jueves, mayo 01, 2008

Felix Arbolí, Los ágapes funerarios

viernes 2 de mayo de 2008
Los ágapes funerarios
Félix Arbolí

A CABO de despedir a mi hermano Luis, el compañero de aventuras, desventuras, tristezas y alegrías de aquellos lejanos años de la infancia en los inolvidables escenarios de Chiclana, Cádiz y San Fernando. Íbamos siempre juntos, aunque él fuera un año y medio mayor y tuviéramos un carácter muy diferente. Era reservado, conformista con lo que le ofrecía la vida y más apagado pasionalmente. Yo al parecer de mi madre era todo lo contrario. En el fondo, aunque nos quisiéramos con ese cariño sincero y firme de hermanos, sentía “pelusillas” porque según creía yo tenía suerte con las chicas, en aquellos tiempos donde confundíamos el éxito amoroso con la simple sonrisa ingenua y picarona de la protagonista de nuestros sueños al pasar junto a nosotros. Nuestras vidas han sido un cruce continuo de proximidades y ausencias, en los que el destino siempre ha procurado brindarnos la ocasión de volvernos a encontrar. Se marchó a los Marianistas como religioso, abandonó esa vocación, siendo profesor en el colegio del Pilar de Madrid y regresó a nuestra tierra, donde reiniciamos una amistad fraternal interrumpida por esos años de orientación equivocada. Nuevas escaramuzas amorosas al alimón, pelusillas a la mar y desavenencias ante lo que él llamaba mis conquistas y yo mis nuevas decepciones. Luego, tras unos años ejerciendo como maestro en un pueblo de la sierra gaditana, en el que estuvo a punto de casarse con la hija del alcalde y cacique de la localidad, deja todo y se marcha a trabajar en la mina a Bélgica y posteriormente en las oficinas de correos de Colonia en Alemania. Diez años como emigrante, en los que nadie sabe lo que hizo con el dinero que ganó. La realidad es que a su regreso a Madrid, a principios de los sesenta, sólo traía un loro que no hablaba, un canario, que sí cantaba muy bien, y algunos cachivaches de extraña y dudosa utilidad, al menos, por aquél entonces. Ni una peseta, ni un franco belga, ni la sombra de un marco alemán, a excepción del de ese cuadro surrealista que no se sabía si era un adorno para la pared o un rompecabezas que había que adivinar. Fue y se ha ido al otro mundo sin que nadie sepa qué hizo con todo el dinero ganado en esa época. Dado su carácter tímido y poco dado a las aventuras, no creo que fuera una alemana. Si fue así, y lo pasó bien, bien gastadas las pesetas o divisas que fueran. A nadie, ni siquiera a mí, con quien tenía una enorme confianza, contó sus epopeyas belgas y germanas. Siguiendo mis pasos, al estar yo casado él se empeñó en hacerlo también y para no calentarse mucho el meollo, ni andar buscando y rebuscando, se enamoró de la hermana de mi mujer, más pequeña que ella y se casaron. Eligieron el mismo día y mes que nosotros, con diez años de diferencia. Dos hermanos casados con dos hermanas. Nuestros hijos llevan idénticos apellidos y la misma sangre sin mezcla alguna. Vivía a un tiro de piedra de casa y seguía ahí, hasta que la muerte se lo llevó, aunque continúa residiendo su mujer. Era el que estaba más sano de todos los hermanos. El mayor, ya había tenido cáncer de estómago, mi hermana, de pulmón y yo, la gravedad de corazón que me hizo convertirme en desahuciado médico. El nos visitaba a todos y se alegraba de nuestras mejorías. Lloró cuando fue a verme a la UCI y me encontró en tan lamentable estado. Sus lágrimas me son inolvidables y eso que no estaba muy lúcido en esos instantes. Siempre que nos encontrábamos en la calle, tomábamos café y hablábamos de nuestras cosas y recordábamos al pasado con nostalgia y simpatía. Nuestros hijos se llevan de maravillas y sus respectivas y hermanas madres, igual. Lo normal cuando la familia suele ser normal. Contra todo pronóstico, designios de Dios y circunstancias de esta vida, él ha sido el primero en abrirse camino más allá de las estrellas, donde se encuentra el Sol de todos los soles y la luminosidad, la paz y la felicidad parecen ilimitadas. A la Casa del Padre según pensamos los cristianos, donde habrá dejado ya su complicado peregrinaje por estos fangosos caminos. En esta batalla se me ha adelantado él. Ya estará contento de haberme dejado atrás en alguna competición. Su muerte no ha sido fácil, cáncer de pulmón y peritonitis. Un consumo continúo de morfina para aplacar sus terribles dolores y dificultades respiratorias. Ni mi mujer, ni mis hijos me permitieron ir a verle. Tengo prohibida la entrada en hospitales, a excepción de que pueda ser yo el protagonista.