jueves 13 de noviembre de 2008
La Gran Guerra de Kobarid
Miguel Ángel García Brera
M IENTRAS los antiguos contendientes celebran el aniversario de la que fue llamada la Gran Guerra, me renace el recuerdo de mi reciente visita al Museo de Kobarid, un pueblo bucólico al pie de los Alpes Julianos, en Eslovenia. Se trata de una casita, construida en 1739, blanca como una bandera de paz, de tres pisos, acondicionada ahora para albergar recuerdos de aquellos tiempos terribles, aunque quienes pensaron al llegar el armisticio que el mundo no repetiría salvajada semejante, se equivocaron tanto que no sólo hubo otra más grande y dramática – la Segunda – sino otras contiendas parciales desde Corea a Irak, pasando por centenares de ellas en todos los continentes. Ayer mismo, España enterraba a dos soldados muertos en la guerra que se libra en Afganistán, aunque, como en el caso de la crisis económica, galopante, que azota a España, no se haya querido reconocer por el Gobierno español, que tanto censuró al anterior presidente para éste venir a hacer lo mismo, aunque aquello fuera en Irak y esto en el país donde tenemos los caídos más recientes.
El museo de Kobarid, en cuya entrada hay dispuesto un viejo cañón completo, está dividido en doce salas, con un sensibilidad extraordinaria, y creo que con la finalidad descollante de invitar a la reflexión sobre la estupidez de la guerra, su tragedia y su inutilidad. Ocurre, además, para mayor inri, que los eslovenos, en una tierra de paso, tuvieron que luchar, a veces en un bando, a veces en otro. Es casi para llorar esta mala suerte de quienes se ven envueltos en alianzas políticas o en invasiones que les toman como fuerzas de choque, allí donde a cada uno conviene en cada momento, sin contar con los sentimientos auténticos de las poblaciones.
Como es lógico, en el museo se pueden contemplar todo tipo de uniformes, condecoraciones, armas, municiones, pertrechos y demás relativos a la contienda, pero quizá lo más emocionante sean los recuerdos de los soldados, tales como cartas, retratos, objetos de uso personal y algunas reconstrucciones como la de las trincheras y pequeños refugios donde pueden verse figuras representado la sufrida vida en campaña, destacando la del soldado que está escribiendo una carta a su padre, al tiempo que en alguna vitrina se exhiben las prohibiciones que afectaban a la correspondencia relativas a la no comunicación de datos que pudieran poner en peligro la seguridad o la moral de la tropa y de sus familiares y , en general, de la población civil. Destaca la sala llamada “ Black Room” dedicada a fotografías de soldados muertos y heridos. Sus patéticos rostros, tanto los de los muertos, a veces prácticamente hechos un amasijo, como la de los heridos, provocan lágrimas en el visitante, muy especialmente si se asocia la visión a la idea de que esos sacrificios no sirvieron para eliminar la guerra siguiente ni para conseguir una paz duradera. Rostros que la metralla ha segado por la mitad, rostros sin nariz o con un ojo del que sólo queda la órbita, soldados cojos, mancos, abrasados, son todo un escaparate de dolor del que uno no puede menos que sentirse algo culpable, en la medida que cada ser humano se deja muchas veces dominar por el exceso que, cuando hace carne en los políticos, desemboca en las tragedias bélicas. Tampoco la “ White Room” es menos desalentadora, al evocar los combates invernales, sometidos los hombres a atroces fríos y nieves sin una indumentaria medianamente adecuada. Para aliviar el pesar que asume el visitante, hay una sala donde la tragedia se aminora presentando la vida de los contendientes entre batalla y batalla, incluso en tiempo de permisos o estancias en los hospitales. La vuelta a la vida “normal”, si así puede llamarse, ofrece fotografías en las que podemos asistir a las reuniones y mínimas fiestas con la población civil, y a tener noticia de noviazgos, amistades y relaciones en las que la guerra quiere olvidarse.
Gran interés, sobre todo para los aficionados al arte militar, tiene la sala con la maqueta referida al despliegue de las tropas el 23 de Octubre de 1917, el día anterior a la batalla decisiva. El esfuerzo por dominar la cadena montañosa donde se desarrolló la guerra en lo que afecta a Eslovenia, resulta inverosímil para un visitante y seguramente para un montañero, pues quienes llegaban a las trincheras, las defendían, las perdían, las recuperaban o las poseían por cambio de ejército, carecían del avituallamiento mínimo preciso; pero llegaron, vencieron, perdieron y ganaron, según cada uno de los episodios bélicos. ¡Todo un milagro!
Un reportaje magistral, de 19 minutos, se ofrece en una sala de proyección, dedicado a la célebre batalla de Isonzo, también conocida con el nombre italiano, de Caporetto. La lucha entre los austrohúngaros y los italianos se inició el 14 de Octubre y se mantuvo hasta el 9 de Noviembre de 1917. Fue una de las mayores campañas militares en montaña y el mayor combate que jamás se haya producido en Eslovenia. Puedo asegurar que cuantos asistíamos a la proyección, estábamos, no en un minuto de silencio, sino en los 19, presos de una triste reflexión, que era también una oración por los muertos y un sentimiento de solidaridad con quienes soportaron tanto dolor y tanta muerte. La historia tuvo reflejo en la novela de Hemingway “Adiós a las armas”
Como particular revelación del museo, entre sus recuerdos aparece el nombre del teniente coronel Rommel, destacando entre los mando alemanes, como lo hiciera en la Segunda Guerra Mundial, ya con el grado de Mariscal y el apodo de Zorro del Desierto. Al entrar al museo todos quisimos retratarnos manejando el cañón, pero al salir, casi no podíamos ni mirarlo.
Kobarid o Caporetto tiene mucho más que ver. Entre ellos una ruta de la guerra con fortificaciones, trincheras italianas y otros recuerdos, así como el Osario que mando construir Mussolini, para honrar a los 7.014 compatriotas que murieron en el combate. Como el paisaje es idílico, en el valle del río Soca, y al pie de las montañas, se hacen muy bonitos recorridos en los que pueden observarse restos prehistóricos y romanos, cascadas bellísimas y colores sin igual en las aguas, los pastizales y las arboledas. Sobre todo en este otoño, el cromatismo era espectacular.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4914
miércoles, noviembre 12, 2008
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