martes, septiembre 30, 2008

Tomas Cuesta, De Velintonia a Catalonia

De Velintonia a Catalonia

TOMÁS CUESTA

Miércoles, 01-10-08
A mediados de julio de 1952, el señor Carles Riba se desplaza a Madrid a fin de entrevistarse con Gabriel Arias Salgado, ministro de Información del Régimen. Apenas un mes antes -en el transcurso de un mítico Congreso celebrado en Segovia por iniciativa de Santos Torroella- los grandes nombres de la poesía catalana, con Riba a la cabeza, habían compartido mesa, mantel y versos con sus colegas de más acá del Ebro cosechando un exitazo que ni José Tomás dejándose hincar el cuerno. ¿Había llegado el tiempo -se preguntaban muchos- de abandonar las covachuelas resistentes y presentar batalla en campo abierto? La figura de Riba iba de boca en boca, de tertulia en tertulia, de un cortadito a uno con leche. Se convirtió en antídoto contra el lirismo autárquico, funcionarial y espeso; contra la estática imperial (estática, no estética) y el complejo de culpa que, sin venir a cuento, acogotaba al poblachón manchego. No es raro, pues, que estuviese «triomfant», no sólo satisfecho. «Els catalans es van fer els amos», escribe Joan Oliver a raíz de la excursión a la meseta. Y se hicieron los amos, en efecto, ya que era de justicia rendirse a su talento. De justicia poética.
Un súbito ataque de autoestima explicaría por qué Riba, el Maestro, se plantó, aquel verano, en la garita de Gabriel Arias Salgado, el Centinela -¡Alerta!- de la moral y la decencia (Arias Salgado era tan meapilas y se tomaba a sí mismo tan en serio que se jactaba del número de almas que, gracias a su labor como censor, se habían salvado del infierno). Confiando en la tímida apertura que apadrinaba Ruiz-Giménez, el autor de «Elegies de Bierville» creyó que era viable que el franquismo otorgase, de pronto, el «nihil obstat» a una revista en catalán por muy lírica que fuera. Naturalmente, todo quedó en agua de borrajas y no se remató el soneto. (Bueno, no todo: a falta de otra cosa, Riba conseguiría que su hijo pudiera presentar la tesis doctoral saltándose los plazos académicos. Menos da una piedra).
Pocos días después, José Luis Cano, responsable de «Ínsula» (la nave capitana de la literatura de posguerra) se personó en el chalet de Velintonia a fin de hablar con Aleixandre de la necesidad imperiosa de continuar tendiendo puentes a los autores periféricos. El poeta se mostró dispuesto a ello sin ocultar, empero, sus recelos hacia el catalanismo, sus objetivos últimos y su auténtica meta: «Los catalanes -dice- no se contentarán con que se les autorice a imprimir libros en su lengua -algo a lo que, sin duda alguna, tienen pleno derecho-, sino que, en una nueva etapa, cuando la democracia llegue, si es que llega, querrán que en Cataluña sólo se enseñe el catalán y arrinconarán al castellano sistemáticamente».
Jordi Amat, en «Las voces del diálogo», un libro imprescindible si se pretende colocar los acontecimientos actuales dentro de su contexto, nos da cuenta cumplida de aquellas fechas y de aquellos hechos y todo lo anterior (excepto los errores, si acaso los hubiese) le pertenece por completo. Lo que aglutina a los personajes de su historia es que intentaron -lo mismo que Unamuno y Maragall en otra época- forjar un espacio en el que la confrontación se diluyera en el entendimiento. A Carles Riba le repugnaba Arias Salgado y, aún así, entróse en la caverna puesto que comprendió que la inacción y el victimismo desembocaban en una vía muerta. Vicente Aleixandre le vio el colmillo al lobo, la cola y las orejas, pero, aún así, empeñó su prestigio apoyando a la «llengua» frente a los desafueros.
Luego de medio siglo, el idioma de Riba, el de Manent, el del inmenso Foix («Sol, i de dol, y amb vetusta gonella...») ya no es un instrumento del espíritu, sino una herramienta que emplea sin recato -bien sea para aflojar la pela o bien para apretar las tuercas- una casta política voraz y analfabeta. Y, mientras los inquisidores medran y la estupidez campea, los creadores brillan por su ausencia. Al español se le ha expulsado de la escuela y el catalán carece de maestros. ¡Ay, don Vicente, y no quisieron creerle! De Velintonia a Catalonia. Este país es un poema.

http://www.abc.es/20081001/opinion-firmas/velintonia-catalonia-20081001.html

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