miércoles, noviembre 05, 2008

Carlos Luis Rodriguez, La cabaña del Tio Obama

CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo

La cabaña del Tío Obama

Entre el Tío Tom y el presidente Obama hay una epopeya casi bíblica. Entre la cabaña aquella y la Casa ¿Blanca? media un peregrinaje emocionante que tarda en obtener su jubileo y retrata las virtudes de un gran país. Porque no es éste el triunfo de una raza, sino de una política, de una sociedad, de una cultura capaces de transformar al esclavo en presidente. Nuestra memoria busca otra nación que ofrezca una epopeya similar y no encuentra ninguna.

El gran derrotado no es el republicano McCain, sino el clásico antiamericanismo arraigado en algunas mentalidades. Esa vieja asociación entre talante progresista y rechazo a lo americano acaba de quebrar con la victoria clamorosa de un negro, sin que mediara una revolución, un golpe de Estado, un traumatismo social.

En los Estados Unidos del Ku Klux Klan, la discriminación racial y la señorita Escarlata, hay una democracia que hace posible lo que en otros sólo podría ser consecuencia de un holocausto revolucionario. Nada de eso se produce para aupar a Obama al poder más poderoso que existe sobre la Tierra. Llega con votos negros, blancos y de todas las tonalidades, mediante una campaña en la que la negritud estuvo ausente.

Ni nadie atacó al demócrata por su color, ni él hizo de su piel el punto de apoyo del cambio. Gana con naturalidad, con peculiaridades que rompen los añejos esquemas de la política europea. Citemos, por ejemplo, el detalle de que sea el partido en teoría más progresista el que haya contado con más financiación privada, o el hecho de que Obama llegara al combate final tras haber derrotado al ala izquierda del partido, agrupada en torno a Hillary Clinton, blanca.

Entre la cabaña del Tío Tom y este 4 de noviembre hay un camino que en determinado momento se bifurcó, entre una lucha revolucionaria y otra basada en la integración. Malcom X, los Black Panthers, además de su apelación a la violencia, abogaban por vivir aparte y constituir una nación de índole racial frente al mundo blanco, recuperando de paso el islamismo.

Obama procede de la otra tendencia. El futuro presidente es el prototipo del negro que encuentra en los fundamentos del sistema resquicios para progresar y hacerse un sitio. Es el sueño que Luther King no veía en otro sitio que en los Estados Unidos porque ya estaba esbozado en el bello preámbulo de la Constitución de 1787.

Acertaron los que vieron en la caída del Muro de Berlín el gran símbolo de la derrota soviética tras la guerra fría. Con él se derrumbaba un sistema que nace prometiendo una revolución, y perece por culpa de su conservadurismo. Tras las puertas del Kremlin se atrinchera contra la historia una casta oxidada e ineficaz, parecida a la que trata de apuntalar ahora la dictadura cubana. Allí no es posible un Obama.

En Estados Unidos, sí. Como ya sucedió en otras encrucijadas trascendentales, la democracia americana sabe encontrar al líder adecuado que recupera la ilusión dentro, y renueva el prestigio fuera. El del Obama triunfador es el otro símbolo que certifica el predominio de las barras y las estrellas en el escenario mundial.

Un predominio que, bien mirado, tiene causas parecidas a las que explican la hegemonía de su cine. Recursos, creatividad, capacidad para tratar cualquier tema y un enorme surtido de actores para desempeñar todos los papeles. Gracias a ello, hubo en la historia muchas revoluciones, pero la única que sigue viva es la americana, la que hace del Tío Tom un presidente.

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