viernes, marzo 28, 2008

Carlos Herrera, Eurofrikis

viernes 28 de marzo de 2008
`Eurofrikis´

Sólo desde el más infantil de los anarcorrelativismos se entiende que pueda ser elegido para representar a una cadena pública de tevé en un concurso de canción internacional a un humorista histriónico caracterizado de burlador e introducido, para más escarnio, por una cadena televisiva de la competencia con la intención de reventar el invento y cobrar no poca y merecida trascendencia. Mucho se ha especulado y comentado acerca de ello durante estas semanas. Ha sido, casi, una cuestión nacional. Y es que enviar una caricatura a un festival pretendidamente formal es una broma de fin de carrera que puede hacer mucha gracia a los amantes de las provocaciones, pero que suele dar resultados de poca magra: nosotros nos reímos mucho, pero el resto de los europeos nos miran con la misma cara con la que mirarían a un macaco vestido de gitana. Si se trata de eso, bueno, pero si lo que queremos es internacionalizar nuestro proverbial sentido del humor, no parece éste el camino más indicado. El origen de esta corriente que no sólo pasa por España puede estar en que el festival de Eurovisión no parece creérselo nadie: basta ver alguno de los representantes que las televisiones nacionales han enviado o piensan enviar a este certamen otrora fenómeno de masas, hoy fenómeno de frikis, y basta ver el entusiasmo que despiertan éstos entre la mayoría del público. Los irlandeses, los que mayor número de victorias acumulan en la historia del festival, van a enviar a una marioneta que remeda a un pavo y que hace como que canta una canción nacida del cabreo de haber quedado los últimos clasificados en Helsinki el pasado año. No son los únicos: los representantes de Bosnia y Herzegovina vienen con un gallo al que pasean en su performance; los estonios, con un par de tipos con pinta de payasotes profesionales, y los croatas, con una pieza de hip-hop –como sabemos, una de las muestras más fieles de su tradición cultural– interpretada por una especie de Chiquito de la Calzada de allí. Qué dirá José Ramón Pardo, el hombre que, junto con el maestro Uribarri, más sabe de Eurovisión en el mundo. A buen seguro detectó este devenir allá por el 2003, cuando un austríaco de nombre Alf quedó sexto haciendo el burro con gritos y calandracas. Desde entonces, se abrió el telón y ya nadie es capaz de adivinar hacia dónde derivará esta tendencia. Mariló Montero sostiene, por el contrario, que el Festival de Eurovisión es un dinosaurio muerto hace un puñado de años o una momia sostenida por el empecinamiento terapéutico de unas cuantas televisiones públicas. Las nuevas generaciones que lo han heredado, menos mitómanas que las que vivían las votaciones televisivas interminables en las que siempre nos votaba Portugal, consideran que la única manera de revitalizar la momia es reírse de ella, caricaturizarla, reinventarla como si se tratase de un reload cualquiera. Así se envía no a un friki, sino a un actor haciendo de friki, que no es lo mismo. No es igual enviar a Cañita Brava que a un actor haciendo de Cañita Brava. Ya puestos, resultaría mucho más auténtico seleccionar al que, siendo friki, se considera artista que al artista que imita al friki. O crear un Eurovisión de frikis donde todo fuera apuesta clara y directa por el mal gusto, tan fascinante él. Podría estructurarse un eurofestival al que acudieran todas las excelencias del feísmo, los profesionales de la peor expresión artista, los genios del mal. Un festival en el que las canciones compitiesen por ser la peor de la historia. Un concurso con los intérpretes más disparatados y más auténticos del panorama pretenciosamente artístico del país. Un festival con todos los cantantes de cintas de gasolinera de Europa. Eso sí que sería un Eurovisión competitivo. Eso sí que serviría para que se relamiera el anarcorrelativismo español, tan de moda últimamente. Pero no caerá esa breva.

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