jueves, diciembre 21, 2006

Jose Melendez, La memoria histerica

jueves 21 de diciembre de 2006
La memoria histérica
José Meléndez
E L título de este artículo no es mío. Es una frase del hispanista Stanley G. Payne, -que ha dedicado cincuenta años de su vida al estudio de la Historia reciente de España, lo que le confieren una indiscutible autoridad en el tema-, pronunciada en una reciente entrevista en la que analiza y desenmascara las verdaderas intenciones del proyecto de ley de Memoria Histórica que defendió el pasado viernes el PSOE en solitario en el Congreso. Para Payne, el objetivo de esa ley es “trazar una línea tajante entre “buenos” y “malos”, afirmando que “si la versión de la extrema izquierda se impusiera, sería una “verdadera ley de memoria histérica” porque la “historia” o “memoria” de los comunistas es siempre una especie de manicomio intelectual”. Pero quizá lo más importante de esa entrevista, plena de sentido común apoyado en el rigor histórico, es quizá la afirmación de que José Luis Rodríguez Zapatero trabaja en el sentido franquista de “reconocer a un bando, que es una gran hipocresía porque no puede haber justicia y dignidad hasta que no se dé un trato igual a todos”. La ley de Memoria Histórica es un empeño personal de José Luis Rodríguez Zapatero, el nieto del abuelo cuyo nombre salió también a relucir en el tenso debate del pasado viernes y precisamente sacado por un diputado de Ezquerra Republicana, y ya es sabido en qué terminan los empeños personales del presidente del gobierno. Zapatero es un experto en imaginar lo que considera grandiosos objetivos, crear con ellos un problema y después verse incapaz de arreglarlo porque para llevarlos a cabo busca apoyos con promesas que después no puede cumplir y termina recibiendo tortas por todas partes. Eso le ocurrió con la gestación y desenlace del estatuto catalán y con su desastrosa ley de Extranjería, le está ocurriendo con el llamado “proceso de paz” y le ha vuelto a suceder el viernes 15 con la “ley de memoria histérica” que fue votada solamente por los diputados del PSOE y deparó la asombrosa coyunda del Partido Popular con Ezquerra Republicana e Izquierda Unida que votaron en contra. Unos por creer el proyecto erróneo, falsario y vehículo de la división entre españoles al resucitar el viejo fantasma de las dos Españas y otros por estimarlo timorato, medroso e insuficiente, mientras el resto de minorías que normalmente le apoyan en la legislatura se abstuvieron prudentemente a la espera del presumible batacazo. Una vez más, la vicepresidenta Maria Teresa Fernández de la Vega hizo esfuerzos ímprobos para paliar las irresponsabilidades de su jefe, pero esta vez eligió mal los argumentos porque calificó el proyecto como “heredero del mejor espíritu de la Transición y del principio que nos condujo hacia una democracia estable: la concordia”. Hay que reconocer que a la vicepresidenta le debe resultar mucho mas fácil elegir el modelito que luce cada día que justificar los desvaríos del presidente. Precisamente el proyecto significa todo lo contrario porque no es una memoria reivindicadora de las víctimas de la Guerra Civil, sino un revanchismo sectario que reconoce solo a las víctimas de la dictadura franquista, soslayando las que produjo la reacción de la barbarie roja ante el golpe de Estado. Zapatero ha cedido con gusto a las presiones de republicanos y comunistas que demandan esta revisión setenta años y dos generaciones después, cuando ya las heridas estaban cicatrizadas y el reconocimiento estaba hecho con la amnistía general de 1.977 y el perdón colectivo ha sido la esencia de la paz y la tranquilidad que nos ha deparadlo la Transición y que hizo olvidar la tragedia desencadenada por la locura de dos bandos cainitas.. Aparte de las serias dificultades jurídicas que representa una posible revisión de los juicios y sentencias dictadas por los tribunales de la época franquista –en las que Zapatero no había reparado y tuvo que ser avisado por sus consejeros legales, lo que ha motivado el enfado de ERC e Izquierda Unida- es de un sectarismo tan patente como injusto. No se puede pedir la revisión de las causas penales del franquismo si no se hace lo mismo con las sentencias del bando republicano, la inmensa mayoría de ellas sin mas respaldo legal que el de unos erigidos “tribunales populares” y un número infinitamente mayor de fusilamientos sin juicio alguno, en las fatídicas sacas de la cárcel Modelo y la iglesia de San Antón, convertida en checa, Paracuellos y tantas cunetas pueblerinas donde caían asesinados los que no tenían mas delito que ser pequeños terratenientes lugareños, curas o, simplemente gente que iba a misa los domingos.. Ni José Antonio Primo de Rivera, ni Melquíades Álvarez, ni Ruiz de Alda, ni los periodistas Victor Padera, y Manuel Delgado Barreto, ni el autor teatral Pedro Muñoz Seca ni tantos otros tenían las manos manchadas de sangre, ni los frailes del convento de Móstoles, asesinados en Boadilla del Monte, ni las monjas que también cayeron bajo el fanatismo rojo, ni los asesinados en Barcelona y otras capitales. Y a todos esos, ¿quién los reivindica ahora?. Y no puede achacarse esta orgía de sangre a la pasión del momento de personas incontroladas, como ahora se pretende, porque todo ello obedecía a un plan organizado de “checas legitimadas”, como afirma Payne, que la extrema izquierda ha venido poniendo en práctica desde los tiempos en que la guillotina marcó la pauta de la Revolución Francesa y los pelotones de fusilamiento fueron el pilar de la Revolución soviética.de Octubre. En España fue el Frente Popular el que tomó en sus manos la, para ellos, tarea depuradora, aunque ahora los historiadores adeptos o benévolos le quieran echar las culpas a los anarquistas- Los anarquistas no intervinieron en los 4.000 fusilamientos de presos en Paracuellos del Jarama, llevados a cabo con el conocimiento y, posiblemente, la orden de la Conserjería de Orden Público, cuya jefatura ostentaba Santiago Carrillo, ni en la mayoría de los macabros “paseos” de las madrugadas desde las •checas” a las tapias de los cementerios o los conventos. La extrema izquierda siempre ha jugado con los muertos. Se ha vanagloriado de matar a los enemigos del pueblo y ha hecho mártires a los que morían en sus filas. Ahí están como ejemplo los siniestros y cínicos homenajes de ETA y su entorno a sus “gudaris caidos” y esa demencial petición de que se les dé a los “maquis” de la posguerra categoría de Fuerza Armada, olvidando los asesinatos que cometieron en las zonas donde se guarecían. Ahora están empeñados en buscar los restos de los miles de los desaparecidos de su bando que todavía yacen en sitios ignorados. No es solo una tarea loable dar a los muertos un reposo definitivo y digno, sino un deber de todo bien nacido que nos impone la tradición cristiana o la ética laica. Pero a todos, no solamente a los de su bando, fusilados por la barbarie franquista, porque también hay miles de fusilados por la barbarie roja cuyos cuerpos nunca han aparecido o no han podido ser bien identificados. A los setenta años de la tragedia, la ley de Memoria Histórica es, cuando menos, inoportuna y completamente fuera del contexto que marca la convivencia de los españoles. Y en los términos en que ha sido presentada, es rechazable por su marcado sectarismo. Esperemos que en su tramitación parlamentaria que ahora ha comenzado, se encamine por cauces más razonables para no ser considerada como una “memoria histérica” de los que tuvieron su oportunidad y no supieron aprovecharla y defenderla como se defienden los ideales en un mundo civilizado.

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