martes 17 de junio de 2008
ESTADOS UNIDOS
El partido de la derrota
Por David Horowitz
La mayor parte de las conversaciones sobre los comicios de noviembre giran en torno a qué candidato está más preparado para liderar a la nación ante los desafíos y amenazas que se avecinan. En mi opinión, sería mejor plantearse si acaso el Partido Demócrata no ha demostrado, con sus dichos y hechos, que no está capacitado en absoluto para tomar las riendas de la nación en estos tiempos de guerra.
En democracia, la crítica a la gestión del Ejecutivo es esencial; pero en los últimos cinco años el Partido Demócrata ha traspasado, en lo relacionado con Irak, la línea que separa la crítica de la guerra del sabotaje, algo que jamás había hecho ninguna formación americana.
En julio de 2003, cuando apenas habían pasado tres meses del inicio de la guerra, el Comité Nacional Demócrata difundió un anuncio que decía: "El presidente Bush está engañando al pueblo americano". Arrancaba así una campaña implacable, que sigue en marcha, destinada a convencer a los americanos y a sus aliados de que Bush mintió, y que por sus mentiras ha muerto mucha gente; que la guerra era "innecesaria", y que Irak no representaba "ninguna amenaza". Durante todo este tiempo, los líderes del Partido Demócrata han estado contando a sus conciudadanos, así como a los amigos y enemigos de América, que ésta es una nación agresora que ha violado el derecho internacional y que, de hecho, desempeñó el papel de chico malo en la guerra contra el régimen de Sadam Husein.
El primer principio de la guerra psicológica estipula la destrucción de la moral del comandante en jefe del enemigo y desacreditar la causa de éste. Bueno, pues justamente eso es lo que han hecho en el último lustro los demócatas. Joe Lieberman fue la honorable excepción, y acabó abandonando el partido...
A los demócratas sólo les salvaría el que sus acusaciones fueran ciertas; es decir, si se demostrara que dieron su apoyo a la guerra porque fueron engañados, y que cuando se dieron cuenta corrigieron su posición. Lo que pasa es que esto es demostrablemente falso.
La afirmación de que Bush mintió para engañar a los demócratas y conseguir así el apoyo de éstos a la guerra es la mayor de las mentiras que se han soltado durante todo el conflicto. Todos y cada uno de los senadores demócratas que votaron a favor de la guerra tuvieron en sus manos, antes de la votación, un informe de cien páginas, titulado "The National Intelligence Estimate", en el que se resumía toda la información de que disponía la inteligencia americana sobre Irak. Dicho documento fue empleado para justificar la guerra.
Vivimos en una democracia; en consecuencia, el partido de la oposición tiene acceso a todos los secretos. Hay demócratas en el Comité de Inteligencia del Senado, que supervisa todas las agencias de inteligencia del país. Si alguno de ellos, por ejemplo el senador John Kerry, hubiera solicitado cualquier información, habría dispuesto de ella en 24 horas. La afirmación autoexculpatoria de que Bush mintió para engañar a los demócratas es un soberano fraude.
Los demócratas cambiaron de opinión sobre la guerra por una sola razón: en junio de 2003, el ultraizquierdista Howard Dean iba lanzado a hacerse con la nominación del partido gracias a un discurso que destacaba que América era el malo de la película y que había que salir de Irak.
Lo de que Irak no representaba amenaza alguna es otra falsedad. El ex vicepresidente Al Gore dice ahora que no era "ninguna amenaza" debido a su carácter "frágil e inestable". Así las cosas, cabría decir lo mismo del Afganistán del 10 de septiembre de 2001. Afganistán tiene la mitad de territorio que Irak, y es mucho más pobre e inestable; no tiene petróleo, y, a diferencia del de Sadam, el Gobierno de los talibán no invadió dos países ni utilizó armas químicas contra su propia gente. Ahora bien, al proporcionar asilo a terroristas, Afganistán permitió a Ben Laden hacer lo que ni los alemanes ni los japoneses lograron en los seis años que duró la II Guerra Mundial: atacar a América en América. Por eso el mismo Al Gore proclamó, en febrero de 2002, o sea, un año antes de la guerra, que Irak era "por sí misma" una "virulenta amenaza" y pidió al presidente Bush que tomara "medidas excepcionales" para hacer lo que fuera necesario para parar los pies a Husein.
La más interesada y engañosa de las mentiras esparcidas por los demócratas es ésa de que se puede apoyar a las tropas y estar en contra de la guerra. Pues no, no se puede. No se le puede decir a un chaval de 19 años que se está jugando la vida en Faluya que no debería estar ahí, que su bando es el de los malos, los agresores, los ocupantes, que no tienen derecho moral alguno a estar en Irak. No se le puede decir eso sin minarle la moral, privarle de aliados, alentar a sus enemigos y, sí, ponerle en peligro. Bueno, pues eso es justamente lo que han estado haciendo los demócratas, todos los demócratas, desde que América lucha por que los terroristas no se alcen con la victoria en Irak.
Por todo lo anterior, el Partido Demócrata no está preparado para comandar la nación en estos tiempos de guerra. Otorgarle tal responsabilidad sería arriesgarnos a desatar una tragedia de proporciones épicas.
http://exteriores.libertaddigital.com/articulo.php/1276234933
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