domingo, diciembre 24, 2006

Garcia Brera, Noticias para la reflexion

domingo 24 de diciembre de 2006
Noticias para la reflexión
Miguel Ángel García Brera
H E estado en Túnez unos días de descanso y por poco me quedo allí a vivir, asustado por lo que el canal de Televisión Internacional de TVE ofrecía como panorama español. Asaltos a viviendas durante los que se golpeaba frenéticamente a sus moradores – uno de ellos aparecía en pantalla con un rostro atravesado por extensa perdigonada – secuestros de menores, degollación de una novia por un chaval de 18 años, y como guinda, una masa de personas, frustradas al alimón por Air Madrid y por el Ministerio de Fomento, esperando en Barajas que alguien les permitiera realizar el sueño de pasar estos días en sus países de origen, para lo que se habían preparado hace meses, en algunos casos empeñándose económicamente. ¿Comprenden mis lectores que yo sintiera miedo a volver? Lo que no llego a entender es el masoquismo con que, cada vez que encendía el televisor, me ofrecían, como la más importante información que la televisión estatal tenía que dar al mundo, el problema de Air Madrid, sin que, además, de la explicación se sacara en limpio si realmente la aerolínea era insegura, presunta estafadora, o víctima de una mala gestión inspectora del Ejecutivo español. Habiéndome decidido, pese a todo, a regresar con mi familia en días tan entrañables para un cristiano, -y pese a que la Misa a la que asistí en la catedral de Túnez, en francés, es una de las que más me han emocionado por la honda devoción del obispo oficiante, de sus acólitos y de los numerosos fieles presentes- llegué a Madrid hacia las cinco de la tarde, y en la cinta de equipajes, me encontré con dos maletas que iban y venían sin dueño y que cualquiera, de los que seguimos esperando una hora larga la descarga de las nuestras, podríamos haber recogido como propias. ¿No hay nadie que se preocupe de comprobar, cuando termina la recogida de un vuelo, si todavía queda alguna maleta del mismo que se ha quedado olvidada o deliberadamente dejada por un terrorista? En fin, ya con mi equipaje, que no era mucho, tomé el autobús municipal cuya ruta finaliza casi en mi despacho y, pese a la pericia del conductor, tuve que perder una hora más, dado el estado de total atasco de la autopista. De modo que di gracias a Dios por no haber escuchado a mis hijos que, como siempre hacen, querían haberme ido a buscar en su coche. En vez de una hora, habría tardado dos en regresar del aeropuerto. En fin, dos horas y pico más tarde de mi arribo en un vuelo desde Túnez que apenas había durado tres, podía abrir mi PC, comprobar el correo atrasado y leer algunas noticias, tales como la declaración de Villepín durante 17 horas ante un juez, cuya información invita a reflexionar cómo se entiende la democracia, según el país donde está instalada. Porque, si en Francia el Primer Ministro ha de someterse a tan larga y dura - incluso físicamente – prueba de interrogatorio, en España, ni el presidente del Gobierno ni Rubalcaba tienen que dar explicaciones ni aún convocando al efecto una rueda de prensa, ni el Defensor del Pueblo tiene derecho a recurrir ante los Tribunales un Estatuto que le parece en parte ilegal, sin que algún Llamazares con nombre de rey mago, se escandalice y exija su dimisión. Ya hoy, cuando me pongo a escribir estas líneas, me encuentro con la alegre noticia de que una madre inglesa, con útero doble, ha parido tres hijos, que se encuentran perfectamente. Según la ciencia médica, a la madre se le abría la posibilidad de optar entre estas decisiones médicamente recomendables: Abortar, salvar a las gemelas que albergaba en uno de los úteros, o, alternativamente, al hijo que crecía en el otro. De no elegir entre tales opciones, quedaba sometida a un grave riesgo personal. Y lo importante del caso es que la madre, sin la menor duda, optó por el intento de que los tres nasciturus llegaran a término. ¿Cómo iba yo a matar a mis bebés?, ha dicho la, hoy, madre feliz. Buen ejemplo para quienes con tanta frivolidad ven en el aborto solución para algún embarazo difícil o no deseado. Lo que ocurre es que la insolidaridad general llega a veces también a herir la ética personal y abrir en ella algunas fisuras indeseables. ¿Qué sentirán esos padres de un niño con graves trastornos de conducta, que habían intentado que alguna institución les ayudara y, sin conseguirlo, han sido victimas de una sentencia judicial que les condena a una fuerte indemnización porque su incontrolado hijo, no incapacitado y mayor de edad, ha agredido a otro muchacho? ¿No sería el Estado, incapaz de ayudar a quienes tienen que cuidar toda su vida a esa clase de discapacitados, quien respondiera de lo que tales ciudadanos hicieran? ¿Puede exigirse a unos padres, a veces septuagenarios o de más edad, que controlen en todo momento a sus hijos mayores cuando no son pocas las veces que incluso los primeros agredidos por esa suerte de personas enfermas son sus familiares? Tanta ley de dependencia y demás zarandajas y, hoy por hoy, no hay institución alguna que se haga cargo de esos casos de personas con trastornos de conducta, aparentemente sanas, muy vitales, pero capaces de hacerse mucho daño y hacerlo a los demás. Si me parece digna de la felicidad propia de la fiesta de la Navidad la noticia de la madre decidida a salvar a sus tres hijos, no puedo censurar la de otra, que no hace mucho apareció en las pantallas de televisión, asegurando que había llegado a tal situación de dolor, pena y frustración ante la falta de solución pública para el problema de su hijo con trastornos de conducta, que, a veces, veía como única solución “que se fuera al otro mundo”. Pero, en una sociedad democrática y justa, el otro mundo que ese tipo de personas necesita, no es, por supuesto, la muerte, sino el de una institución adecuada para su tratamiento. Preocupada buena parte de la clase política por subirse el sueldo o participar en las comisiones de los expertos en cohechos, en evitar que fumemos, en que la instalación de un Belén escolar no hiera sentimientos de otras culturas, o en que los toros no mueran en la plaza, hay que comprender que les queda poco tiempo para solucionar lo que hoy verdaderamente amarga la vida de los ciudadanos: La inseguridad, la demora en la atención sanitaria, el abandono de quienes sufren en su familia un enfermo mental o asimilado, o, todavía en demasiados casos, el modo de hallar un empleo, de tener un salario digno o de lograr un techo donde cobijarse. Esperemos que el cercano 2007 llegue con un adecuado cambio de rumbo en estos aspectos que dejo citados y en tantos otros que me dejo por citar

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