Los ejércitos de la noche
IGNACIO CAMACHO
Miércoles, 19-11-08
CADA noche de viernes y de sábado, cientos de miles de padres españoles se acuestan con el corazón en un puño porque sus hijos han salido de copas. Es una angustia amarga e insomne, una zozobra de sobresalto presentido que sólo alivia el ruido del ascensor nocturno y esa puerta que se abre con sigilo en la alta madrugada. Les preocupa que agarren una borrachera en el botellón, que tengan un accidente de moto, que los atraquen las bandas juveniles, que se mezclen en una reyerta, que puedan consumir drogas, practicar sexo inseguro o tomarse por su cuenta la píldora del día después. Lo que casi ninguno sospechaba hasta ahora es que también existe un factor de riesgo en las puertas de ciertas discotecas, donde acechan el matonismo y la violencia disfrazados con el traje negro de una prepotencia arbitraria, discriminatoria y salvaje.
Una legión de falsos arcángeles custodios vigila el acceso a los templos de la noche como si estuviesen guardando la entrada del paraíso. Muchos de estos dóbermans con pinganillo son sólo currantes cachas, armarios de gimnasio que sobreactúan de tipos duros y se complacen en el poder de una autoridad prestada, pero a otros los reclutan entre lo mejor de cada casa: hay por ahí hasta antiguos milicianos de los Balcanes. Aunque su teórica misión consiste en preservar el ambiente del local para que no se cuelen elementos susceptibles de alborotarlo, la mayoría se limita a establecer filtros estéticos o sociales, cuando no abiertamente racistas. Las broncas son frecuentes porque el resbaladizo derecho de admisión se ejerce de forma prejuiciosa, antojadiza y violenta. Por lo general la cosa no suele pasar de unos empujones más o menos expeditivos, pero como la atmósfera noctámbula se está volviendo más turbia empiezan a abundar los ensañamientos y las palizas.
Esta tropa de cancerberos de mirada metálica, que no son precisamente los ejércitos de la noche que describió Norman Mailer, flota en una burbuja legal de desregulación, cuya responsabilidad afecta a autoridades y empresarios. Las primeras porque se han olvidado de fijar normas, y los segundos porque entregan sus llaves a mercenarios sin hacer demasiadas preguntas. Nadie pide que contraten a filántropos ni a humanistas, pero sí que controlen un poco al gorilamen. Lo paradójico del caso es que de una disco se puede salir borracho o drogado, pero no se puede entrar con zapatillas. Ciertos locales se han creado una aureola de santuarios del éxito, del ligue o de la belleza, y han convertido el acceso en una competición de primacía social: sólo pueden pasar los ricos, los guapos y los famosos. El problema es que han subcontratado la tutela de ese exclusivismo tan selecto a un puñado de matones cada vez más crecidos que se complacen en la humillación de los débiles. Ha tenido que morir apaleado en Madrid un muchacho, que ni siquiera es la primera víctima, para que se abra un debate de intenso impacto social que, como casi todo lo que sucede en el mundo nocturno, permanecía subterráneo para el conocimiento de la mayoría. Más desvelo para esas familias que sólo pueden dormir cuando los pasos quedos de sus chavales completan el recuento desasosegado de cada fin de semana.
http://www.abc.es/20081119/opinion-firmas/ejercitos-noche-20081119.html
martes, noviembre 18, 2008
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