martes 30 de septiembre de 2008
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
Érase una vez un banquero que vivía en un país muy pobre, muy pobre, y muy lejano. La fórmula tradicional de los cuentos es apropiada para hablar del personaje, porque de Pedro Barrié no puede hacerse una semblanza al uso. ¿Qué fue realmente? Sí, un banquero, un empresario, un filántropo, fue todo eso y más cosas, pero de una manera muy distinta a lo que hoy se entiende por un hombre de empresa.
Tanto él como su obra parecen imaginarios en la Galicia de hoy. La historia reciente está tan mal contada, que muchos oirán con incredulidad que hubo un gallego adinerado que montó bancos, compañías energéticas, astilleros, al tiempo que patrocinaba obras públicas y hasta centros universitarios. Pedro Barrié era un hombre-Estado que erigió a su manera una autonomía financiera y empresarial, de la que hoy tendríamos que sentir nostalgia.
Los arqueólogos de la memoria histórica tienen con él un gran problema. Era franquista y benefactor. ¿Qué papel le damos entonces en esa película de buenos y malos que se está rodando ahora? Habría que desterrar el recuerdo del amigo del caudillo, y poner en el mayor de los pedestales al impulsor de Astano y Fenosa, pero resulta que ambos son la misma persona.
Capitalistas como él, adosados al régimen y comprometidos con su tierra, también los hubo en Cataluña y el País Vasco, a pesar de las leyendas que nos hablan de una feroz resistencia de sus burguesías a la dictadura. Hay Barriés vascos y catalanes, cuyo recuerdo se ha maquillado con delicadeza para convertirlos en catalanistas y abertzales que oraban ante el altar de Cambó y Arana después de festejar a Franco.
Como esos afeites aquí no se dieron, a Barrié lo tenemos en un limbo, y por eso hay que referirse a él como si fuera el protagonista de un cuento. El caso es que no existe en el panorama actual del capitalismo autóctono alguien que se pueda equiparar a él, no sólo en lo que respecta a su poderío económico, sino también a su influencia en los centros neurálgicos del Estado.
En los otros capitalismos que se mueven en el tablero hispano, sí hay Barriés o empresas, o entidades financieras que cumplen esa labor. ¿Qué es si no La Caixa o Caja Madrid, o qué otra cosa será la gran caja vasca que se está gestando en Euskadi? La gran virtud de Padro Barrié fue conocer los mecanismos del sistema político-económico y aprovechar sus resortes en beneficio de una comunidad desmejorada y lejana.
¿Qué engranajes tiene el sistema vigente? El más importante, el crucial, es contar con un poder financiero capaz de competir en las grandes cacerías empresariales. Si ese músculo financiero tiene además un poder político detrás empujando la operación en un discreto segundo plano, lo más seguro es que si no cae Endesa en la primera batida, caiga Fenosa en la segunda.
Todo lo cual, no quita ningún mérito al paso de gigante que da el capitalismo galaico en los últimos años, desmintiendo a las plañideras que lloraban la pérdida de la empresa pública como algo irreemplazable. Sobran magníficos ejemplos de aventuras espléndidas que asombran al mundo por su audacia. Nadie lo discute.
Pero falta algo. Algo que a Galicia le permita competir por Fenosa, estar en los grandes emporios de la energía o las comunicaciones, o adoptar la autopista si se queda huérfana. De ahí que el recuerdo de Pedro Barrié produzca nostalgia, y que escuchemos el cuento con la misma satisfacción que los niños al dormirse.
http://www.elcorreogallego.es/index.php?idMenu=13&idEdicion=1022&idNoticiaOpinion=348084
lunes, septiembre 29, 2008
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