domingo 24 de diciembre de 2006
De Jerusalén a Belén
RAFAEL AGUIRRE
En diciembre, a las seis de la tarde, es ya noche cerrada en Jerusalén. Dejé mis cosas en el hotel, cercano a la Ciudad Vieja, e inmediatamente me adentré por sus callejuelas con la intención de ir a la Basílica del Santo Sepulcro. Me atraían las imágenes de una ciudad que tengo grabada en mi mente, a la que iba cada año, pero que ahora hacía cinco que no visitaba. A esas horas caen los batientes, bien pesados, de los últimos negocios que se cierran, mientras en algunos tramos se baldea un pavimento de baldosas enormes e irregulares, en los que se han incrustado mil sustancias durante siglos y resultan deslizantes y peligrosas. Impresiona la soledad y el silencio.Al llegar al Santo Sepulcro presencié una escena sorprendente. La Basílica estaba totalmente vacía y silenciosa, con la luz tenue de las lámparas de aceite tan del gusto oriental. Como siempre, a la entrada en un banco de piedra corrido junto a la pared consumían las últimas horas unos personajes habituales: un diácono armenio, un archimandrita greco-ortodoxo, el clérigo de otra iglesia inidentificable y una policía israelí. Falta poco para las siete y media, la hora del ritual que se repite desde el tiempo de los turcos: las pesadas puertas medievales de la Iglesia se cierran y un musulmán, a cuya familia se la ha confiado esta tarea desde hace siglos, cerrará los candados por fuera mientras los monjes armenio y griegos, así como los frailes franciscanos, quedarán dentro donde pasarán la noche. El musulmán volverá, a las cuatro de la mañana, para abrir las puertas de la Basílica en la que se conmemoran los misterios cristianos más importantes. Mi llegada coincidió con la de dos soldados israelíes, cada una con su metralleta. No medió palabra. La policía israelí, que estaba dentro, salió al patio y se quedó custodiando las armas de las dos militares que entraron decididas en la Iglesia. A pocos metros de la puerta hay una losa muy grande, rodeada de cirios y siempre perfumada con ungüentos, que una tradición piadosa identifica con el lugar donde embalsamaron el cuerpo de Jesús antes de enterrarlo. Las dos soldados se arrodillaron, sacaron por dentro de sus camisas militares unos amplios pañuelos negros con los que cubrieron sus cabezas, se inclinaron sobre la losa, la besaron, se santiguaron repetidas veces, permanecieron después unos segundos en pie, salieron y, recuperado el ademán militar, cogieron sus metralletas y se alejaron velozmente. Evidentemente no era la primera vez que la escena tenía lugar. Uno de los temas que iban a aparecer en las conversaciones de los días posteriores era el de los numerosos cristianos que han llegado a Israel entre los judíos procedentes de Rusia. Israel se entiende como un 'Estado judío' y tolera una minoría musulmana y otra cristiana, entre los árabes con ciudadanía israelí, que existen en Galilea desde 1948. Sin embargo, ahora 'los cultos extranjeros' -terminología bíblica que se emplea en la actualidad- se dan entre gentes a las que se consideraba judías y, por eso, se les concedió la ciudadanía israelí. Pero, ¿los son? Apasionante complejidad de la sociedad israelí que se ha convertido en más problemática con la llegada de los casi dos millones de rusos, judíos a su modo.A la mañana siguiente me dirigí al centro neurálgico de una ciudad oriental, a su puerta principal: en Jerusalén, la Puerta de Damasco. Quedé desolado. Lo que siempre había sido un hervidero de vida, donde las campesinas de los pueblos vecinos y la beduinas extendían por el suelo sus frutas y verduras, los pasteleros traían las primeras hornadas de unos increíbles pasteles llenos de miel y hojaldre; los cambistas, aguadores y artesanos ofrecían sus servicios, mientras las gentes que entraban en la ciudad se desplazaban con lentitud por el choque con quienes pugnaban por salir, todo entre el bullicio de gritos y la mezcla de olores y colores. Apenas quedaba nada. Un muro antiestético ha cortado por donde más duele las venas que unían a la Jerusalén árabe con su entorno natural. La gente de las aldeas no puede entrar en la ciudad de ninguna forma. No se trata sólo de provocar el éxodo de la población, sino también de alterar radicalmente la fisonomía de la ciudad. Mi viaje se debió a la invitación a participar en una serie de conferencias organizadas por el Instituto Español Bíblico y Arqueológico de Jerusalén, que cumple ahora cincuenta años de labor científica, tan meritoria como poco conocida en España, y por cierto entre mil