miércoles, noviembre 19, 2008

Felix Arbolí, Mis vecinitas de enfrente

jueves 20 de noivembre de 2008
Mis vecinitas de enfrente

Félix Arbolí

T ODAS las mañanas, nada más sentarme ante el ordenador, enfoco la visual hacia la casa de enfrente. Es algo instintivo, aunque tiene su explicación y recompensa. Desde hace unos meses, la vecina octogenaria y en bata que se asomaba a la calle nada más levantarse y abría balcones y ventanas para que se airease la vivienda ha desaparecido, ignoro si porque se ha ido a una residencia o porque ha emprendido ese extraño e indefinido viaje que todos hemos de hacer. La ausencia de ancianos solitarios suele deberse a una de éstas dos versiones normalmente. Desearía por el bien de ella que fuera la primera. Su falta ha sido substituida rápidamente por dos jóvenes parejas sudamericanas, que no sé en qué trabajan ya que los veo a todas horas trajinando por la casa o tumbados indolentes en el sofá que tienen en la terraza, donde suelen pasar largas horas entre botes de cerveza y cigarrillos. Por cierto, un amplio asiento que dejan expuesto a lluvias, heladas, soles y vientos sin nada que le cubra. Debe haber hasta cangrejos en ese mueble tan inexplicablemente abandonado a las veleidades del tiempo, que como el resto de los que tiene la vivienda pertenecen al casero que se las ha alquilado.

Pero mi interés y curiosidad no radica en la visión de estas parejas que como tantas otras llenan nuestras calles, plazas y viviendas, sino en una de las chicas, la más joven, que no debe hacer mucho que ha pasado la barrera de los veinte y tiene la extraña y feliz costumbre de hacer las faenas de la casa y la limpieza de cristales exteriores en ropa interior, tal como debe haber pasado la noche cuando descansa de sus deberes y placeres con el compañero. Y según las normas habituales ambas prendas no muy pródigas en ocultar sus encantos personales más íntimos. Le conozco toda clase de colores y formas, porque no se tratan de apariciones esporádicas o recatadas, sino exposiciones largas y totales, amparada en que como vive en un tercer piso no la ven desde la calle, sin percatarse de que hay una casa enfrente de más altura y muchos balcones y ventanas. O a lo mejor lo hace con premeditación y alevosía, sabiendo los efectos que causará entre los que puedan contemplarla casi como la madre la trajo al mundo. ¡Vaya usted a saber!. Lo que cierto es que a mí me ha supuesto un aliciente bastante gratificante durante mis permanencias ante el ordenador todas las mañanas y parte de la tarde, aunque en ésta ya no sea tan generosa en asomadas y menos aún en exhibiciones anatómicas. Es todo un espectáculo la contemplación de esta joven “valkiria” de melena negra, estilizada figura y pecho enhiesto y respingón, luciendo los dones que le ha proporcionado la Naturaleza, salvo las partes más íntimas, sin inmutarse ante el hecho de que puedan estar observándola. Hasta se atreve a realizar algunos movimientos gimnásticos de piernas y brazos sobre la cama que se haya pegada a la ventana, como si estuviera en el salón de una academia de baile,

Nunca, ni en mis años juveniles, me ha interesado el “porno”, ni esas películas clasificadas “X”, y no por cuestiones morales, que uno no es tan pacato, sino porque me ha parecido majadería y masoquismo estar presenciando como lo pasa en grande un individuo mientras yo me tengo que limitar a contemplarlo como un auténtico y salido cretino. Pero tampoco en ninguna de las viviendas que he tenido, ni aún siquiera en las veraniegas, he tenido un amanecer con tan insólito y descarado destape femenino. Porque no sólo ha sido en los meses caniculares, donde el calor interior puede ser sofocante si no se tiene el aire acondicionado, sino en estos días ya casi invernales donde fuera de la ducha y sin la temperatura regulada no se apetece ir enseñando la piel más allá de lo estrictamente necesario. Y me veo en el difícil dilema de no usar el ordenador en las horas acostumbradas o tener que estar luchando mientras escribo para evitar que mi mirada se dirija hacia esa ventana donde mi vecinita hace sus juegos y exhibiciones anatómicas. .

