viernes, agosto 06, 2010

Un pésimo cumpleaños

vierens 6 de agosto de 2010

Un pésimo cumpleaños

Editorial www.gaceta.es 5 Agosto 2010

Al cumplir hoy 50 años de edad, José Luis Rodríguez Zapatero se presenta ante los españoles como un presidente en estado de suma debilidad política.

Con serias incertidumbres sobre su futuro en el cargo y –fundamentalmente– con un historial de mal gobierno y sectarismo ideológico que se sustancia en su absoluta pérdida de credibilidad a ojos de la opinión pública. Lamentablemente, el estado de postración de Zapatero guarda una relación de causalidad directa con el momento de crisis económica, política, institucional y moral que padece la propia nación española.

Ni siquiera la mejor de las voluntades puede extraer luces del legado uniformemente sombrío de Zapatero en su 50 aniversario. Baste para ello pensar en el momento en que, frisando los 40 años de edad, Zapatero cobró visibilidad pública como secretario general del PSOE: si por aquel entonces, España atravesaba una etapa de expansión, consolidación, bienestar y optimismo nacional, hoy aquel país que sorprendió al mundo es una de las naciones desarrolladas con peores perspectivas económicas es un Estado vulnerado en su misma cimentación constitucional y con el riesgo cierto de convertir en una ruina la obra colectiva de la Transición.

Si Zapatero buscó posar en un principio como un reformista de la izquierda, e incluso como un moderado con postulados básicos como el diálogo y el talante, la realidad de su ejecutoria muestra que su habilidad mayor ha sido la del engaño y la discordia. En primer lugar, nunca ha querido gobernar para todos los españoles, sino que ha fomentado la división entre la ciudadanía, removiendo heridas del pasado, deslegitimando a los millones de ciudadanos de la derecha española del otro lado de un intolerable cordón sanitario, y dificultando la convivencia con su irresponsabilidad en la gestión del Estado autonómico, notablemente en lo concerniente a su frívolo impulso al nuevo Estatuto catalán.

En segundo lugar, Zapatero ha roto todos los consensos que venían sosteniendo tanto la acción del Gobierno como la dinámica social: si el Ejecutivo zapaterista ha dado giros de 180 grados en temas como la responsabilidad en el gasto público o las relaciones internacionales, el intervencionismo moral del presidente también ha roto acuerdos básicos de la sociedad española en cuestiones de tanta relevancia ética como la institucionalización del aborto libre o el matrimonio homosexual. El cariz liberticida y las injerencias inicuas en la autonomía del individuo han sido una constante del zapaterismo, desde medidas como la prohibición de los toros en Cataluña –tácitamente respaldada por Zapatero– hasta una política educativa empeñada en emponzoñar de progresismo a las jóvenes generaciones, al tiempo que se las suma en la ignorancia y en el desafecto a cualquier idea de España.

Ejemplo señero de los peores vicios de una clase política endogámica, ultrapartidista, sin sentido de Estado, ajena a la meritocracia y sólo atenta a mantenerse en el poder, el Zapatero que llegó al Gobierno con una notabilísima falta de madurez y de formación ha confirmado la vieja suposición de que la vacuidad, la frivolidad y la ignorancia son terrenos sembrados para el mal. No en vano, uno de los impulsos más decididos de la vida política de Zapatero se ha verificado en los distintos procesos de negociación con el terrorismo de ETA, procesos en los que Zapatero no sólo ha roto la continuidad en el éxito del acoso estrictamente legal y policial a la banda armada, sino que ha logrado soliviantar a las víctimas de ETA, patrimonio espiritual de todos los españoles y piedra de legitimidad de nuestro sistema de libertades, tanto con su diálogo con la banda como con las medidas de beneficios penitenciarios tomadas en los últimos tiempos. Sin duda alguna, es en su legado económico donde más visible resulta para la opinión pública la calamitosa gestión de Zapatero, gestión que ha recibido la condena unánime de los mercados internacionales y que ha obligado a tomar cartas a organismos como la Unión Europea.

La propaganda de preocupación social característica de la demagogia socialista encuentra su mayor desmentido en lo que es, precisamente, una catástrofe social sin precedentes: Zapatero ha doblado la tasa de desempleo, que cuenta ya con más de cuatro millones y medio de parados y se sitúa en el entorno del 20% de la población activa. En nuestras cuentas públicas, hemos pasado del superávit al déficit propio de quien gasta el doble de lo que ingresa. El consumo va a la baja, y seguirá así tras la reciente subida indiscriminada del IVA, que además ha de repercutir negativamente en nuestra calidad de vida. En 2010 dejaremos de ser la octava potencia económica del mundo, y seremos la única potencia todavía en recesión. Nuestra renta per cápita vuelve a estar por debajo de aquello que fue un logro de envergadura histórica: igualarla a la media de la Unión Europea. Por otra parte, Zapatero, rehén por largo tiempo de los sindicatos más inmovilistas de Europa, sólo ha rectificado en su política económica cuando ha sido obligado a ello por instancias internacionales, perdiendo la legitimidad de su programa de Gobierno y recorriendo una trayectoria difícil de empeorar, de la demora y la mala ideación de su reforma laboral a las vacuidades de su economía sostenible o los costosísimos equívocos de una política energética puramente propagandística.

El Zapatero que cumple 50 años lleva demasiado tiempo ya en el Gobierno, a cuya Presidencia llegó con la mancha original de la utilización política del atentado más sangriento y menos explicado de la historia de España y de Europa. Al presidente ya no le quedan más tacticismos ni más improvisaciones a las que recurrir: empeñado en agotar su presidencia, los españoles están hartos de un presidente que nunca ha estado a la altura. Así lo reflejan incluso las encuestas del CIS, organismo de férrea obediencia socialista, que sin embargo mostraron ayer mismo cómo Zapatero se ha despeñado en la estima de la opinión pública frente al avance del Partido Popular. La marcha de Zapatero es el único consuelo que hoy por hoy se le ofrece a un país que rara vez recibió tanto mal de una sola persona.

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