(Toco madera). Mis lágrimas y dolor se han mezclado con mi sorpresa y desconcierto en el tanatorio y demás ceremonias fúnebres habituales hoy día. Desde luego, pienso y no hay quien me apee de mis “pensares”, que todo se ha convertido en un bien montado negocio en torno a la muerte, donde el único que no participa de este tinglado es el pobre difunto, aunque figure como protagonista indiscutible de ese “toco mocho” funerario. Todo muy lujoso y confortable, para que los “deudos y acreedores” se encuentren cómodos. Coronas y ramos de flores con expresivas y sentidas dedicatorias estandarizadas, que quedarán luego abandonadas ante la puerta del crematorio, para provecho y posible negocio del listo del cementerio. El cadáver expuesto tras una vitrina a la vista del público asistente, maquillado y arreglado como si fuera a salir al escenario de algún teatro o a la pantalla televisiva, para que todos le vean la cara, que es lo único visible y que hace a uno pensar “qué fea es la muerte”. Sobre una mesa, el álbum para que firmes tu asistencia y un estuche con tarjetas donde aparecía impreso el agradecimiento de la familia por tu asistencia y acompañamiento al día siguiente al acto de su cremación, que más de uno la cogían y guardaban como si se tratara de un cromo de colección. Mientras los más directos y sensibles lloraban y desahogaban su pena, cada vez que se le acercaba alguien a brindarle su apoyo y solidaridad, otros charloteaban entre sí, o se salían al patio a fumarse ese cigarrillo que a más de uno le ha hecho y hará estar tras esos mismos cristales más tarde o más temprano, Dios no lo quiera. En el exterior eran más frecuentes las sonrisas y más distendidas las conversaciones, incluso en un tono de voz sensiblemente más elevado. La cercanía del difunto impone y retrae. Todo un cúmulo de detalles ajenos al drama en cuestión y al instante que se vivía y que inevitablemente se da en estos tristes casos. Pero aún me faltaba presenciar lo más insólito. En un momento dado, aparecen unos señores con mesas, bandejas de sándwiches y canapés, botellas, botes y vasos y los colocan casi a la entrada. Con toda naturalidad, el que parece ir al frente de esta expedición hostelera, se acerca al hijo del difunto, mi sobrino, y le pregunta si todo está perfecto, al contestarle que si, le indica que regresarán sobre las diez de la noche a retirar el servicio. El primero con cierta prudencia y los restantes sin la menor vacilación, se acercan a las mesas y eligen sus bebidas y aperitivos preferidos. Se ha iniciado el ágape. Todos participan de este concierto gastronómico “en honor del difunto” pienso yo. Me vienen a la memoria las muertes de otros familiares recientes y no tan recientes, donde se iba a expresar el sentimiento y la solidaridad a los familiares y hasta el salir a fumar parecía una provocación en un momento tan íntimo y especial. Todo cambia. He visto en el cine los funerales irlandeses y escoceses y algunos americanos, donde la pobre viuda e hijos tenían que tragarse el dolor para meterse en la cocina y preparar comida y bebida a los hambrientos y desconsiderados vecinos, amigos y familiares que demostraban su pesar a base de atiborrarse a costa del muerto. Aquí por lo visto se quiere imponer esta costumbre, pero como no se celebran los duelos en las casas, lo hacen a través de “catering”. Al día siguiente, se celebra el oficio religioso en la capilla, esta vez del cementerio de La Almudena, donde el sacerdote dice una homilía que si no fuera por el tono que emplea de materia aprendida de memoria a base de repetirse, sería más emocionante y sentida. Un simple despiste al equivocarse dos veces al citar su nombre. No obstante, me emocionó y mucho el detalle de la despedida con la interpretación del Ave María de Schubert por un dúo de señoritas a base de violín y flauta, cuando el feretro cerradas las cortinas desaparecía camino del horno crematorio Fue lo más solemne y emotivo de toda la ceremonia. A la salida las coronas se amontonaban en la puerta y los asistentes hicieron caprichosos ramos de flores para llevárselos a sus casas. ¿Recuerdo, adorno?. No lo se, ni me interesa. Y aquí acabó todo. El epígrafe de una vida larga, complicada, serena y alterada como tantas otras muchas de las que abundan en cualquier lugar del mundo y hora. ¡Descansa en paz, querido hermano y procura, ahora que puedes interceder en las Altas Esferas, que esta nuestra nueva lejanía sea bastante larga!. No tengo prisa alguna.

http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp

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