Aunque uno pueda estar ya curado de espantos y emociones, nuestros ojos permanecen siempre activos y dispuestos a no perderse algún detalle que signifique una distracción fuera de lo normal. Son como niños traviesos e inconscientes que no entienden de formalidades y conductas recatadas y miran hacia aquello que les llama la atención, en este caso con motivos más que suficientes. La vista y el deseo no envejecen nunca. Sinceramente he de confesar que no puedo permanecer insensible y mirar para otro lado ante la aparición mañanera de esta peruana, ecuatoriana o del país que sea, blanca de piel y guapa de cara, recordándome caminos y placeres recorridos. Es una sensación mortificante y placentera a un tiempo porque me hace añorar aquellos años y muchos momentos gozados que, soy consciente y ello me duele, sé que no regresarán Un juego despiadado de la Naturaleza al privarnos de la posibilidad de recuperar momentos y protagonizar pasiones, pero sí dejarnos la facultad recordarlas para hacernos sentir una enorme nostalgia. Más aún cuando una joven de buen ver y nunca mejor empleada esta expresión, se propone evidenciarnos lo que nos agrada y sabemos que se encuentra fuera de nuestro alcance. Dicen que Dios le da pañuelo al que no tiene nariz y a mi ha debido darme una sabana.

En el mismo edificio, a igual altura y en el piso de la izquierda al de la exhibicionista, vive un matrimonio y tres hijas que me merecen asimismo una atención especial por sus cualidades físicas aunque no los evidencien con la generosidad de su vecina. No me explico como soy capaz de concentrarme y poder terminar una frase teniendo este mortificante y seductor panorama. Siempre he dicho que no hay creación más perfecta y milagro más hermoso que la mujer. Una de estas tres “gracias” vecinales y nada que ver con las famosas y robustas de Rubens, ya que éstas son estilizadas, rubia por más señas, es un auténtico bombón de esos que se ven en las pasarelas de moda o eventos sociales con glamour, en este caso al natural, sin trampas ni aditamentos. Me recuerda a la novia jerezana que me dejó para ingresar en un convento, aunque no sé si al final se “casó” con Dios o fue una mentira piadosa para terminar nuestra relación sin hacerme daño, a causa de la presión familiar por otro pretendiente de más tronío, ya que pertenecía a una famosa familia de ganaderos y rejoneadores de las que acostumbran a enlazar entre ellos, como ocurre con nuestros Borbones. Bueno, hasta la llegada de una generación que vio más interesante su entronque con cónyuges plebeyos, usando el término de Pilar Urbano puesto en boca de nuestra Reina. Mi jerezana era una joven realmente fascinante. Me dio una foto suya haciendo el papel de Virgen de Lourdes en una función de su colegio y cuando la veían en mi cartera, pensaban que era una estampa de esa milagrosa advocación mariana. Error que yo no intentaba corregir. No he visto una belleza tan perfecta, ni una expresión de dulzura y amor tan lograda. ¿Dónde estará esa Pilar casi divina que me hizo soñar que había llegado al cielo antes de morirme?. Esta nueva vecina me la recuerda cuando se asoma al balcón frente por frente al mío y me ve enfrascado ante el ordenador tecleando sin parar todas las mañanas y algunas horas de la tarde. Aunque cuando ella se asoma mis pausas se hacen más frecuentes al cambiar la dirección de mi mirada. Es una nueva sensación de nostalgia que he de soportar en mi diario acontecer. ¿Por qué seguiré tan enamorado de la belleza femenina, si ya debería contemplar a la mujer como si se tratara de un cuadro de Goya?. Esta nueva familia me da una excelente impresión. Hay cordialidad, respeto y cariño entre sus miembros. Algo fácil de advertir aunque nos separe la anchura de una calle con dos direcciones.

A veces pienso que es realmente sorprendente lo que se puede esconder tras los visillos o cortinas de una ventana. Las historias que podrían conocerse si pudiéramos entrar sin ser vistos en las casas de nuestros vecinos, por no irnos más lejos. ¡Cuantas decepciones y sorpresas nos encontraríamos!. Seguro que en más de una ocasión, esa señora que nos parece tan seria y repelente cuando nos la encontramos en las escaleras o cualquier sitio del barrio, nos haría cambiar de opinión y hasta nos sacaría las lágrimas si pudiéramos descubrir su verdadera intimidad, sus razones para no andar repartiendo sonrisas. Cada persona es un mundo distinto donde suceden vivencias y circunstancias que son difíciles de conocer, no sólo a los próximos y extraños, sino al mismo que las protagoniza.

Ahora cuando pongo punto final a mi artículo, mi rubia vecina está asomada al balcón. Su madre acaba de llegar y se queda junto a ella pasándole el brazo por sus hombros. No se dicen nada. Se quedan contemplando lo que pasa en la calle. Yo me acuerdo de mi madre, echo de menos sus caricias, sus abrazos y sus palabras, aunque haga tanto tiempo que se fue. Hay personas y sensaciones que viven encalladas en nuestra memoria y con ellas moriremos y nos convertiremos en recuerdos añorados por otros. No sé como puedo escribir teniendo esas dos tentaciones tan presentes y cercanas, una que me hace sentir la mirada de Dios y otra las trastadas del diablo desvestido de mujer.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4921

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