domingo, septiembre 28, 2008

Carnen Posadas, Ela Jaime y Yo

lunes 29 de septiembre de 2008
ELA, JAIME Y YO

Desde hace meses tenía ganas de escribir un artículo para contarles mi experiencia como abuela. Jaime, mi nieto, está a punto de cumplir un año y si no he hablado hasta ahora de él es porque necesitaba tener un poco más de perspectiva. Para empezar, teníamos que conocernos. Lo que quiero decir es que nunca he entendido esos amores instantáneos que siente la gente, abracadabra, en cuanto nace un niño. Ya me pasó con mis hijas. Por supuesto, su nacimiento significó una gran alegría y una enorme ilusión, pero mi amor por ellas fue conformándose con cada sonrisa, con cada experiencia compartida, con cada descubrimiento de su personalidad. Como tuve a mis hijas con veinte años, hubo muchos detalles en los que no reparé cuando fui madre y que ahora me asombran como abuela. El hecho, por ejemplo, de que hay niños que tienen muy definido su carácter desde los primeros días de vida. Jaime, desde el primer minuto, demostró ser extremadamente sociable; le encanta la gente y sabe cómo ganársela con un arte que ya querría yo para mí, que llevo cincuenta años tratando de aprender tan útil estratagema. También su nacimiento me ha hecho reflexionar sobre los cambios de actitud que ha habido en esto de la abuelez. Recuerdo que, cuando nacieron mis hijas, mi madre y sus amigas tenían una actitud diferente de la que tenemos las abuelas de hoy. No es que no quisieran a sus nietos o se ocuparan menos de ellos, muy al contrario, pero me da la impresión de que el hecho de convertirse en abuela significaba para ellas el fin de la juventud. Tal vez por eso, para conjurar tan incómodo fantasma, todas las de aquella generación se hacían llamar cualquier cosa menos `abuela´. Se recurría bien a apelativos en otro idioma o sustitutivos y así se convertían en `oma´ o en `amatxu´, eso por no hablar de la horripilante `yaya´. A las de mi generación, en cambio, no nos importa que nos llamen `abuela´ con todas las letras, tal vez por la misma razón por la que antes una mujer jamás confesaba su edad y ahora la dice sin complejos. Y es que una de las ventajas de nuestro tiempo es que se han borrado las fronteras que encorsetaban las distintas etapas de la vida de las mujeres. En mi generación, cuando una cumplía dieciocho años, automáticamente se convertía en una `señorita´, más tarde se casaba y era una `señora´, luego tenía un nieto y su rasgo más distintivo era ser eso, una `abuela´. Y cada etapa tenía su vestuario y no digamos sus condicionantes, de modo que ¡ay de la fresca que siguiera comportándose como una señorita cuando era una señora o de una `yaya´ (horrible palabro) que no ejerciera de tal! Ahora, en cambio, una abuela viste vaqueros y a lo mejor liga más que sus hijas. Por eso no le importa que la llamen abuela, porque se sabe joven. Dicho esto, y como ya les he comentado alguna vez, yo no soy partidaria de olvidar la edad que tengo. Por eso intento caminar por el filo de la navaja de mi condición de abuela sin caer ni a un lado ni a otro. Ni del lado de las abuelas que se ponen minifalda y van dando el cante ni de las que se dan por vencidas y deciden que sus mejores años han pasado ya. Y tampoco pienso unirme a un discursito guay que le he oído a muchas de mis cofrades. Ellas dicen que lo mejor de su nueva condición es que pueden malcriar a sus nietos todo lo que se les antoje, que para eso son abuelas y no madres. Cuando oigo esto, me impresiona lo rápido que se instalan los discursos papanatas y lo corta que es la memoria. Basta echar la vista atrás para recordar lo mucho que nos molestaba como madres que la abuela (casi siempre la suegra) nos desautorizara maleducando a nuestro niño. Y a ti, Jaime, te diré, ahora que tienes un año, que espero que nos lo pasemos bien. Yo intentaré imitar en lo posible a Ela, mi abuela paterna, que era tan joven como para tirarse con nosotros del trampolín y tan estricta como para no permitir jamás que pusiéramos los codos en la mesa. También tenía un armario secreto lleno de regalos maravillosos que iba dosificando sabiamente… Sí, creo que lo haré así, porque ella fue de las personas más importantes de mi vida. Va por ti, Ela, donde quiera que estés. Gracias por hacer mi infancia tan feliz.

http://www.xlsemanal.com/web/firma.php?id_edicion=3487&id_firma=7110

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