miercoles 7 de mayo de 2008
HUMANIDADES
Juan Manuel de Prada y Javier Marías, contra la libertad y la verdad
Por Santiago Navajas
Mil novecientos cuarenta y cuatro fue un año decisivo para la libertad y la verdad: Hayek publicó Camino de servidumbre, el libro de política económica que sentó las bases del liberalismo contemporáneo, y el matemático polaco refugiado en EEUU Alfred Tarski produjo un artículo: "La concepción semántica de la verdad y los fundamentos de la matemática", que iba a dar nuevos bríos a la concepción de la verdad como correspondencia, que se remonta a Aristóteles.
Tanto la libertad como la verdad habían perdido prestigio y valor a manos del fenomenalismo, el positivismo, el idealismo, el sensacionalismo, el pragmatismo, el existencialismo, el marxismo... Hayek y Tarski vieron en Karl Popper, con su concepción falibilista del conocimiento (Conjeturas y refutaciones) y su crítica implacable de los sistemas totalitarios de pensamiento (La sociedad abierta y sus enemigos), una combinación ideal de sus preocupaciones. El vínculo entre liberalismo y realismo crítico se había anudado inextricablemente.
Pero la libertad y la verdad, entendidas desde una perspectiva liberal y racionalista, vuelven a estar en cuestión; y es que un fantasma cínico recorre el mapa de las Humanidades, a lomos del relativismo y la deconstrucción. El filósofo británico Bernard Williams (recientemente fallecido) advierte en su último libro, Verdad y veracidad, contra los "negadores de la verdad", ya que pueden hacer que olvidemos el valor de la verdad; y entonces, sigue advirtiendo, puede que lo perdamos todo. Asimismo, analiza la retroalimentación entre la libertad y la verdad en el marco interno del liberalismo, y afirma: "La exigencia de veracidad puede ser un instrumento del liberalismo, sirviendo como primera línea de la crítica de la injusticia".
Este vínculo entre verdad y libertad se puede romper. Por ejemplo, cuando se éstas vinculan a algún mito fundamentalista, de tipo ideológico o religioso: la verdad, entonces, se fosiliza en principios que se convierten en dogmas. Frente a este fundamentalismo de la verdad, que ocasiona una paradójica libertad como obediencia a lo que no es racional, Popper reivindicaba una flexibilidad inherente a los principios, permanentemente puestos en cuestión y potencialmente refutables tanto por los hechos como por otros principios. El referido vínculo también puede quebrarse si la flexibilidad y la falibilidad inherentes a los principios del sistema liberal y el racionalismo crítico se emplean para disolverlos en el ácido del cinismo inerte.
Las anteriores son las dos posiciones que gozan de más predicamento en el ámbito de las Humanidades y las Letras. Así, Juan Manuel de Prada, desde el conservadurismo extremo, vincula la verdad y la libertad con el dogmatismo religioso. José Carlos Rodríguez se ha encargado de desmontar tal operación en esta misma Casa. Por su parte, y desde donde se difuminan los criterios de demarcación entre ficción y lenguaje referencial, Javier Marías ha defendido, en su discurso de ingreso en la RAE, que "contar, narrar, relatar es imposible, sobre todo si se trata de hechos ciertos, de cosas en verdad acaecidas". En la estela de Baudrillard, Marías se apunta al Club de los Asesinos de lo Real.
Si Vargas Llosa había defendido "la verdad de las mentiras" como vía de conocimiento del mundo real a través de las entidades de ficción, Marías da ahora una vuelta de tuerca hacia la indeterminación estructural del discurso para proclamar "la mentira de las verdades". Cree que la imprecisión del discurso, la subjetividad inherente a las perspectivas desde las que se hace el relato, así como la diferencia estructural entre el orden de la narración y el orden de la realidad, imposibilitan la noción de referencialidad de cualquier texto. Es decir, que la realidad queda indeterminada porque no podemos salir del lenguaje, que nos aprisiona como si fuéramos moscas en una botella cerrada.
Este escepticismo respecto a la posibilidad de cualquier discurso referencial desemboca en el fetichismo del texto. Sólo una verdad es posible, según el autor de Todas las almas: la que establece el propio texto con el mundo del significado, entendido éste como una especie de mundo platónico de entidades ficticias. Si Vargas Llosa tiene una concepción del novelista como competidor de Dios, en el sentido de que sus creaciones ficticias aspiran a hacer emerger microcosmos de significados complementarios del mundo real, Marías proclama "la muerte de Dios" y la divinización del novelista, que ya no complementa el mundo real, sino que lo sustituye.
