viernes 28 de marzo de 2008
Matones de chupete
Juan Urrutia
N O tengo por costumbre aburrirles con anécdotas propias pero en este caso una vivencia muy reciente me servirá de introducción al tema que pretendo tratar. Me encontraba pescando plácidamente el pasado sábado cuando ante mis asombrados ojos y oréjulas, unos muchachos, cuya edad rondaría los 14 años, alguno más joven incluso, comenzaron a insultarme de mala manera desde lo alto de un muro. Cabe decir que se escudaban en los diez metros de altura que les separaban de la pequeña cala en que practicaba mi afición. Ante la irritante pasividad de un servidor, los insultos subieron de tono, aullaron desde la altura profiriendo torpes y licantrópicas palabras injuriando a mi persona. Como soy todo un experto ignorando -mi ayuntamiento lo sabe y ya no me envía notificación alguna por multas impagadas-, la ira adolescente fue a más. Comenzaron los escupitajos, por fortuna o por Ducados sin mucha puntería. Finalizó el ataque cuando hice el ademán de subir las escaleras hacia ellos, desaparecieron ipso-facto. Tengo que reconocer que sentí una profunda tristeza al percibir esa exagerada agresividad de tan lampiños retoños hacia un desconocido, la total falta de respeto, de valores. Resulta que este tipo de cosas se ha puesto de moda, lo llaman “happy slapping,” que, fielmente traducido al castellano, significa “rijostrio feliz.” Me gustaría poder hablar largo y tendido sobre lo capullos que fueron mis vilipendiadores, pero me temo que una conducta así, cuando se está generalizando, merece un análisis más profundo. Hace tiempo que me preocupa este acuciante problema social: adolescentes, casi niños, que agreden con el único objeto de grabar su fechoría y jactarse de ella. Otras veces simplemente buscan la aceptación de su grupo. Creo que existen varios factores que inciden negativamente en el desarrollo de estos minimatones. Los chiquillos no nacen siendo unos tocapelotas integrales, algo habrá forjado tal tocapelotez a lo largo de su crecimiento emocional. Ese algo tiene relación directa con su familia. Probablemente ésta no enseñe a su chiquitín a darle dos bofetones al primer infortunado con que se cruce pero el problema está en que tampoco le educa para lo contrario. Generalizar es la mejor manera de equivocarse de forma certera, no todas las familias son así. Sin embargo crece de forma alarmante el número de personas que otorgan a sus hijos todo lo que quieren para evitar horrísonos berrinches, se escabullen de sus obligaciones a nivel afectivo-formativo y evitan la molesta tarea de enseñar a sus hijos lo que es el respeto al otro. Curiosamente esta incipiente epidemia se da en las clases sociales más altas, aquellas que pueden permitirse comprarle al nene un móvil con cámara de video, MP4 y freidora de patatas. Resumiendo: la ausencia de referencias, de modelos en el entorno familiar, unida a un uso erróneo del refuerzo positivo, es decir, en lugar de buena acción-premio, se lleva a cabo el mala acción-premio para que cese la primera, lleva a los críos a interpretar de forma muy particular las normas de convivencia. Existen más agentes coadyuvantes en la transformación de un niño o una niña en cruel agresor de otros impúberes e incluso adultos. Al contrario que lo antes expuesto, que es refrendado por varios expertos en la materia, lo que sigue es tan sólo una opinión personal. Creo enormemente negativa la progresiva extinción de la cultura, del hábito de leer en la juventud. No es necesario que todo pichichi lea a Kafka pero la lectura, aunque sea ligera, nos traslada a otros lugares, nos enseña y transmite valores, emociones, ideas. Cuán sanos resultan Agatha Cristie o Molière. No son comparables entre sí pero tienen en común el haber sido autores cuyas obras tenían el propósito de entretener. La sucesión de nefastos sistemas educativos que hemos tenido han dado sus frutos: una generación que no entiende lo que lee, si es que lee alguna vez. Aunque, personalmente, muy pocas veces me motivó el estudio académico para abrir un libro, fueron las historias que mi padre me contaba sobre aquellos maravillosos libros que hicieron de mí lo que soy lo que me animó a leer. Volvemos una vez más a la familia, pero la abandonamos rápidamente para evitar divagar en exceso y vamos a centrarnos en qué cubre el vacío dejado por la tinta y el papel. ¿La tele? ¿Los vodriojuegos? Está muy visto como respuesta, ¿no creen? Realmente nada, nada llena la enorme carencia que produce la ausencia de la lectura. Vamos avanzando, tenemos a un niño con dinero, móvil, ropa de marca pero sin padres a nivel educativo, sin cultura y, por tanto, sin valores. Quizás suene extraña esta relación cultura-valores. Para mí poseer cultura no se reduce a la un sistemático almacenamiento de datos en el cerebro sino a la comprensión de nuestro pasado, presente y, si me apuran, futuro a través de la interpretación de esos datos. Para ello es necesaria la empatía y obviamente estos ganstercillos carecen de ella. Retomando, qué poco me gusta esta palabra, digamos mejor regresando al primer factor, aquellos padres que dejan de lado sus funciones y deciden que lo mejor para sus hijos es tener de todo a cambio de nada, vemos la importancia capital que quienes son así “educados” dan a sus posesiones como signo de estatus social elevado. Esto conlleva un desprecio por quien menos tiene y de ahí que muchas agresiones sean perpetradas contra personas que “valen menos que ellos,” al menos dentro de su escala de contravalores. El comportamiento de estos lindos retoños se acerca peligrosamente a la psicopatía, aunque obviamente dicho problema no es contagioso, no puede convertirse en una tendencia creciente el ser psicópata. Sin embargo, rasgos como el obtener placer a través de ejercer dominación o poder sobre otros, véanse las palizas, abusos sexuales y similares que son procedimiento habitual en los adolescentes con las pautas de comportamiento descritas como medio de diversión, son absolutamente análogas a la conducta de un asesino o violador psicópata. El eminente psiquiatra Luis Rojas Marcos describía ya hace bastantes años en su libro Las semillas de la violencia las violaciones en grupo realizadas por adolescentes norteamericanos que competían entre ellos de igual forma que los españoles hacen hoy día con sus agresiones, sólo que estos últimos se apoyan en Internet para la difusión de sus videos. Alarmante. El problema es que los seres humanos reaccionamos ante el miedo volviéndonos gilipollas. Si los niños agreden e incluso matan, a la cárcel con ellos. Es más sencillo rebajar la edad penal o internar a los menudos agresores en reformatorios, ahora no se llaman así pero son lo mismo, cárceles para menores. Es mucho más sencillo esto que llevar a cabo un plan educativo decente y dotar a los futuros adultos de educación, cultura y armas para desenvolverse en la vida sin necesidad de sobresalir ante los demás por pegarle una paliza a cierto señor de Torremolinos que pasaba por allí.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4525
viernes, marzo 28, 2008
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