miercoles 5 de marzo de 2008
El enigma del 9 de marzo
Lorenzo Contreras
A cuatro días de las elecciones generales, una pregunta elemental pide paso: ¿para qué ha servido el segundo “gran debate” televisado Zapatero–Rajoy? La respuesta puede ser plural, pero lo más probable es que resuene un clamoroso “para nada”. Clamorosamente sordo, eso sí. Las famosas encuestas que se organizan cuando la cuestión, una vez terminado el segundo debate, está de cuerpo presente, abordan siempre diagnósticos dispersos y nada dignos de fiabilidad. Ya ocurrió con el primer debate, a cuyas resultas pudo alcanzarse una primera conclusión: empate o combate nulo. Luego, como acaba de ocurrir ahora, surgieron interpretaciones periodísticas y políticas que apuntaban al k.o. técnico para alguno de los contendientes o a victorias abrumadoras de signo opuesto. El titular de El País, “Zapatero tumba a Rajoy”, es todo un acto de fe, si por fe entendemos, como es clásico decir, creer en lo que no se ve.
Todas las agencias encuestadoras han sido movilizadas para llevar al electorado el regalo de la confusión. Se ha aprovechado malos momentos de los líderes enfrentados para extremar las conclusiones. Mariano Rajoy “mentó la bicha” de la guerra de Iraq y el 11–M, y Zapatero miró hacia otro lado cuando le pusieron ante las narices la cuestión del terrorismo. Pero, pese a todo, en esos puntos tuvieron tristemente que enzarzarse, con desafío para los respectivos nervios. Quien más los perdió fue sin duda Zapatero, que no tuvo inconveniente en invadir los turnos del contrario, violando las reglas de juego que se habían acordado por parte de los organizadores. La invitación saducea de ZP a establecer un compromiso de apoyo a la política terrorista futura, cualquiera que ella sea, ha representado dialécticamente uno de los más acabados ejemplos de juego sucio. A uno le recordaba aquella farisaica pregunta a Jesús de Nazaret sobre el pago del tributo al César. La respuesta, en el caso presente, también es lo que a cada cual le corresponda: a quien negocia con asesinos, ni agua; y a quien se niega a pagar el tributo de adhesión en tales circunstancias, el aplauso como mínimo.
No se debatió apenas sobre el futuro de España, su integridad territorial y el papel del Estado. Sólo fugaces alusiones. El gran problema de la corrupción estuvo ausente. Por algo sería. Y en el repertorio de asuntos candentes que tachonan el recorrido de la moderna democracia española, los grandes puntos negros del socialismo felipista no se evocaron para contrarrestar, desde el PP, las mortificantes alusiones de ZP a las aventuras aznaristas. De manera que el pasado fue traído a colación, por parte socialista, a beneficio de inventario, extendiendo una capa de espeso olvido sobre la famosa estrategia antietarra de la cal viva y toda aquella etapa felipista que acabó con un ministro del Interior en la cárcel. Pero, como queda dicho, el pasado fue tabú cuando convino que lo fuera.
¿Para qué recordar a Felipe González, usado en plena campaña zapaterista como “criterio de autoridad” para seducir a los ingenuos dispuestos a creer que Rajoy es un imbécil? En un debate preelectoral de este voltaje, el señor Rajoy desistió de instrumentar su propia defensa mediante la denuncia de los golpes bajos. No hubo réplica.
Ciertamente, el cuestionario al que acudir era sobreabundante en otros aspectos y no parece lógico memorizar todo lo que ocupó el extenso cara a cara. Sobre la cuestión lingüística que va contribuyendo a desvanecer la identidad de España apenas se profundizó. Sólo alguna que otra anécdota. Y se trata de una cuestión vital.
Una valoración del cara a cara no puede concretarse en una enumeración de enunciados. La verdadera conclusión a la que se podría llegar es que probablemente el elector irá a las urnas del 9 de marzo sin haber resuelto sus dudas. Y en este punto, el sector de indecisos no ha ofrecido en las encuestas de urgencia “postdebate” pistas orientadoras. Sólo cree saberse que la participación electoral va a ser elevada. Pero nada garantiza que las cifras altas sean capaces de deshacer el fantasma del empate, por más que impere el viejo criterio de que a mayor participación mayor ventaja para la llamada izquierda. En todo caso, por más que se extreme la seguridad, el terrorismo etarra, o cualquier otro, tiene reservada alguna palabra determinante, si decide utilizarla.
http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=05/03/2008&name=contreras
miércoles, marzo 05, 2008
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