miércoles, diciembre 27, 2006

Felix Arbolí, Las desventuras de mi amigo "Camilo"

LAS DESVENTURAS DE MI AMIGO 'CAMILO'
Félix Arbolí

C UANDO llegan estas fechas, no lo puedo remediar, me acuerdo de “Camilo” y el recuerdo de esta anécdota de mi infancia me hace sonreír, añorar y reflexionar sobre un pasado que, a pesar del tiempo transcurrido sigue vivo en mi memoria. Ustedes estarán pensando y con toda la razón de su parte, ¿quién era este señor y que circunstancia protagonizó en mi vida?. Pues si es así y ello sería lo más normal, se han equivocado por completo. Camilo, mi tierno y exquisito “Camilo”, (no, no se confundan, no soy gay), era un gordo y lustroso pavo que tras compartir casa, juegos y atenciones por parte de toda mi familia, especialmente de los dos miembros más pequeños, yo el menor de todos, fue sacrificado impunemente para que nuestros desfallecidos estómagos saciaran su apetito en la cena memorable de la Nochebuena. Aún lo recuerdo recorriéndose libremente las distintas dependencias cercanas a la cocina y al cuarto del lavadero (entonces no se habían instalado en las casas las modernas lavadoras), engullendo todo cuanto encontraba en sus diarios y continuos paseos y lo que nosotros le echábamos a hurtadillas de nuestra madre, con la benévola complicidad de Juana, nuestra inolvidable y querida niñera que no quiso abandonarnos hasta que le llegó la hora de formar su propio hogar. Motivo que no le privó de continuar viéndonos y queriendo como una segunda madre. Un personaje que tiene reservado desde siempre un privilegiado lugar en mi corazón y mis más sinceros sentimientos por encima de auténticos familiares. En aquellos tiempos, ¡quién los volviera a repetir!, existía la costumbre por estas fechas de que diversos pastores fueran callejeando por mi entrañable Isla de San Fernando, una abigarrada manada de pavos para que las gentes los observaran y pudieran elegir aquel que le parecía más conveniente a sus planes y economía. Era simpático y hasta resultaba típico ver esa pavada con sus mocos colgantes, sus gritos característicos y monótonos y su lento y torpe caminar, por aceras y entre terrazas, en incluso ocupando la carretera donde en aquellas fechas, a lo sumo, solo se podía contemplar el pedaleo fatigado de un ciclista camino de sus obligaciones. No se por qué, pero siempre que veo a un ciclista ya maduro, me viene a la memoria la figura de un ocupadísimo ATS, entonces Practicante, ciclista empedernido y obligado por su trabajo, que se esforzó hasta el no va más porque su hijo, mi gran y admirado amigo Román Guaita, llegara a terminar Medicina con las calificaciones más sobresalientes y a convertirse en una auténtica y destacada figura de esta bonita y difícil profesión. No se a quién se le ocurrió pensar en nosotros para adquirir y regalarnos ese pavo gordote vivito y coleando y nunca mejor empleada esta expresión. Lo que si puedo asegurar es que ese vilipendiado animal, por su lentitud, torpeza y simplicidad, se convirtió durante las dos largas semanas de su estancia entre nosotros en compañero de nuestros juegos y diabluras infantiles y en motivo de distracción en esas largas jornadas que las vacaciones escolares y la falta de alicientes nos hacían interminables y a veces hasta tediosas. No se si a mi hermano o a mi, aunque ello es lo de menos, se le ocurrió llamarle “Camilo”, como podría haber elegido cualquier otro nombre y con éste pasó a la historia y el anecdotario familiar. Aún hoy, cuando me encuentro con algún Camilo, persona, lo asocio sin preponérmelo con ese antiguo plumífero de aquellas lejanas Navidades. Con Camilo, cosa de críos poco avezados a estas compañías, queríamos permanecer el mayor tiempo posible, observando todos sus movimientos, reacciones, gritos y circunstancias. No siempre se tiene la oportunidad de compartir vivienda con un pavo, como si se tratara de un perro o cualquiera otra mascota doméstica. Pronto llegó la triste y amarga realidad a nuestro alado compañero de juegos y para nosotros mismos. Cada vez que se acercaba la Nochebuena, fiesta de alegría y de espíritu solidario para todos los que creemos en el venturoso nacimiento de ese Ser que