en avión, no se permite a los padres decidir si pueden comer con sus hijos en un restaurante de fumadores, se pretende dar una educación moral a los niños desde el poder público y se nos controla hasta la nausea…y resulta que uno de los adalides de ese Estado omnipotente, uno de sus defensores a sangre y fuego, decide reírse del Gran Hermano delante de uno de sus ojos mediáticos. Se le quitan a uno las ganas de abandonar el tabaco.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4634
miércoles, mayo 21, 2008
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