domingo, diciembre 31, 2006

Carlos Luis Rodriguez, ETA no miente

domingo 31 de diciembre de 2006
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
ETA no miente
ETA regresa con una bomba que provoca el caos en Madrid

La furgoneta estaba cargada con doscientos kilos de explosivos

Zapatero ordena suspender todo diálogo con la banda terrorista

Hay un mandamiento que ETA cumple a rajatabla: no mentirás. Los etarras son unos terroristas sinceros a los que no les gusta ocultar lo que piensan. De ahí que uno de los peores errores sea forzar la exégesis de lo que dicen, darle la vuelta y retorcerlo de forma que se adapte a lo que a uno le gustaría oír, fabricando en suma una ETA benigna, tratable y ficticia.
Ese equilibrio que suele haber en los grupos violentos entre una parte intelectual que piensa y otra militar que actúa, aquí no se da. La historia del terrorismo etarra es la del inexorable predominio de los activistas puros, y la liquidación de los estrategas. Resultado: el terror se convierte en fin, quienes empuñan las armas se sienten incómodos con las sutilezas de la política porque en su horizonte sólo hay blanco y negro, sin sitio para matices y componendas.
Eso explica que fuera posible un acuerdo con la ETA que se apellidaba político-militar. Sus líderes entendían que la democracia no era compatible con los principios tajantes. No luchaban por palabras, sino por realidades y por ello etarras como Mario Onaindía logran incorporase con bastante facilidad a la política desarmada.
Esa generación no pretendía hacer de la banda una especie poder fáctico que supervisa la democracia, reservándose la última palabra o el último castigo para quienes se desvíen de la senda correcta. La ETA de hoy sí quiere ser un centinela permanente, al estilo de los guardianes de la revolución iraníes, que coexisten con el Parlamento y el Gobierno, con la misión de preservar las esencias puras del régimen.
Que eso es así lo demuestra el afán etarra de organizar todo tipo de mesas que arreglen asuntos políticos, al margen de los parlamentos y las elecciones. Los viejos conceptos democráticos estorban. En lugar de la soberanía popular, ha de primar la que emana de la pistola, o de bombas como la que acaba de interrumpir la esperanza.
Pero ETA no ha mentido. La explosión de la T-4 es el último paso de una cadena de mensajes, gestos y desafíos. Si examinamos los precedentes del atentado, no podremos encontrar un solo síntoma de que los etarras estaban dispuestos a deponer las armas, disolverse y bajar al ruedo de la democracia. No. La confianza se basaba en la idea de que había un metalenguaje, algo subliminal en las palabras de los etarras, que iba más allá de la literalidad. Se pensó que ETA estaba actuando igual que lo haría un partido democrático que, en una negociación, oculta sus cartas y disfraza intenciones.
Pero los etarras estaban cumpliendo el octavo mandamiento. Fueron sus interlocutores quienes se empeñaron en ver un espejismo que finalmente se desvanece, precisamente un día después de que el presidente del Gobierno mostrara su optimismo y el ministro del Interior aclarara que el zulo descubierto servía para guardar cosas.
La tristeza que se siente por la ruptura ha de combinarse con el aprendizaje de la lección que imparten los etarras. No mienten, son rectilíneos, y no se dejan enredar en negociaciones ambigüas. Embriagados por sus propias soflamas, siguen creyendo todavía que la democracia va a gratificarles la renuncia a la violencia, con concesiones que nadie puede hacer, ni ahora ni nunca.
A partir de ahora, a los que se empeñaron en dulcificar declaraciones, kales borrokas, robos de armas o zulos, no les quedará más remedio que admitir que ETA es tan criminal como sincera. Nunca dijo que quisiera la paz. Al final, tuvo que poner una bomba para que le hiciéramos caso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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