jueves 21 de diciembre de 2006
Memoria de la Shoah
JAVIER OTAOLA/ABOGADO Y ESCRITOR
Días atrás se ha celebrando un encuentro académico en Teherán como parte de una campaña dirigida personalmente por el presidente iraní Ahmadineyad para cuestionar el Holocausto. Es por lo tanto un momento oportuno para reflexionar sobre el valor moral y político de la Memoria del Holocausto -la Shoah- como primera prevención contra todas las ideologías del odio. Austria, Bélgica, Francia, Alemania, la República Checa, Lituania, Polonia, Eslovaquia y Suiza tienen leyes que condenan penalmente la negación del Holocausto. No estoy seguro de que las medidas penales -salvo quizá en Alemania- sean una buena solución contra la estupidez moral del negacionismo, sino que más bien me inclino -al estilo anglosajón- por una beligerancia historiográfica y política contra las estrafalarias filas de los que pretenden negar la existencia del Holocausto, fácilmente dominadas por la extrema derecha, pero entre las que también caben toda suerte de posiciones extremas.El 1 de noviembre de 2005 la ONU acordó que cada 27 de enero -día de la liberación de Auschwitz- el mundo recuerde el Holocausto como «el intento metódico y bárbaro de exterminio de un pueblo entero, sin paralelo en la Historia de la Humanidad». El recuerdo del espanto que descubrimos -como Humanidad- al liberar el campo de exterminio de Auschwitz no debe ser nunca olvidado, por nuestro bien. En ese recuerdo deben tener su lugar preferente los judíos, por su número y condición, pero también todas las otras víctimas que fueron inmoladas en los campos de exterminio: gitanos, homosexuales, resistentes, opositores políticos Hacer memoria de la Shoah, cualquiera que sea nuestra identidad, como europeos es enfrentarnos con uno de los hechos de crueldad humana más sobrecogedores, en una historia de actos crueles en la que no faltan casos atroces. La singularidad de la calidad y de la magnitud del Holocausto tiene que ver en última instancia con la perversidad intelectual y moral del fenómeno de la judeofobia que sí guarda semejanzas parciales con otros odios -el genocidio de los cristianos monofisistas armenios bajo el imperio Otomano es el único antecedente que se le acerca, de lejos - pero no tiene parangón con ningún otro.España, aunque tiene una florida extrema derecha, es verdad, no tiene un antisemitismo de corte moderno y de tipo político, como Francia, con títulos como 'La France juive, essai d'histoire contemporaine', de Edouard Drumont, o Rusia con 'El Talmud desenmascarado' de J. Pranatis. De alguna manera nuestro antisemitismo histórico, que culminó con la expulsión de los judíos en 1492, si bien prosiguió existiendo a través de la Inquisición y de los prejuicios contra los conversos, no ha llegado como tal hasta nuestros días, aunque ha anidado siempre en todas las formas de extrema derecha y en buena parte del integrismo católico. Quizá una buena razón para esa debilidad teórica sea la escasa presencia de las comunidades judías entre nosotros. La historia del odio es vieja como Caín y Abel y odios contra grupos determinados siempre han existido, pero son importantes las características que hacen de la judeofobia un hecho único. Hay algo en el antisemitismo y en la judeofobia que es paradigmático de todo odio colectivo, y que se funda en última instancia en lo que el autor León Poliakov denominaba la visión policíaca y complotista de la Historia, que encuentra en los judíos el chivo expiatorio ideal. De acuerdo con esta visión simplista y policíaca las sociedades en momentos de dificultad sufren procesos de homogeneización intensa que por reacción provocan recelo, desconfianza y odio para con aquellos que no son suficientemente iguales al 'nosotros obligatorio'. En unos países esos otros que se atreven a 'distinguirse' pueden ser 'los jesuitas', 'los masones', 'los judíos', 'los agotes', 'los gitanos', 'los conversos', pero ninguno como los judíos se presta a la fácil estigmatización.Una característica de estos procesos de estigmatización de los 'chivos expiatorios' suele ser la sobrepercepción. Se trata de agigantar la percepción del objeto de nuestro odio para intensificar el temor y el recelo de los demás. A partir de esa fijación obsesiva en el otro se comienza a 'ver' su presencia por todas partes y establecer relaciones paranoides, justificativas de todos los temores y por lo tanto de todas las violencias. La creación del miedo al otro es el primer paso para el odio y luego para la violencia. La Memoria de la Shoah es una obligación moral y política de nuestras democracias porque se trata de un fenómeno que nos debe vacunar contra toda ideología del odio que está en el origen del Holocausto, a partir del cual no cabe ya ninguna inocencia y se hace precisa una permanente vigilancia. No podemos olvidar que la judeofobia que desató el Holocausto se incubó en una sociedad europea, culta, desarrollada, de tradición cristiana, y lo hizo en medio de la absoluta pasividad o incluso con la complicidad de las iglesias, la Universidad, los medios intelectuales y las instancias internacionales. Vivimos hoy en un mundo globalizado pero no por ello inmune a las viejas ideologías del odio y del prejuicio, de ahí la importancia de mantener viva la memoria de uno de los grandes horrores de la Historia para evitar que con otras banderas, con otras consignas, al servicio de otros fanatismos se reproduzcan los viejos crímenes.
jueves, diciembre 21, 2006
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