transformó al mundo con su amor y con su muerte y resurrección, se aproximaba también la tragedia para “Camilo”. Su cruel y despiadado final para alimentar los estómagos no solo de la familia con la que compartía casa, techo y comida, sino para sus dos inseparables compañeros. Y este sentimiento, en nuestras mentes infantiles y aún no contaminadas por tanto engaño y falsedad, nos sentíamos acomplejados y con sentimientos de culpabilidad cuando nos acercábamos a nuestro compañero de juegos, sabiendo que pronto su propia muerte sería la que aplacara nuestra glotonería de esa noche tan especial. Y llegó la fecha fatídica y el momento más difícil y espinoso. ¿Quién iba a ser el “guapo” que se atreviera a cometer el “pavicidio”?.Darle muerte a un animal que con la mentalidad de nuestros escasos años considerábamos casi como un miembro más de la familia. ¿Íbamos a tener el suficiente valor para realizar posteriormente el acto de canibalismo?. Mi hermano y yo, a pesar de las razones que nos exponía Juana, las consideraciones de mi madre y hermanos mayores y las aclaraciones de la verdadera causa de haber tenido allí a ese animal, continuábamos con nuestra llantera y nuestra inquebrantable promesa de no comer nada de ese traicionado y desdichado amigo. El pavo, con esa cara de infeliz que les caracteriza a los de su especie, parecía mirarnos solicitando desesperadamente nuestra intervención para alcanzar el indulto. Y, como presintiendo de donde venía el peligro, huía de los mayores y se acercaba a nuestro entorno, como pidiéndonos la oportuna protección. De todos los adultos de la casa, uno tras otro fueron escurriendo el bulto y al final, como era de esperar, quedó la pobre Juana como única y despiadada candidata para ejecutar al inocente y atontado reo. Con ese instinto tan especial que tienen los animales para advertir el peligro antes de que éste se les presente, “Camilo”, oliéndose la faena, se escurría, aleteaba y hasta intentaba elevarse en un corto y desesperado vuelo huyendo de la terrible amenaza de muerte convertida en mujer con enorme cuchillo en ristre. Le costó lo suyo a Juana darle caza y mucho más sostenerlo mientras se perpetraba el sacrificio, ya que no se presentaron colaboradores para ello. Mientras se consumaba tan horrible tragedia, los más pequeños de la familia desaparecimos del lugar de la ejecución, para no ser partícipes de ese execrable crimen. Ojos que no ven, corazón que no sienten, aunque si estábamos al tanto de la operación por los gritos y exclamaciones de unos y otros. Cuando todo hubo acabado, no quisimos ver a “Camilo” sin cabeza ni plumas. Aunque parezca una cosa muy baladí, en aquellos momentos sentía esos acontecimientos como una auténtica tragedia, como si en esa traición y condena al compañero de nuestras aventuras hubiésemos tenido alguna participación. Estuvimos plenamente de acuerdo en no comer nada de lo que pudiera tener alguna relación con nuestro “difunto amigo”. ¡Nada nos haría cambiar de decisión!. De esta manera queríamos expresar nuestra repulsa y protesta por tan horrible y sanguinario proceder. Llegada la noche, después de haber estado toda la tarde gozando de un olorcillo que nos había hecho llegar casi al nirvana y con el hambre propia de todo chaval que ha pasado todo el día descargando las pilas, nuestros escrúpulos y promesas fueron debilitándose, en la misma proporción que aumentaba nuestras ganas de probar tan exquisito manjar y cuando nos llamaron para cenar fuimos de los primeros en llegar a la mesa dispuestos a saborear y tragarnos al amigo Camilo y a su madre si hubiera aparecido por allí en esos instantes, aunque con ciertos complejos y recelos por no haber desaparecido del todo el concepto de canibalismo y traición al del moco caído, muerto en acto de servicio, para goce y disfrute de nuestros hambrientos y egoístas estómagos. Recuerdos que ahora me llegan de una Navidad diferente a las anteriores y posteriores, porque cada año, aunque no nos demos cuenta, hay cambios que en algunas ocasiones apenas advertimos. Como decía el antiguo filósofo , Heráclito “Todo cambia” (Phanta rei), a excepción de nuestros políticos.

No hay comentarios: