jueves 6 de marzo de 2008
El mejor gestor para un negro futuro es lo que importa
Ismael Medina
H AN terminado los debates más jaleados, resta poco tiempo para las promesas y para los alardes mitinescos, los columnistas están exhaustos, los encuestadores arriman sus ascuas a las sardinas de sus clientes y las urnas ya están prestas para que cada presidente de mesa las desvirgue.
El domingo por la noche conoceremos los resultados y, como siempre, casi todos jugarán a la oca con los números para presumir que algo ganaron aunque poco o mucho perdieran. Pero el lunes nos enfrentaremos atónitos a una omisa pregunta: ¿Hemos acertado a elegir al mejor gestor para capear el bravío temporal que se cierne sobre una España territorialmente desgarrada, un Estado sin crédito internacional y una economía en bancarrota? Un análisis sereno de la situación y una decisión acorde a la hora de votar sería lo exigible en una coyuntura aciaga como la que padecemos. Pero difícilmente puede esperarse de una sociedad que contempla las ofertas electorales igual que si asistiera a la disputa entre los dos equipos de fútbol a cuyas siglas se entregaron con visceral unción y ovejuno seguidismo, aún a despecho de unos penosos resultados.
Hago caso omiso de mi percepción personal sobre los encorsetados debates estrella entre Rodríguez y Rajoy, el precedente entre Solbes y Pizarro o los taifales. Tampoco me importan si tuvieron una descomunal audiencia televisiva. Y menos aún los resultados de las encuestas inmediatas sobre quien ganó y quien perdió, fácilmente manipulables por el partido que mejor maneja el agit-prop. Lo que importa en esta hora crítica para España es cotejar las promesas con la realidad. Las campañas electorales me han recordado siempre una versión crecientemente tecnificada de aquellos sacamuelas feriales de mi ya muy lejana infancia que prometían duros a peseta y, además, regalaban una cuchilla de afeitar y hasta un peine de propina. El infeliz que picaba se quedaba sin duro, sin peseta y sin peine. En el mejor de los casos se llevaba la cuchilla de afeitar que habría podido comprar por unos pocos céntimos.
RETORNO A LA ESPAÑA DEL REY FELÓN
DURANTE las dos últimas semanas de reiterados viajes en tren, dos de ellos por la pérdida de una entrañable amiga de juventud, he podido dedicar muchas horas a la lectura. Es una de las grandes ventajas del tren convencional sobre otros medios de transporte. El libro estrella de esta dedicación ha sido la biografía de Alejandro Aguado de mi gran compañero de múltiples e ilusionadas andanzas Armando Rubén Puente, un inteligentísimo hispanoargentino al que conocí en la Asociación Cultural Iberoamericana recién llegado a Madrid, allá por 1943. Una biografía apasionante la de Alejandro Aguado, un sevillano de buena familia que muy joven comenzó combatiendo en la Guerra de la Independencia contra las huestes de Napoleón, lo hizo luego al mando de una unidad de lanceros españoles en el el ejército invasor y exiliado en Francia y sin recursos se convertiría en un poderoso financiero enfrentado con éxito a los Rotschild y en el banquero del rey de España, aquel gran felón que fue Fernando VII, del que recibió el título de marqués de las Marismas del Guadalquivir, pobre premio para los muy valiosos servicios que prestó a España, aún a riesgo más de una vez de su posible ruina personal. Asunción de riesgos que le permitieron enriquecerse aún más de lo que ya era. Los banqueros no prestan servicios al poder político si no obtienen a cambio sustanciosas contraprestaciones.
LOS PODEROSOS SE ALIAN CON LOS QUE MANDAN AUNQUE SEAN EXTRANJEROS
LO más sugestivo del libro de Puente no radica, sin embargo, en la documentadísima y apasionante biografía de Alejandro Aguado, sino en los antecedentes y desarrollo de la Guerra de la Independencia, amén de sus nefandas consecuencias políticas, económicas y sociales para España, entre ellas la subsiguiente invasión de los Cien Mil Hijos de San Luís y un caos financiero que generaría un insoportable endeudamiento exterior y un descrédito internacional al que contribuyeron la desastrosa gestión gubernamental, los falaces vaivenes de Fernando VII, la enajenación de nuestras principales fuentes de riqueza y la emancipación de las provincias hispanoamericanas. Pero fue aún más letal de cara al futuro el estallido y cosificación de la ruptura entre dos bandos irreconciliables que en adelante daría pie al tópico de las dos Españas. Una quiebra partidista que ha llegado a nuestros días y reproduce en todos sus aspectos, incluidos los separatismos periféricos, la polarización electoral a que asistimos. Ahora que se conmemora el bicentenario del alzamiento popular del 2 de mayo de 1808 tengo para mí que el riguroso reportaje histórico de Puente es el más serio y ameno relato que se ha escrito en las últimas décadas sobre un periodo caótico que abarca medio siglo. Y cuya proyección sobre nuestra historia reciente y el hoy perentorio aporta agoreras analogías. No sólo en materia económica. La primera de ellas, a la que aludí en mi anterior crónica, se refiere a la identificación persistente entre los progresistas de unos u otros tiempos y la alta burguesía del dinero y de la aristocracia cortesana. O en términos actuales, entre izquierda y dinero. Una promiscuidad de intereses adobada con el "borboneo" de que hizo gala Fernando VII, luego reiterado por la mayoría de sus sucesores.
