jueves, junio 19, 2008

Agapito Maestre, Hombres representativos

viernes 20 de junio de 2008
FILOSOFÍA
Hombres representativos
Por Agapito Maestre
Este libro es una de las grandes obras del predicador, poeta y filósofo del Massachusetts puritano. Emerson (1803-1882) es un clásico de la literatura y la filosofía de EEUU.

Hombres representativos es una de las obras clave de un filósofo pionero de la filosofía oficial de EEUU, que casi siempre fue leído, paradójicamente, al margen del canon filosófico. El lector de este libro hallará en él algunos argumentos para la explicación de esta paradoja, entre los que cabe destacar la belleza mágica de su escritura. Las frases de Emerson son mágicas. Cada una de ellas contiene un misterio. Un problema.

La escritura es todo para Emerson. Excepto el pensamiento, no existiría razón alguna en el mundo para abandonarla. El tipo de escritura de Emerson nos determina su posición en la historia de la filosofía. Al situarse al nivel del leguaje de las urgencias vitales, Emerson no sólo descarta un vocabulario específico y técnico de carácter filosófico, sino que se convierte en el gran pensador de lo cotidiano, de lo ordinary. Su escritura logra sintetizar la potencialidad política, religiosa y, en fin, común del lenguaje, porque pone toda su atención en captar lo sublime a través de lo cotidiano. Y, sin embargo, Emerson siempre fue visto con recelo por los filósofos profesionales, seguramente, porque la profesionalización de la filosofía es una de las maneras más refinadas de represión contra la propia filosofía, que en el caso del filósofo Emerson, verdadero pionero de la creatividad filosófica de Norteamérica para el resto del mundo, reviste caracteres de crueldad.

Emerson, en efecto, fue uno de los primeros norteamericanos, junto a su amigo Thoreau, que aportó novedades al pensamiento occidental. No fue un simple discípulo o imitador de los filósofos del Viejo Mundo. Emerson fue un gran filósofo de EEUU que influyó en el pensamiento europeo, pero, desgraciadamente, este acontecimiento, en realidad, la originalidad creativa del americano, ha pasado desapercibida, o peor, negada por la llamada filosofía académica de su propio país. Quizá el caso de Emerson responda a la visión de Rorty sobre la filosofía en los EEUU, a saber, "hay dos tipos de filosofía: una es la analítica, que se enseña en los departamentos de filosofía, y otra es la que se enseña en todos los demás lugares excepto en los departamentos de filosofía".

En fin, mientras que entre los profesionales de la filosofía Emerson fue raramente leído como filósofo, por el contrario, los grandes filósofos y pensadores europeos pronto leyeron a Emerson. Los nombres de J. S. Mill, Coleridge, Wordsworth y Carlyle, entre otros muchos ilustres del pensamiento y la literatura europea podrían esgrimirse para hablar de la originalidad de la ideas de Emerson, pero, sin duda alguna, sería Nietzsche el primer gran filósofo en reconocer el valor de su pensamiento. La tercera "consideración intempestiva" de Nietzsche, así como algunas partes de la Genealogía de la moral, son incomprensibles sin Emerson. De hecho, el redescubrimiento de los vínculos entre estos dos autores ha llevado a algunos filósofos y críticos literarios contemporáneos, en uno y otro lado del Atlántico, a una nueva lectura de Emerson. Esta interpretación muestra, por encima de otras consideraciones, la relevancia de la obra de Emerson en el interior del canon filosófico.

Esta revalorización filosófica de la obra de Emerson ha roto con una imagen de la tópica optimista que había rodeado a este autor. Tópica optimista que tenía mucho que ver con los no menos tópicos rasgos del carácter norteamericano: hombre sano, buenazo y un poco obtuso. Emerson vendría a ser por decirlo con las palabras del gran Santayana, en La tradición gentil, "un alma entusiasta e infantil, insensible a la evidencia del mal". Las lecturas más actuales de Emerson dicen adiós, definitivamente, a esa concepción de la filosofía profesional que presentaba a este autor como una especie de optimista sin solución, alguien incapaz de ver y analizar el mal en el mundo.

El acercamiento a Emerson a través de ese lazo con Nietzsche, o sea, con un inteligentísimo pesimista, conseguirá superar ese lugar común que asocia la fe de Emerson en la bondad esencial del cosmos a una extraña nobleza que habitaba en su propia alma. Quien lea hoy a Emerson con los ojos de Nietzsche no tendrá más remedio que poner entre paréntesis las lecturas que lo hacen demasiado dependiente de la literatura clásica oriental, especialmente de esa obra corta y honda que es el Bhagavad Gita. Merced, en fin, a esa lectura nietzscheana de Emerson queda desterrada la interpretación convencional que hace de nuestro autor una especie de Pope exagerado, un literato y ensayista que llevaría hasta sus últimas consecuencias el perfeccionismo cósmico del poeta Pope: "Todo lo que es, está bien".

