viernes 14 de noviembre de 2008
Apuntaciones sobre la reunión en Washington
Antonio Castro Villacañas
E L fenómeno de la corrupción, que de vez en cuando aparece en las páginas de nuestros periódicos, no es una simple anécdota sino una lógica e inevitable consecuencia de las condiciones estructurales e ideológicas que determinan la dimensión fundamental de la sociedad contemporánea. Esas condiciones son la propias del liberal-capitalismo, sistema político y económico propio de USA y demás naciones civilizadas, que hasta ahora (veremos lo que pasa tras la conferencia de Washington) funcionaba bajo la tutela del FMI, el Banco Mundial y los Departamentos de Estado y del Tesoro de los Estados Unidos, lo que explica que tuviera una extraordinaria potencia expansiva.
Esa expansión, y la propia esencia del sistema, lleva más de un año haciendo agua por muchas partes -según nos informan a diario quienes entienden de estas cosas- porque el capitalismo ha acentuado mucho su carácter financiero, convirtiéndolo en desnortado y enloquecido. Todo ello, sumado al furor por la especulación, el hiperconsumismo no controlado y la inflación que no cesa, motiva que los dirigentes políticos y económicos de este mundo no sepan qué carta deben jugar y a qué carta les conviene quedarse. La crisis desencadenada y los contradictorios remedios que hasta ahora se han aplicado, consistentes sobre todo en transfusiones masivas de dinero para dotar de liquidez a los bancos o en nacionalizar algunos de ellos, no parecen garantía suficiente de que con ello se impida el naufragio de este capitalismo inicuo y depredador, caracterizado por la ignominia de algunos repugnantes escándalos empresariales, el aumento de la precariedad laboral y la creciente desigualdad entre una minoría de ricos muy ricos y el resto de los ciudadanos del mundo.
En defensa del liberal-capitalismo se nos dice que el hoy derrumbado nada -o muy poco- tiene que ver con el que Max Weber y Tawney propusieron en los primeros años del siglo XX como explicación teórica y justificativa de la prosperidad experimentada a lo largo del siglo XIX en las naciones más potentes del mundo. El liberal-capitalismo clásico, por estar profundamente ligado a la ética calvinista y en general a la protestante, nos dicen ahora que se vincula con la autodisciplina, el trabajo duro, la austeridad, el ascetismo familiar e individual...
Esas clásicas virtudes de los primeros capitalistas tan divulgadas por las películas inglesas o norteamericanas -herederas de las novelas de igual procedencia-, se han transformado en un irresponsable y creciente despilfarro consumista. Dos ejemplos: en los EEUU, según ciertas estadísticas, el gasto en publicidad supera al presupuesto de toda la enseñanza superior, y el Instituto Worldwatch nos dice que en los cuarenta años que van desde 1950 a 1990 la humanidad ha consumido más bienes y servicios que todas las generaciones precedentes...
Dejando a un lado este tipo de estadísticas, que son difíciles de contrastar y por tanto de asumir, lo que ninguno de mis lectores me podrá negar es que el liberal-capitalismo de nuestros días no tiene como objetivo y motor el producir bienes que satisfagan todas las necesidades populares, sino el de ganar dinero, el de obtener beneficios, los más posibles y cuantiosos, no digo que por cualquier procedimiento y sea como sea, pero casi...
Este fin de semana se reúnen en Washington 37 jefes de Estado o de gobierno de otras tantas naciones para ver si se ponen de acuerdo sobre cuáles son las características y las causas de la grave enfermedad que padece el sistema político, social y económico que rige la mayor parte del mundo actual. ¿Confían ustedes en que después de las inevitables -y muy convenientes- fotos saldrá de esta reunión algo que nos sirva a todos de provecho? Yo no soy ni optimista ni pesimista, pero creo que las ideologías allí reunidas o allí representadas -socialismo y liberal-capitalismo- tendrán en cuenta que los hechos han demostrado su eficacia y su ineficacia. No creo que de ello saquen las lógicas consecuencias: repasar el hoy y el ayer sólo sirve de algo si se hace pensando no en el mañana inmediato sino en el pasado mañana.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4909
jueves, noviembre 13, 2008
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