Las buenas intenciones modernizadoras de José Bonaparte quedaron en barbecho por toda una serie de concausas a las que no fueron ajenos el aislamiento a que le sometieron sus generales y el propio Napoleón, amén de la rapacidad siempre insatisfecha de sus tropas, cuyos mandos superiores se dieron a un saqueo sistemático de los tesoros de arte de templos, conventos, museos y bienes particulares de los acaudalados, los menos, que no hicieron causa común con los invasores. Adquiere un vivaz dramatismo goyesco el relato de la retirada final de las tropas napoleónicas con multitud de carromatos atiborrado de los tesoros robados y llevando tras de sí una interminable caravana de ricas calesas en que viajaban hacia el exilio los terratenientes, aristócratas, ricos burgueses, militares y políticos que habían compartido beneficios, saraos y amancebamientos con los invasores. Y con ellos parte de su servidumbre y pobres gentes a las que aguardaba un penoso destino. Atrás quedaba una España sumida en la ruina, con los campos asolados, una hambruna recrecida y en la que cobraban sangrienta venganza un pueblo embravecido. Una pavorosa realidad que se repetiría de manera intermitente hasta la mitad del siglo XX.
¿Acaso el sino irremediable de los imperios en decadencia sea que, como ocurre con los moribundos, tienen un momento de esperanzadora lucidez antes de expirar? ¿Fue en nuestro caso el espectacular desarrollo económico y social alcanzado durante el franquismo y que sirvió de asiento al cambio pacífico hacia la monarquía parlamentaria y partitocrática?
DE NUEVO NOS ENFRENTAMOS A UN NEGRO HORIZONTE
"EL panorama se ha ennegrecido" titulaba el profesor Velarde Fuertes su crónica semanal más reciente en "ABC" (03.03.2008). Aportaba datos apabullantes acerca de la recesión económica sobre la que caminamos y que, según todos los pronósticos, incluso los más optimistas, se agravará durante el presente año y se arrastrará durante cuatro o cinco más. Resumo: el bono español estatal a diez años cayó en su cotización y su rentabilidad se situó en el 4,27%, con el consiguiente incremento del riesgo país y la desconfianza incrementada de los inversores extranjeros; el PIB sigue a la baja y los analistas anuncian que no superará el 2,6 en el curso de 2008; desciende la producción industrial; el IPC se mantiene en el 4,4%, a la cabeza del incremento en los 15 países más industrializados y, por supuesto, de la eurozona; el déficit de la balanza de pagos ascendió a final de 2007 a 136.00 millones de euros, el segundo del mundo entre los cuarenta y tres países que tienen algún peso en la economía mundial, déficit que habrá de refinanciarse a corto plazo; el paro se desmanda y supera las abrumadoras cotas que dejaron tras de sí los gobiernos carroñeros de Felipe González; nuestra competitividad está por los suelos; y, en fin, el índice de la Bolsa de Madrid había perdido el 13,6% en los últimos dos meses.
Añádase a todo lo anterior un descenso acusado de la producción agraria como consecuencia de la sequía, la pésima defensa de nuestros intereses agropecuarios en la Unión Europea y un exasperante aumento del diferencial entre los precios en origen y los de venta final al consumidor. Y asimismo, que los ricos de siempre y los nuevos nacidos de la especulación lo son hoy mucho más que a la llegada de Rodríguez al poder en detrimento de las rentas de trabajo, con el resultado de un incremento de la población por debajo del índice de pobreza, lo que implica un proceso de proletarización de las clases medias.
¿Era más pavorosa la situación de la economía española durante el reinado de Fernando VII que describe Armando R. Puente? Aprendí de mi padre, una gran maestro nacional (lo he anotado en algunas de mis crónicas), que las reacciones sociales ante unos u otros tipos de calamidades son esencialmente las mismas en cualesquiera épocas. Recuerdo que durante el tramo final de nuestra guerra, cuando apenas si disponíamos de algunas plantas silvestres y poco más para llenar el estómago, me mostraba estampas de pretéritas hambrunas, entre ellas una que representaba a una masa ansiosa bajo los balcones de un palacio desde los que arrojaban los criados las sobras de un banquete. Y me aleccionaba: "No sería distinto si mañana sacaran sacos de pan duro del depósito de Abastos en la Iglesia de San Ildefonso y los vaciaran en la plaza". Lo viví cuando Jaén se entregó el 28 de marzo de 1939, tres días antes de que las tropas nacionales llegaran a la ciudad. La multitud desfondó las puertas y no tardó en vaciar las naves del templo. Algo muy parecido a lo que nos muestra la televisión de los pillajes que se registran en ciudades de países ricos o pobres en situaciones de catástrofes naturales o de revueltas de una u otra índole. Muchas veces no se trata de alimentos sino de electrodomésticos u otras manufacturas.Y es que el sentimiento de necesidad guarda estrecha relación con los niveles medios de bienestar en cada periodo.
ELECTORADOS CON MENTALIDAD DE CORNUDOS CONSENTIDOS
EL constante aumento del índice de descontento de los españoles respecto de la situación económica, la quiebra de la unidad nacional, los paliques políticos con el terrorismo y la mentira como sistema debería presagiar un severo descenso electoral del P(SOE). Pero la afección a una siglas parece prevalecer sobre un razonable examen de la crítica coyuntura, no sólo económica, en que nos vemos envueltos tras cuatro años de atrabiliaria acción de desgobierno de Rodríguez y su pandilla de presuntuosos incompetentes. Las masas se comportan en materia política con pareja mentalidad que los cornudos consentidos. Estamos, pese al bienestar en declive y el retorno al guerracivilismo en una situación esquizofrénica no muy diversa a la del pueblo que tras luchar bravamente contra el invasor francés y ser traicionado por Fernando VII acogió al monarca felón con anómala y paroxística unción, hasta el punto de seguirle enardecido al grito famoso de "¡Vivan las cadenas!". Cadenas totalitarias en complicidad con banqueros, poderosos empresarios, especuladores y dóciles manipuladores mediáticos son las que reforzarán aún más al vendedor de falsas ensoñaciones que es Rodríguez si gana las elecciones, aunque sea por un puñado de votos.
LO PEOR ESTÁ POR LLEGAR
LA prensa internacional de mayor relieve avisa desde hace tiempo cobre el negro horizonte que se avecina para España. Días atrás ratificaba el "Financial Times" que "a la vista de los últimos datos, todo parece sugerir que lo peor está por venir". Y añadía: "Gane quien gane las elecciones, deberá pasar los próximos cuatro años saneando una confusión económica de gran escala". Y también territorial. Pero muy pocos de quienes votarán a Rodríguez para no desmentir su presunta condición de izquierdistas se preguntan si "el peor de los candidatos", que decía el profesor Lara, es el hombre indicado para capear ese prolongado y encrespado temporal ni si en vez de llevarnos a buen puerto su notoria impericia terminará por hundir definitivamente la nave del Estado y de España como nación.
Las tendencias de fondo son aún más alarmantes que los datos objetivos señalados por el profesor Velarde Fuertes y por otros prestigiosos analistas nacionales y extranjeros ajenos a dependencias subvencionadas de partido. Pocos de los que siguen borreguilmente a Rodríguez se han preguntado cómo un Estado adelgazado al máximo y en bancarrota podrá financiar las descomunales inversiones derivadas de sus desaforadas promesas electorales. Pero no es lo más preocupante que Rodríguez enhebre mentira tras mentira y prometa imposibles. Lo es aún más que este Alicio, disecado política y temperamentalmente por el filósofo Gustavo Bueno, lleve su necedad al punto de creer a pies juntillas que, gracias a él, vivimos en el país de las maravillas y que son factibles sus enloquecidos sueños. Los cuatro o cinco años de vacas flaquísimas que se avecinan para la sociedad española exigirán dolorosas renuncias para salir adelante. También un gobierno que no dude a la hora de tomar medidas necesariamente impopulares para corregir una deriva que, de continuar, nos conducirá al desastre. Y a reacciones sociales de imprevisibles consecuencias.
El pueblo español, el de "fidelitas ibérica" que acuñaron los romanos, ha demostrado a lo largo de la historia una capacidad inaudita de pasivo aguante. Pero cuando se le calienta la cabeza basta una chispa, incluso anecdótica, para promover desmesurados estallidos. ¿Aguantará sin desmelenarse otros cuatro años de desgobierno de Rodríguez? Estoy convencido de que no y habremos de estar preparados para lo peor. Incluso para que vengan a pacificarnos unos modernos émulos de los Cien Mil Hijos de San Luís, esta vez enarbolando banderas de la Unión Europea y de la OTAN.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4488
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