martes 2 de septiembre de 2008
El optimista antropológico y las velas
Germán Yanke
El ánimo del señor Rodríguez Zapatero es el famoso “optimismo antropológico”, que no se sabe muy bien qué pueda ser porque no está claro si el presidente confía en los hombres en general, en su propia capacidad o, simplemente, que cuando no hay otro motivo para el optimismo se acude retóricamente al “antropológico” y asunto resuelto. En todo caso, el adjetivo revela que el optimismo gubernamental no se basa en este o aquel dato, sino en algo más sublime y etéreo, el efecto de una determinada puesta en escena. El problema de que la actitud requiera el curioso adjetivo es que sirve para la simple espera de que el futuro nos depare lo mejor y no sólo para la animosa búsqueda de soluciones.
Se diría que ahora, ante el zambombazo económico que se hará visible tras la ya apesadumbrada somnolencia veraniega, el optimista antropológico nos promete futuras mejoras e incluso está dispuesto a ir al Congreso para contagiarnos su entusiasmo. El teólogo inglés William George Ward dejó escrito en el siglo XIX que el pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie y el realista ajusta las velas. Pues ocupémonos de eso: de ajustar las velas, abandonando —aunque sea pesarosamente— la actitud de aprendiz de brujo que piensa que las palabras tienen más fuerza que las cosas, que lo importante es el hecho mismo del discurso retórico y no su contenido.
Fernando Fernández, rector de la Universidad Antonio de Nebrija, anima estos mismos días a unos y otros a reflexionar sobre lo que se ha hecho mal. No sólo lo que ha hecho mal el optimista antropológico, sino los satisfechos de otro tiempo y los quejosos de ahora. Nos encontramos, ciertamente, con la paradoja de que, creyendo ser hasta ahora los mejores de Europa, los que nos podíamos permitir cualquier cosa, somos de pronto (decir de pronto es una ironía) el país que tiene mayor tasa de paro, mayor tasa de inflación y mayor déficit exterior. Es decir, como apunta el economista citado, no hemos aprovechado catorce años de bonanza para conseguir resolver un grave problema de competitividad de la economía española que parece haberse convertido en crónico. Y que no lo van a resolver ni aires bonancibles llegados de fuera ni el descenso del precio del petróleo.
Para no ser objeto de chanzas similares a las del “Cándido” de Voltaire, en el que se ríe del que padece la manía de sostener que todo va bien cuando todo va mal, más nos valdría ajustar las velas, iniciar las reformas —estructurales— que faciliten la competitividad de las empresas españolas y, así, la creación de riqueza. Es preciso modificar los órganos reguladores, liberalizar determinadas estructuras, revisar el sistema laboral, abrir la economía a un mundo global y distinto. No es el presupuesto, por tanto, el único camino. Es más, el gasto excesivo es pan para hoy y, además de hambre para mañana, un “impuesto” más sobre los ciudadanos.
Hay otro Cándido, el de Sciascia, incómodo preguntón, que siempre está pidiendo cuentas a los dogmáticos optimistas, ya sean democristianos o comunistas. Haremos bien en preguntar por qué no hemos hecho todavía nada.
http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=02/09/2008&name=german
martes, septiembre 02, 2008
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