miércoles, agosto 11, 2010

Felix Arbolí, Confesiones

miercoles 11 de agosto de 2010

Confesiones

Félix Arbolí

A DOLEZCO de ser extremadamente sensible y ello en los tiempos que corren no es medida apropiada para ir por la vida sin sufrir continuos desengaños. Hay sucesos y detalles que a otros no les causan el menor contratiempo y a mi me duelen en exceso y me cuesta una gran angustia soportarlos. Antes recuerdo que era un gran aficionado a las películas de suspense y no me causaban trastornos psicológicos las tragedias y ahora soy incapaz de permanecer sentado y tranquilo en cuanto advierto que la que estoy presenciando pertenece a ese género. Ni puedo leer insensible, sin que asomen las lágrimas a mi rostro, ante cualquier correo o historia que me emocione o haga referencia a un acto de amor, caridad o sacrificio hacia el prójimo. Me gusta sobremanera sentirme querido por los que me rodean y tratan, pues necesito sentirme arropado y comprendido por los que comparten mi vida o se relacionan conmigo. Soy poco dado a crearme enemistades y sentirme marginado, si mi conciencia no me avisa de que he sido culpable. A veces, prefiero mantenerme en silencio y no entrar en pugnas y discusiones, para no remover más lo que tanto dolor o decepción me está ocasionando, pero otras después de un lento y prolongado intento de no reaccionar sin conseguir resultado, me sube la sangre a la cabeza y me deja seco el corazón y estallo como una granada sin preocuparme lo más mínimo de las posteriores consecuencias. En esos instantes el que me conoce bien dice que no soy yo, sino una fuerza desatada e incontrolada cuyos efectos lamento siempre. Pero nunca he sentido el menor reparo en acercarme a esa persona y pedirle perdón por mi airada reacción, aunque en el fondo siga convencido de que el que procedió de mala manera y con malas intenciones no fuera yo. No me gusta ir por la vida creándome enemigos y prefiero una rectificación y excusa a tiempo que una enemistad de por vida.

De todas formas estoy totalmente convencido de que soy bastante difícil. La causa radica en que aparte de la hipersensibilidad ya mencionada, soy muy dado en confiarme y ser excesivamente abierto con las personas a las que aprecio y con las que trato, y no todas son merecedoras de mi sinceridad, ni hacen el debido uso de mi confidencialidad e indiscreciones íntimas. Hago más caso al corazón que a la cabeza y esta manera de actuar me ha causado no pocos disgustos y desgracias. Luego me vienen los desencantos ante la incomprensión, falta de tacto o malas interpretaciones y me dejan hecho polvo al ver que sin pretenderlo he podido ofender a alguien o que la persona en cuestión no haya sabido interpretar mis verdaderos sentimientos y criterios. En mis artículos pretendo ser prudente y mesurado, evitar en lo posible cualquier enojo o contrariedad al lector. Desgraciadamente, no siempre lo consigo.

Sé que es muy difícil hablar de política y comentar la realidad social y económica de nuestro país sin caer en descalificaciones y hasta dejar escapar algún insulto cuando los protagonistas del suceso o la noticia intentan destruir aquellas instituciones, valores y símbolos que más respeto y veneración me merecen. Pero no es nada personal, ni fruto de una tendencia política determinada. Si la persona en cuestión cambiara de actitud, sin que ello significara tener que dar una vuelta de tuerca y olvidar su ideología, sino simplemente hacer algo que beneficie a la ciudadanía en general, mis críticas cesarían y hasta alabaría las buenas acciones que realice y sus logros conseguidos, sean cuales sean las siglas bajo las que opere. Hasta en el caso de la Chacón y la Pajín, mis demonios particulares del momento, sería capaz de olvidar sus muchas cabronadas y alabar sus acciones y virtudes si éstas llegaran a producirse. Mi reacción hacia ellas obedece a sus premeditados y alevosos actos que tanto daño nos están causando. Al igual que en la otra banda me gustaría poder eliminar de Esperanza Aguirre sus ínfulas de dictadora y soberbia, para poder hablar de ella como en el fondo desearía.

No soy fanático y radical en ningún sentido y con esta mentalidad y modo de ser terminaré mis días. Huyo de los alarmistas incorregibles que nos ponen el corazón en sus más alterados latidos e intentan una y otra vez hacernos creer que todo está irremisiblemente perdido. Tampoco hago caso de los agoreros exagerados, que no ofrecen un resquicio a la esperanza, sino que sólo buscan ahondar más la y angustia que sufre España. Los que ven todo negro sin dar una oportunidad al gris. También y a la contra los que agradeciendo dádivas y una vida cómoda ven todo color rosa e intentan hacernos creer que tenemos los mejores gobernantes y políticos de nuestra moderna historia y hablan del presente como si estuviéramos viviendo en una moderna y utópica “arcadia”. Unos y otros no se dan cuenta que la casa se esté cayendo a pedazos sin que nadie haga nada por remediarlo.

He llegado a la conclusión de que me he pasado la vida intentando creer en espejismos y virtudes que nada más soplar una brizna de aire se han difuminado en el horizonte de nuestras realidades y aspiraciones. Soy como esa sencilla hoja desprendida del árbol que se detiene sobre una de sus ramas, esperando y temiendo que cualquier brisa de aire la haga descender hasta el final. Hoy, algo tarde ya, pienso y estoy convencido que he hecho el Quijote más veces de las debidas y aconsejables. La condición humana ha demostrado una vez más no ser digna de confianza y el hombre no ha querido o podido descubrir que es más lobo con sus semejantes que el que aúlla por la campiña gallega en las noches de luna llena. Pero somos tan crédulos e infantiles que aún estamos esperando ese milagro que nos salve, sin detenernos a reflexionar que ya no existen los milagros, porque hemos renegado de Dios y le hemos eliminado de nuestras vidas. Hasta le hemos declarado no grato en nuestra cotidianidad y le atacamos sin piedad con nuestros actos y palabras. Declararse creyente, defender a Dios y sentirse cercano a sus normas y mensajes, se ha convertido en una manera de ser y pensar que muchos critican, ridiculizan y menosprecian. Algunos critican a nuestras páginas porque las consideran fachas, beatonas y desfasadas, al identificarnos en ellas con una serie de valores que hoy se consideran fuera de tiempo y lugar, sin mencionar para nada aquellas otras, incluso subvencionadas oficialmente, donde se defiende lo contrario y hasta con mayor virulencia aún. Y esta lucha sin cuartel, avivada últimamente con esas memorias históricas, eliminación de vestigios anteriores que nadie puede ocultar pues han existido históricamente, originando la nefasta guerra civil y sus trágicas consecuencias, tan felizmente superadas al principio de la llamada democracia coronada,- que olvidó rápidamente sus loables objetivos-, es la cuestión que me aterra y desconcierta. Hemos perdido una bonita ocasión de vivir todos juntos, como hermanos, y haber hecho una España unida y fuerte de la que nos sintiéramos orgullosos, que fue cimentada cuando entramos en un nuevo régimen dando ejemplo al mundo entero y sirviendo como tesis en algunas universidades de civilizada democracia. Una maravillosa e inigualable oportunidad perdida cuando los recalcitrantes de uno y otro lado se empeñaron en enfrentarnos y desintegrarnos para hacernos a todos desgraciados.

http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp?Id=2475

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