lunes 5 de mayo de 2008
Leopoldo, el gran desconocido
José Oneto
Cientos de personas han esperado impacientes ante el Congreso de los Diputados para despedir a Leopoldo Calvo-Sotelo, el primer presidente del Gobierno de la democracia que desaparece definitivamente de la escena política, el primero que llegó a tan alto cargo por designación y no por votación directa del pueblo, el primero que el día de su investidura sufrió un golpe de Estado, y el primero que fallece sin que la mayoría del país sepa, realmente, su importante papel en la transición pacífica a la democracia y en su papel fundamental en unos momentos en los que, gracias a su decisión y a su sacrificio, fue posible salvar obstáculos que en aquel momento parecían imposibles de superar.
Probablemente entre esos cientos de personas que a lo largo del domingo desfilaron por el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados para dar el último adiós al segundo presidente de la democracia, el que va entre un Adolfo Suárez improvisador e imaginativo y un Felipe González triunfador y subido a la ola, muy pocos sepan, realmente, quién fue Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo, cuáles fueron sus méritos y cuál fue su trayectoria política para convertirse en uno de los presidentes del Gobierno claves de la reciente democracia española.
Con toda seguridad, Leopoldo Calvo-Sotelo (Madrid, 14 de abril de 1926) es uno de los grandes desconocidos de la política española del último medio siglo. Ostentó el poder de presidente del Gobierno durante un corto periodo de tiempo, apenas diecinueve meses, en los peores momentos de la historia reciente del país, cuando salíamos de un golpe de Estado, cuando más fuerte era la ofensiva de ETA (una media de cien atentados mortales al año) y cuando parecía que esa aventura de la transición tendría un fin lleno de frustración y de desencanto.
Fue capaz de superar el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, sentar en el banquillo de los acusados a gran parte de los que partiparon en la asonada militar, civilizar a unas fuerzas armadas que se sublevaron contra el ex presidente Adolfo Suárez, hacer todo lo posible por una efectiva integración de España en la Comunidad Económica y Europea y, sobre todo, meter a España dentro de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), entendiendo que esa entrada terminaba, definitivamente, con las aventuras golpistas del Ejército español, una característica de todo un periodo de la historia convulsa de nuestro país.
Probablemente, muy pocos de los que hoy le han rendido sincero homenaje en el Congreso de los Diputados saben lo que le costó aceptar el cargo después del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, de los esfuerzos que hizo porque Adolfo Suárez volviese al poder, de los intentos de formar un Gobierno de coalición con el Partido Socialista en aquellos días dramáticos y de lo que sufrió enfrentándose con la más difícil situación que se vivió en toda la historia de la transición.
Brillante parlamentario, culto, con un sentido del humor británico e incisivo, divertido (a pesar de que todos le consideraban como una esfinge), dubitativo, de derechas de toda la vida pero de esa derecha que ya hoy no existe, monárquico de joven, con un gran sentido autocrático, pudo haber sido un gran presidente del Gobierno de Luxemburgo o de Dinamarca, pero la suerte le colocó en España en uno de sus momentos más dramáticos de su reciente historia.
Le tocó esto y lo aceptó por sentido de la responsabilidad y porque estaba convencido de que no tenía otra alternativa en unos momentos en los que el partido que protagonizó la transición, la UCD, la Unión de Centro Democrático, se deshacía en peleas y batallas internas que terminaron por destruirla.
Él tuvo que recoger los restos del naufragio, siendo con toda seguridad el hombre más brillante, el más culto y, sin duda, el más elegante de todos los que se empeñaron en que la democracia en España fuese posible y que esa posibilidad pasaba por la moderación, el entendimiento, el diálogo y la convivencia.
Representaba a una derecha moderna, tolerante, civilizada, culta que ahora es muy difícil de encontrar en el páramo de la política española. Como ha recordado Su Majestad el Rey, “ha muerto un gran español, un gran hombre de Estado, un gran demócrata y una persona muy querida”.
Y sobre todo un gran desconocido para la mayoría del pueblo español… Yo, que le conocí, que tengo recuerdos imborrables de su trato, que me honro con su amistad, tengo que decir que fue un lujo para este país…
http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=05/05/2008&name=oneto
lunes, mayo 05, 2008
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