viernes 2 de mayo de 2008
Una película de buenos y malos
Miguel Ángel Loma
E XTRAÑO es el libro, serie de televisión, película de cine, obra de teatro o cualquier otra manifestación artística excretada por las imaginativas mentes de los creativos intelectuales oficiales de cultura subvencionada que, al referirse al ambiente, causas, circunstancias y sucesos relacionados con la guerra civil española (su tema favorito), no falsee la realidad de unos hechos que a estas alturas de la historia debieran ser de pacífica y común aceptación. Muchas veces el argumento de fondo es simple excusa para que, venga o no a cuento, aparezcan esos malos malísimos de mirada sucia, bigote recortado, pistola y semioculto crucifijo, cometiendo todo tipo de fechorías para mayor gloria y difusión de una propaganda tan reiterada y maniquea como falsa, y que se resume en lo siguiente: «Hubo un tiempo en que nuestra patria (con perdón) manaba libertad, igualdad, fraternidad y democracia por todos sus poros, amén de respeto y tolerancia mezclada con efluvios de poesía, cultura y progreso. Fue la Segunda República española. Tan celestial nivel se alcanzó que el mismísimo san Pedro estuvo a punto de colgar definitivamente las llaves de la portería celestial porque se le escapaban todos los santos para regresar a la tierra y tomar morada entre nosotros; el grado de felicidad eterna había sido superado por las conquistas democráticas de la España republicana. Pero todo aquello se fue a pique porque un minúsculo grupito de terratenientes y militares, con el amparo de la Iglesia, abortaron de golpe el pacífico desarrollo de tan idílico edén buscando, cómo no, devolvernos al oscurantismo inquisitorial de épocas pretéritas». Y así, los horrores, errores y torpezas de los «buenos buenísimos republicanos amantes de la libertad» son sistemáticamente silenciados o justificados en tal manera que hasta parece que se quedaron cortos en sus muy reales y salvajes desmanes. «Menudencias» como la sangrienta revolución de Asturias, la quema de iglesias (comenzada cuando ni siquiera había transcurrido un mes de la proclamación del nuevo régimen), las persecuciones por motivos religiosos, las frecuentes palizas y asesinatos políticos, la grave amenaza secesionista, el inminente asalto al poder de una comprobada conspiración comunista que pretendía convertirnos en el primer Gulag mediterráneo, etc., etc., etc., son obviadas o minimizadas hasta quedar convertidas en meras circunstancias anecdóticas. Por el contrario, los horrores, errores y torpezas cometidos por los malos malísimos son multiplicados y elevados a categoría de norma de conducta, y reo sea de anatema quien ose cuestionar el anterior plantea-miento. (Cualquier día nos desayunaremos con la noticia de que un grupo de sesudos investigadores ha descubierto que la matanza de Paracuellos fue un suicidio colectivo de integristas católicos, pese a los titánicos esfuerzos por evitarlo de don Santiago Carrillo). El temor a ser tachados de fascistas reaccionarios y la cobarde comodidad de no señalarse, han conseguido que muchos testigos directos de aquellos años que llegaron a padecer las mieles y exquisitos tratamientos de los buenos buenísimos hayan acabado optando por el silencio, y que herederos de familias con un trato privilegiado durante el franquismo, contribuyan alegremente con la empresa difamatoria. Al silencio de los corderos, la anuencia de los borregos y la manipulación de los carneros, se suma la imprescindible labor manipuladora de unos medios de comunicación que asfixian la contestación de los pocos que se atreven a levantar la voz, indigestos con la dieta diaria de ruedas de molino. «No conviene soplar sobre viejos rescoldos ni desenterrar odios ya olvidados», sentencian los que se presentan como prudentes, cuando alguien recuerda sucesos terribles cometidos por los amigos del «progreso y la libertad». Vale, de acuerdo..., pero una cosa es abrir viejas heridas buscando despertar pasados enfrentamientos, y otra es callar cobardemente cuando las heridas las abren incesantemente los interesados en vendernos una historia manipulada. Una cosa es el imperativo cristiano de perdonar las ofensas, incluso ofreciendo la otra mejilla, y otra muy diferente contribuir con la omisión y el silencio a la falsedad, no ya por exigencias de la justicia, que también, sino porque la verdad nos hace libres y después de tantos años deberíamos tener derecho a la verdad sobre una parte tan trascendente de nuestra historia; y más aún, cuando afecta a tantos que ya no pueden defenderse. No se dan cuenta los fantasiosos geniecillos fabuladores de la nueva historia que, si aceptáramos sus tesis como veraces, resultaría inexplicable no sólo que ganaran la guerra aquellos cuatro malos malísimos que «se levantaron frente a todo el pueblo», sino el que hubiera una tremenda guerra civil, algo que por definición exige dos bandos; y unos tipos tan execrables, despreciables y sumamente remalos como los que aparecen en sus imaginativas creaciones artísticas nunca podrían haber sido capaces de aglutinar a un solo corazón tras de sí, y mucho menos a la multitud de jóvenes españoles que se entregó generosamente hasta la muerte. Si tras setenta años de aquellos sucesos, el ejemplo de respeto a la verdad y espíritu de reconciliación que tanto predican los amantes del «progreso, la tolerancia y la libertad» es el odio, sectarismo, falsedad, revanchismo y continua manipulación histórica que soportamos, miedo da sólo de pensar el tipo de «reconciliación» que hubieran ejecutado en caliente de haber vencido. Lo que no ofrece dudas es el modelo de paraíso social que tenían previsto para España los auténticos detentadores del poder (ya ni siquiera republicano) capaces de envenenar incluso a las inteligencias más sensibles, hasta el punto de que un gran poeta cuyos versos brotaban habitualmente de manantial sereno llegase a escribir cosas como: «¡Oh Rusia, noble Rusia, santa Rusia/ cien veces noble y santa/ desde que roto el báculo y el cetro/ empuñas el martillo y la guadaña!».
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4600
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