William Gass, Harold Bloom y, sobre todo, los filósofos Stanley Cavell y Cornel West, en las últimas décadas, han mostrado con maestría que el infortunio, la desgracia y el destino también fueron cuestiones decisivas en la obra de Emerson. No todo tenía una explicación ideal. A Emerson, un lector apasionado del Libro de Job, no podía pasar por encima la principal enseñanza del texto bíblico: nada hay parecido a la justicia perfecta. No hay compensación o recompensa alguna a los hombres buenos. No obstante, esta nueva lectura de Emerson no está reñida o, al menos, no logra superar la de un Emerson optimista, expansivo idealista, democrático e individualista. Emerson, sí, es el pensador clásico con todos los rasgos de eso que se conoce por el carácter estadounidense.

Predicaba y fue un intelectual independiente; escribió "la declaración de independencia intelectual" de EEUU en su obra El intelectual americano. Desde entonces hasta hoy, todos los norteamericanos se han enorgullecido y vanagloriado de la "infinitud del hombre particular", la integridad de la mente individual, sin ataduras ni dependencias. Precisamente, porque este autor confiaba en sí mismo, según declaró, en su ensayo Autoconfianza, pudo leer con mirada limpia la grandeza, la excelencia, el carisma racional que anida en los grandes hombres de todas las épocas. He ahí la enseñanza fundamental de esta obra. Un repaso a la vida y obra, al pensamiento vivo para todos los tiempos, de Platón, Swedenborg, Montaigne, Shakespeare, Napoleón y Goethe.

Aunque alejados unos de otros en tiempo e ideas, en formas de vida y de escritura, hay algo, quizá un estro o pálpito intelectual, que los acerca. Su singularidad y diferencia lejos de enfrentarlos, o excluirse unos a otros, los acerca. Viven en armonía en una genuina comunidad, sí, en una comunidad que no excluye a los individuos, a pesar de que "en todas partes, según Emerson, la sociedad conspira contra la mayoría de edad de cada uno de sus miembros". ¿Qué tuvieron todos esos hombres en común? A la luz de esta obra, no creo que sea erróneo decir que todos ellos fueron fieles a sí mismos. A su obra. Todos ellos compartirían las palabras de Emerson: "Feliz aquél que examina sólo su propio trabajo para saber si tendrá éxito, nunca los tiempos o la opinión pública; y que escribe porque quiere impartir ciertos conocimientos y no por la necesidad de vender –que escribe siempre para el amigo desconocido".

Hombres representativos es una obra excelente. Magnánima. Un ensayo sobre la fidelidad en sí mismo –"Confía en ti mismo, porque cada corazón vibra con esa cuerda de acero"– a través del descubrimiento de la excelencia de seis biografías, seis ensayos filosóficos, de otros tantos escritores y políticos del pensamiento occidental, precedidos por un ensayo sobre las claves de la grandeza de los hombres, o sea, sobre los "hombres representativos".

Emerson viajó por Europa. Allí por donde pasó entabló relación con los grandes de su época, y de todos ellos aprendió y, sobre todo, sintió un fuerte sentimiento de respeto por el hombre excelente, representativo siempre por espíritu de superación. Quizá este libro sea una muestra más de agradecimiento a esos grandes hombres que le entregaron su amistad. Las semblanzas filosóficas que aquí hallamos son inolvidables. Basten estas seis frases para estimular su lectura. 1. Platón capta los hechos cardinales. 2. Swedenborg nació en una atmósfera de grandes ideas. Es difícil decir lo que era suyo, aunque su vida estuvo dignificada por las imágenes más nobles del universo. 3. Sobre Montaigne: La adaptación es la peculiaridad de la naturaleza humana. El sabio escéptico quiere tener una visión cercana del mejor juego y de los jugadores principales, de lo mejor del planeta, el arte y la naturaleza, los lugares y los acontecimientos, pero, sobre todo, de los hombres. 4. Shakespeare sabía que la tradición suministra una fábula mejor que cualquier invención. 5. Bonaparte debe su predominio a la fidelidad con que expresa el tono de pensamiento y creencia, los objetivos de las masas de hombres activos y cultos. 6. Goethe no usaría una palabra que no cubriera una cosa.

Magnífica es la edición de esta obra. La introducción circunstancia, contextualiza y, sobre todo, actualiza de modo sugerente el texto de Emerson. La traducción es eficiente. Sincera. El sentido de la traducción es auténtico.


RALPH WALDO EMERSON: HOMBRES REPRESENTATIVOS. Cátedra (Madrid), 2008. Edición y traducción de Javier Alcoriza y Antonio Lastra.


http://libros.libertaddigital.com/articulo.php/1276234968

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