domingo, diciembre 24, 2006

Carlos Luis Rodriguez, La historia mas hermosa

CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
La historia más hermosa
Vale, supongamos por un momento que todo esto que estamos celebrando es una monumental estafa. Aceptemos como hipótesis que lo ocurrido en Belén hace dos mil años forma parte de la mitología, que no hubo ningún Dios que naciera en un portal, sino sólo un grupo de escritores de ficción que se lo inventaron, igual que los guionistas de Hollywood conciben historias para ser consumidas por los espectadores.
Aun así, estaríamos ante un mito que no tiene parangón con ninguna otra leyenda religiosa. Hasta ese momento, los dioses habían sido unos tipos poderosos, airados, belicosos, cuya relación con los humanos era distante y despectiva. Los dioses pertenecían a otro mundo y sólo se relacionaban entre ellos en una especie de olímpica endogamia. Como mucho, llegaban a entregarle a un intermediario las tablas de la ley, pero sin dar mayores explicaciones.
El cambio que introducen los inventores del cristianismo es revolucionario. Todas las revoluciones posteriores son nimias en comparación con la que hace que Dios nazca pobre, en una familia humilde y rodeado del proletariado de entonces. Toda la leyenda (sigamos considerándola así) tiene ingredientes extraordinarios, como su completa y total lejanía del poder.
Los guionistas lo sitúan lejos de Roma (los Estados Unidos de entonces), al margen de los dirigentes locales, prescindiendo de cualquier autoridad religiosa o intelectual del momento. Dios elige otro tipo de acompañantes y hasta los reyes son peculiares, tanto que parecen anticiparse a la famosa Alianza de Civilizaciones.
Es la primera mitología basada en los pobres. Los pobres rodean a Cristo cuando nace, cuando enseña, cuando cura, muere y resucita. Ni siquiera la mitología marxista llega a esos extremos, porque Carlos Marx y sus sucesores creen en una élite ilustrada que dirige a la clase trabajadora, pero que sigue manteniendo su estatus.
El mito (insistamos en la hipótesis) remueve por completo las pautas de las religiones precedentes, al cambiar el miedo al dios por el amor hacia él y al proponer de paso que el amor puede ser una herramienta muy superior al poder. En realidad, la persistencia de la leyenda es una prueba irrefutable de eso. Octavio Augusto y Herodes son sólo una leve sombra en la historia, comparada con la huella de Jesús.
Incluso los que rebajan a mito la Navidad, han de admitir que estamos ante el más bello de todos los creados por la mente humana. Atrae porque es la antítesis del mundo que se ve todos los días. Que alguien, hace miles de años, haya imaginado un episodio tan conmovedor, es un milagro que queremos conservar. Si se hacen esfuerzos por mantener en pie templos antiguos que ya no dicen nada, con más razón habrá que preservar la leyenda divina más humana.
Quienes atacan los símbolos navideños, pensando que así ganan una batalla en favor del laicismo, están tirando piedras en su tejado. No atentan contra la religión, sino contra valores profundos de la humanidad (creyente o no) que se sintetizan en el nacimiento humilde de un Dios. Quieren derribar un hermoso mito y sustituirlo por nada. Da pena que no puedan disfrutar sin complejos de un momento conmovedor.
En todo caso, su esfuerzo será inútil. ¿Por qué la Navidad toca por igual el corazón de hombres que viven en tiempos tan distantes? Porque todos ellos desean que sea verdad, porque necesitan creer que algo así sucedió, que en algún momento lejano del pasado triunfó el bien.

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