viernes 1 de diciembre de 2006
Un millón de manifestantes, millón arriba, millón abajo
Miguel Martínez
E N un ejercicio de periodismo prudente, que toma en cuenta todas las fuentes antes de dar la noticia y que suele evitar decantarse hacia los datos ofrecidos por ninguna de ellas, se está convirtiendo el hecho de informar sobre la cantidad de asistentes a una manifestación. No le damos importancia porque ya estamos acostumbrados, pero no me negarán que es un hecho inaudito, que sólo se da cuando se informa de este tipo de concentraciones, que ante un mismo acto se barajen varias cifras y todas tan dispares: “Un millón trescientos mil manifestantes según los organizadores, veinticinco mil según el Gobierno, y ciento cincuenta mil según la Policía Municipal”. ¿Se imaginan ustedes que ante cualquier suceso se ofrecieran tres cifras distintas? “Grave accidente de tráfico en la M-30: nueve muertos según la DGT, siete según la Policía Local y sólo uno según la Comunidad de Madrid”. Si se preguntan mis queridos reincidentes el porqué del vergonzoso baile de cifras en torno a la asistencia a manifestaciones y no en el resto de órdenes de la vida, la respuesta es clara: Los organizadores saben que nadie se ha tomado –ni se va a tomar- la molestia de contar, uno a uno, a los manifestantes, lo que les permite mentir impunemente. Da igual que quien organice la concentración sea una asociación católica, que por ley –el octavo mandamiento- no pueden mentir, que los convocantes sean profesores de matemáticas, que en cuestión de números se supone que están puestos; irremediablemente unos y otros mentirán cual político en campaña y multiplicarán por mil el número de asistentes dando por sentado, de una parte, que así su reivindicación es más justa, y, de otra, que el resto de ciudadanos somos tan imbéciles como para creernos que en la plaza de un pueblo de tres mil habitantes caben –ni que sean unos subidos encima de otros- setecientas mil personas. Existen varios métodos para calcular el número de asistentes a una manifestación. El empleado por el organizador consiste en echar un vistazo desde las alturas primero, preguntarle a la Policía Local después, y añadirle, como colofón, ochocientas o novecientas mil personas más a la cifra dada por la policía. El mismo método, pero a la inversa, suele ser el empleado por aquellos sobre los que se protesta en la manifestación, es decir: vistazo desde un sitio alto, llamada a la Policía Local y restar a los datos de la policía varias decenas de miles de personas. Por último está el método que emplea la Policía Local que es a quien endosan -de la misma forma que les cuelan muchos de aquellos cometidos que otros servicios de la Administración quieren eludir- la singular tarea de contar cabezas en manifestaciones y otras grandes concentraciones humanas. Para ello se toma el área que ocupan los manifestantes y, en función de lo apretujados que estén, se calculan dos, tres o incluso cuatro personas por metro cuadrado. De este cómputo, si se quiere ser minucioso, hay que descontar los espacios ocupados por mobiliario urbano tales como árboles, bancos, estatuas, jardines, fuentes, etc… y modificar el cálculo por metro cuadrado en las zonas en las que las personas estén más o menos achuchadas entre sí. Y es así como, con esta sencilla operación matemática, se obtiene una aproximación bastante fidedigna del número de asistentes a un acto. Obviamente existen variables que pueden viciar el resultado, como la especial concentración de personas obesas que no se vean compensadas por número equivalente de manifestantes canijos y esmirriados y que desbaraten el cálculo de su particular metro cuadrado, la participación de enemigos del Rexona que implica que de su lado huyan los manifestantes como alma que lleva el diablo, o de jóvenes señoritas de buen ver, ceñiditas y escotadas, que causan el efecto contrario en su parcela al ocasionado por los enemigos del Rexona, así como otras vicisitudes similares –o no- a las que anteceden y que pueden alterar, aunque no de forma sensible, el cálculo aritmético total. En cualquier caso los posibles errores achacables a esta serie de variantes, jamás pueden justificar la diferencia de cientos de miles de asistentes según el cómputo de unos y otros. Como ejemplo les citaré una manifestación llevada a cabo en Madrid unos meses atrás en la que, de ser ciertos los datos ofrecidos por la organización respecto a la cifra de asistentes que acudían a la capital en autocar para concurrir al acto desde diversos puntos de España, resultaba que cada autobús transportaba a 350 personas. Pedazo de buses, por Dios… Y si en un dato tan comprobable como la capacidad de un autobús cuelan tamaño gol, qué no nos colarán cuando los cálculos son algo más complejos. Existen otros métodos mucho más fiables que conseguirían establecer el número más aproximado de asistentes a las manifestaciones. Y aunque acostumbran a ser desechados por demasiado costosos o poco viables, la verdadera razón de que se sigan utilizando viejos sistemas de cálculo no es otra que la de permitir éstos mucho mayor margen a la mentira, tanto a organizadores como a sufridores de la manifestación, encontrando así unos y otros la manera de cuantificar los asistentes según sus conveniencias. Sencillos procedimientos como colocar a un sargento cuartelero de La Legión al frente de la masa humana, ordenando lo de “¡Numerarse, Ar!” consiguiendo así que, ordenadamente, uno tras otro, todos los asistentes se numeraran ofreciendo al llegar al último el número de participantes, cantidad a la que habría que sumar, todo lo más, uno o dos por los posibles asistentes sordomudos; instalar taquillas o tornos como los del autobús en los que cobrar a cada manifestante un euro en concepto de derechos de organización; tantos euros tantas personas; claro que este último método podría resultar algo inexacto, primero por los gorrones que siempre se cuelan en todos los actos utilizando las más ingeniosas tretas y ardides, y segundo por la tendencia innata del ser humano –especialmente aquel que no esté sujeto a una delatora nómina- a esconder a Hacienda todo lo que pueda; o el infalible procedimiento de contar los zapatos de los manifestantes y dividirlos por dos –excepto en el caso de amputados en el que sólo se dividiría por uno- elevarían a la categoría de dato empírico el número de asistentes a las manifestaciones pero eso, mis queridos reincidentes, no interesa ni a unos ni a otros. Pero dejando de lado el tema de los números y de los asistentes, y al hilo de la última manifestación llevada a cabo por la AVT (Asociación de Víctimas del Terrorismo), existen otra serie de cuestiones que a un servidor le parecen mucho más graves que el hecho de que se calcule un millón más o menos de personas. Es preocupante que incluso las víctimas del terrorismo se hallen altamente politizadas. Es preocupante que las víctimas del terrorismo no sean capaces de ser representadas por una única asociación sino que se dispersen en diferentes colectivos que se llevan a matar entre ellos. Es vergonzoso que haya quien prefiera el protagonismo personal y el poder salir en la foto al lado de sus políticos predilectos, poniendo a parir a los contrarios, a trabajar juntos con un único y común objetivo. Aunque para eso, claro está, el objetivo de las asociaciones de víctimas debiera ser exclusivamente social o humanitario, y en ningún caso político, que es lo que muchas veces parece.
viernes, diciembre 01, 2006
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1 comentario:
Te recomiendo que visites la página del manifestódromo, que hacen un estudio "exhaustivo" de las manifestaciones y de cómo calcular el número de personas que van a ellas.
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