Afortunadamente para la verdad y, como veremos, para la libertad, esta concepción, aunque refleja la moda dominante en el ámbito de las Humanidades, no es la única. Frente a la idea de que el lenguaje es un océano en el que estamos inmersos y del que no podemos salir para respirar está la concepción realista de que el lenguaje es un objeto al que damos varios usos. No pertenecemos al lenguaje, sino que nos apropiamos de él, lo modificamos, aprendemos unos equivalentes e incluso creamos otros nuevos.
Desde esta perspectiva del lenguaje como un instrumento que dominamos para resolver problemas se entiende la distinción entre ficción y relato referencial que Marías, desde el paradigma posmoderno, pretende difuminar. Mientras que la verdad inherente a los discursos de ficción se basa en la lógica de los mundos posibles y las situaciones contrafácticas, la verdad en sentido referencial se articula según las condiciones de posibilidad que le marca la lógica clásica y la investigación factual.
El corolario que afecta a la libertad es trivial. En el caso de Juan Manuel de Prada, su concepto antiliberal de libertad es equivalente al doblepensar que denunció Orwell, según el cual, por ejemplo, a la guerra se denomina "paz". En cuanto a Marías, si no hay lugar para la verdad extramental, en cuanto que la relación entre el lenguaje y el mundo está cortocircuitada, entonces cualquier imperativo de orden moral resulta estrictamente convencional, es decir, arbitrario. Parafraseando a Ivan Karamazov, si la verdad no existe, todo está permitido.
El poder del lenguaje para configurar el mundo y el poder de la conciencia para realizar elecciones vitales, los dos fundamentos de la modernidad liberal, son puestos en cuestión por el solipsismo subjetivista y autorreferencial que propone Marías. Porque el infinito de posibilidades que se despliega con la opera- infinitamente-aperta equivale lógicamente a la destrucción de las elecciones racionales basadas en la verdad –falible, parcial, perfectible, en proceso–, que es donde reside la fundamentación de la libertad.
http://revista.libertaddigital.com/articulo.php/1276234689
ReseñaCamino de servidumbreFriedrich A. HayekAlianza Editorial, Madrid, 2000287 páginas
Hacia el totalitarismo
Por Daniel Rodríguez Herrera
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En plena segunda guerra mundial, Hayek observó que la lucha contra el nazismo no estaría completa si no se combatía la raíz de los fenómenos totalitarios que arrasaban Europa. Por esta razón, a modo de advertencia, se puso a escribir un libro pequeño, en el que pensaba que sólo ponía de manifiesto una serie de obviedades sobre las consecuencias inevitables de la planificación central de la economía. Pese a que el autor nunca estuvo del todo satisfecho de ella, esta obra se convertiría en la más leída de entre las suyas, y en uno de los ensayos políticos más importantes del siglo XX.Hayek conocía perfectamente los problemas económicos que inevitablemente trae consigo el comunismo, después de su papel central (junto a su maestro Mises) en el debate sobre la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo. Sabía, pues, que ninguna de las formas totalitarias que entonces gobernaban en Europa (nazismo, fascismo y comunismo) traería ningún bien, sino una mayor miseria. Pero quedaba por desentrañar que el horror profundo del gobierno absoluto, las matanzas masivas, la destrucción absoluta de la libertad, eran también una consecuencia inevitable del colectivismo.La tesis principal de este libro es que los fines no importan si el medio empleado es la planificación económica centralizada. Todos los regimenes políticos que la enarbolan como solución terminan pareciéndose como gotas de agua, llevando a la destrucción de la democracia y obligando a los ciudadanos a recorrer el camino de servidumbre al poder político.Muchos aducían, y aducen, que la planificación sólo afecta a la libertad económica, olvidando que sin propiedad privada estamos siempre a merced de los demás. Y cuando el propietario único es el Estado, la dependencia del mismo difiere muy poco de la esclavitud.Pero Hayek va más allá. Vamos a poner un ejemplo de sus razonamientos. Muchos creen que el totalitarismo puede ser bueno si sus dirigentes también lo son. Lo que indica Hayek es que dichos dirigentes serán siempre lo peor de entre los más criminales. Este hecho, que la historia ha corroborado en innumerables ocasiones, es demostrado con sencillez y lógica: puesto que para gobernar de forma totalitaria hay que imponer los fines del colectivo sobre los del individuo, el dirigente deberá coaccionar a muchísimas personas. Esa coacción tomará las repulsivas formas del encarcelamiento, la tortura y el asesinato. Sólo podrán dirigir, por tanto, aquellos que estén dispuestos a tomar esas medidas para imponer sus tesis, es decir, los peores elementos de la sociedad.Lo más asombroso de este libro es su renovada actualidad. Su descripción de las formas y modos que emplea el totalitario resultan de inmediata aplicación a situaciones tan aparentemente distintas como el régimen nacionalista vasco o el perenne desastre argentino. Sigue, por tanto, siendo necesaria la advertencia que contienen sus páginas. Quizá siempre lo sea.
http://www.liberalismo.org/articulo/45/
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