dificultades dadas las circunstancias políticas de la región.Quería aprovechar los pocos días para ver los cambios en el país. Las colinas de Judea, según se sube a Jerusalén, han sido literalmente trinchadas por carreteras por todas partes. Los ocho kilómetros que separan Jerusalén de Belén han sido cubiertos de barrios satélites en una judaización compulsiva del territorio. Belén y su entorno, una de las zonas palestinas más desarrolladas y, en otro tiempo, más prósperas, ahora conoce la degradación de todos los territorios ocupados, cercado también por el enorme muro de hormigón, con una población confinada que prácticamente no puede salir de un espacio reducidísimo, que ni siquiera puede comunicarse con las otras zonas bajo el teórico mando de la Autoridad Palestina con la agravante de que el turismo casi ha desaparecido. La entrada sólo es posible por una puerta con un control severísimo. Íbamos siete compañeros y los trámites nos resultaron sencillos: presentar la acreditación a un congreso científico facilita las cosas. Somos buenos amigos y, sin embargo, guardábamos un silencio respetuoso y compungido ante el Belén que nuestros ojos se resistían aceptar. Por el lado interno del muro, casi junto a la puerta, alguien había escrito con letras enormes: 'Jesus wept' ('Jesús lloró'). Mis primeras navidades en Belén fueron en 1971, en mis tiempos de estudiante. Recuerdo perfectamente que el Ejército israelí garantizaba la entrada a turistas y peregrinos a la Basílica de la Natividad para participar en la misa de medianoche, mientras impedía el acceso a las gentes del lugar, a 'los pastores de Belén'. Digo que recuerdo perfectamente porque me indigné tanto -era muy joven-, me pareció aquello el evangelio tan al revés, que no quise entrar con los europeos y me pasé la noche 'al raso' con los pastores de Belén. Desde aquella noche el té caliente, si está bien hecho, me parece la mejor bebida del mundo, sobre todo si te lo ofrecen los pastores de Belén. Este año las cosas serán distintas. Podrán entrar, cómo no, los europeos y los americanos, y también podrán hacerlo los betelemitas cristianos, lo que pasa es que son ya pocos porque la mayoría ha abandonado su tierra.La de Belén es la basílica bizantina más antigua del mundo y, quizá, la más bella. Nunca había tenido la oportunidad de verla tan solitaria y silenciosa, con el sol de diciembre iluminando sin herir sus columnas bizantinas, sus cinco naves, el artesonado de madera, con un mosaico (más bajo que piso actual de la iglesia) impecable, con restos de las pinturas primitivas perfectamente visibles. Esta basílica, construida en el lugar correspondiente al poblado del siglo I, está edificada sobre un terreno carcásico, en el que existen muchas oquedades, y que probablemente servían para usos domésticos y cuadras para animales. Es evidente que el relato del nacimiento de Jesús en Belén, con la visita de los pastores y el anuncio celestial, tiene ante todo un sentido mítico y religioso. No es un relato histórico en sentido estricto, pero el autor narra de forma plausible, ateniéndose a las costumbres del tiempo y a las características del lugar donde sitúa los acontecimientos. El evangelio nunca habla de una cueva ni dice -si se traduce bien- que no hubiese sitio en la posada. Según el texto, llegado el momento del parto, José y María evitaron la sala alta ('kataluma'), que siempre estaba llena de gente, y bajaron a las dependencias que existían en la parte baja de las casas de Belén aprovechando la orografía del terreno. Lo que la arqueología enseña del Belén del tiempo romano permite entender perfectamente el texto evangélico y la tradición cristiana posterior, sin que ello suponga ningún juicio sobre su historicidad. Dicho lo cual añadiré que son textos que exigen ser leídos contextualizándolos históricamente, pero también con sensibilidad poética. La luz en medio de la noche, un Salvador que no es el César, un Mesías que no es un rey, sino el hijo de una gente muy humilde, los pastores -gremio de mala fama en aquel entonces- como quienes primero reciben y anuncian el mensaje divino: más allá de las creencias que se puedan profesar, todo esto constituye un mito bellísimo, de enorme profundidad humana, con una impresionante carga de denuncia histórica, que desgraciadamente sectarismos ignorantes y pluriculturalismo de pacotilla quieren eliminar de nuestra tradición cultural, con la alianza insospechada de interpretaciones dogmáticas y ñoñas.
domingo, diciembre 24, 2006
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