Alambrada
IGNACIO CAMACHO
Lunes, 29-09-08
TIENE razón Ibarretxe: hay una alambrada invisible que rodea el País Vasco. La ha tendido el nacionalismo como un silencioso muro de independencia psicológica, para encerrar en su interior el espeso, asfixiante microcosmos de una hegemonía étnica. Y luego ha construido, ya dentro de ese campo cercado, muchas más; vallas de coacción, de incomprensión, de chantaje, que compartimentan un laberinto de exclusiones en el que se estabula a los discrepantes y se separa a los diferentes con la precisión minuciosa de un designio político.
Cualquiera pueda verlas, si tiene los ojos abiertos. Yo mismo las he visto no pocas veces. He visto una densa alambrada de recelo en torno a las víctimas del terrorismo, estigmatizadas cuando se manifestaban para luchar por el derecho a expresar su desconsuelo. He visto las estacadas de silencio en las plazas donde unos pocos ciudadanos protestan tras algún atentado, señalados por el desdén indiferente -«ya están ahí ésos»- de sus propios conciudadanos. He visto auténticos congresos de escoltas alambrando de seguridad el entorno de cualquier edificio donde se celebrase un acto constitucionalista. He visto las barreras de impavidez que inmovilizaban a la Ertzaintza cuando algunos vascos eran agredidos por otros en su impasible presencia. He visto a simple vista, porque son fáciles de ver y de sentir y hasta de tocar, empalizadas de odio, setos de rencor, cercas de resentimiento, tapias de encono.
Dentro de esa alambrada vive una sociedad acomodada en la equidistancia, deshabitada de humanismo y de solidaridad, enferma de egoísmo, que no siente el dolor de sus conciudadanos amenazados, extorsionados o directamente asesinados. Y ejerce un Gobierno ajeno a otro drama que no sea el de su obsesión diferencialista. En ese territorio vallado por una pétrea coraza moral está la única oposición del mundo democrático obligada a transitar bajo la protección permanente de una vigilancia armada. Y una cierta Iglesia incapaz de distinguir a quienes padecen el sufrimiento de quienes lo provocan. Y una clase dirigente ensimismada por el disfrute de un generoso privilegio fiscal y una cuota de poder autónomo casi confederalizada.
Sí, hay alambradas, claro que las hay. Durante treinta años, el nacionalismo no ha hecho otra cosa que aplicarse a construirlas a base de victimismo para parapetarse tras ellas, para enfeudarse en su propio dominio, para delimitar un parque temático o una reserva del delirio soberanista. Y para imponer hacia dentro su designio excluyente y sectario, su explotación interesada del miedo que sembraban sus iluminados compañeros de viaje. Por un momento, en los últimos meses, surgió una leve esperanza de que alguien abriese una puerta de racionalidad en ese vallado impermeable y troglodita. Pero ayer, al nominar de nuevo a Ibarretxe como candidato, lo que se oyó al otro lado de la barrera fueron los martillazos que tratan de apuntalar la verja resquebrajada por un viento de libertad que tarde o temprano la acabará derribando.
http://www.abc.es/20080929/opinion-firmas/alambradas-20080929.html
lunes, septiembre 29, 2008
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