lunes 31 de marzo de 2008
Putas por palabras
Los periódicos se han cebado sin recato en las flaquezas de ese gobernador neoyorquino, Eliot Spitzer, que esquilmó los ahorros familiares (mientras escribo estas líneas, todavía no se ha demostrado que desviara fondos públicos) para alquilar los servicios de putas carísimas. La prensa coincide en denunciar la hipocresía del gobernador putero, quien al parecer se habría distinguido en su faceta pública por perseguir muy denodadamente la prostitución. A esto se lo llama ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio: pues los mismos periódicos que condenan las andanzas del gobernador putero incluyen diariamente anuncios por palabras en los que incitan a sus lectores a contratar idénticos servicios. La inclusión de estos anuncios constituye una piedra de escándalo para la prensa española. No quisiera que las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan entendieran esta afirmación como una expresión de puritanismo o mojigatería: nunca me he destacado por tratar con demasiado melindre las cuestiones sexuales; y mucho menos por creer que la solución de las lacras sociales consista en taparlas, luciendo una fachada de farisaica respetabilidad. La prostitución existe desde que el mundo es mundo; y, desde luego, seguirá existiendo aunque los periódicos se decidan a remover de sus páginas estos anuncios sórdidos. Pero entiendo el periodismo como una vocación humanista y ennoblecedora; y enriquecerse con la degradación de lo humano no me parece que sea demasiado congruente con dicha vocación. Nadie podrá discutir que la razón por la que los periódicos incluyen tales anuncios es estrictamente pecuniaria; sospecho, en cambio, que no faltarán quienes sostengan que la prostitución no tiene por qué ser una `degeneración de lo humano´, si en la transacción media la libertad de las partes. Muchos de los anuncios de putas que incluyen los periódicos encubren feroces tramas de proxenetismo; esto es algo que salta a la vista, aunque los periódicos jueguen a desviar la mirada hacia otra parte. Pero supongamos que, en efecto, las mujeres que en ellos ofrecen sus favores carnales a cambio de dinero no lo hacen obligadas por una organización que les arrebata una parte nada exigua de sus ganancias; supongamos, incluso (y esto ya exige unas tragaderas lindantes con el cinismo), que esas mujeres no se dedican a la prostitución por necesidad, obligadas por circunstancias vitales lastimosas. Supongamos que, en efecto, existen mujeres que deciden, por conveniencia o capricho o mero cálculo crematístico, sacar provecho de los dones que la naturaleza les ha adjudicado, entregándose mercenariamente a quienes deseen gozarlas. Aceptemos que existen, aunque sólo sea una de cada cien que se anuncian en los periódicos, mujeres que se envilecen libremente. Y aquí se hace necesaria una reflexión sobre el concepto de `libertad´, tan manoseado y tergiversado en nuestra época. Escribía John Stuart Mill que el hombre dispone de libertad para ejercerla, no para destruirla. Y una mujer que usa de su libertad para prostituirse está, a fin de cuentas, destruyendo su libertad y convirtiéndose en esclava. Quizá no se esclavice en el sentido más mostrenco de la palabra, puesto que recibe un estipendio a cambio de la prestación de su cuerpo; pero está esclavizándose de un modo más hondo y destructivo, puesto que renuncia a su propia dignidad, que es inalienable. Aquí podría oponérseme que existen muchas otras relaciones humanas indignas en las que la parte más débil también renuncia a su propia dignidad; pero convendremos que combatir estas renuncias es misión humana impostergable. La dignidad es una de las posesiones más preciosas de la persona, después de la propia vida: podemos entender que existan personas que renuncien a ella, en circunstancias especialmente difíciles, como hay personas que se suicidan, arrastradas por la desesperación; menos comprensible se me antoja que haya personas que faciliten esa renuncia, como tampoco se me antoja de recibo que haya personas que inciten a quienes desean suicidarse. Los periódicos, al publicar esos anuncios por palabras, se comportan como quienes auxilian al suicida: es la suya una actitud antihumana y carroñera que refuta la vocación humanista y ennoblecedora del periodismo. Y un periodismo que descree de su vocación humanista se convierte en heraldo de muerte; con la economía muy saneada, pero heraldo de muerte al fin y a la postre.
http://www.xlsemanal.com/web/firma.php?id_edicion=2967&id_firma=5871
lunes, marzo 31, 2008
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