jueves 27 de marzo de 2008
PERTENENCIA A LA IGLESIA CATÓLICA
A lo mejor no es tan malo decir no
Por Alfonso García Nuño
A pesar de haber ocurrido en medio de la Semana Santa, cuando además la atención por las noticias había bajado considerablemente, por haber acabado el período electoral, la expulsión del PSOE de Gotzone Mora no ha dejado de ser materia de conversación, aunque probablemente no tanto como merecía el caso.
No voy a entrar a considerar los modos y maneras en que ha tenido lugar ni en la significación de la misma en el ámbito político, sencillamente voy a constatar algo perogrullesco: el PSOE tiene derecho a expulsar de sus filas a quienes considere que no deben formar parte de ellas. Ciertamente esto tendrá que hacerse con la debida pulcritud de formas y el respeto debido a cualquier persona, pero que puede hacerlo es evidente, es más, debe hacerlo so pena de incoherencia. En cambio, a la Iglesia Católica no le está permitido decirle no a nadie.
Cualquier grupo social, para cuya pertenencia no baste un hecho natural, como es el nacimiento, sino que precise del ejercicio de la libertad, define su identidad hacia los demás, en buena medida, por cómo son y actúan sus miembros. Por ello, es de suma importancia el modo en que se pasa a formar parte de él o, por el contrario, se deja de ser uno entre los demás que lo integran.
Todos los hombres tenemos una fisonomía, un determinado perfil por el cual somos fácilmente reconocibles por los demás; hasta los gemelos, por muy iguales que sean, siempre presentan algún rasgo por el cual no son confundibles y son ellos mismos. Esto es también así en las organizaciones sociales. Si el pertenecer a ellas dependiera únicamente del querer del aspirante o del ya miembro, con independencia de la identificación con lo definitorio de esa organización, ésta, a no mucho tardar, quedaría desdibujada ante los demás y, en sí misma, vacía de todo contenido. El resultado sería su dilución en la sociedad, sin perjuicio de que pudieran sobrevivir algunas formas externas que no pasarían de ser un huero folklore, resto fósil de un pasado que tuvo, en su momento, alguna significación.
A esto, el cristianismo no ha hecho excepción. El modo de admitir o no a alguien, o, en su caso, de que cause baja es algo que está presente en los distintos libros neotestamentarios. Seguramente sería muy interesante hacer un estudio viendo cómo, manteniendo los elementos presentes ya en el Nuevo Testamento en las distintas épocas históricas, éstos han ido adoptando distintas formas según hayan sido las circunstancias. Creo que sería muy aleccionador ver cómo el vigor o decadencia eclesial hayan estado vinculados a este modo de determinarse la Iglesia por medio de la definición, por afirmación y negación, de sus miembros. No me extrañaría que tanto la laxitud como la rigidez, en uno o en otro sentido, hubieran dado, a lo largo de los siglos, parejos resultados empobrecedores. Seguramente esto no sería uniforme en algunas épocas, es decir, que, como una forma de clericalismo, hubiera habido períodos en los que habría gran indiferenciación para llegar a ser cristiano de a pie y proporcionalmente mayor discernimiento para determinados ministerios, por ejemplo.
¿Cuál es la situación actual de la Iglesia a este respecto? Seguramente será difícil encontrar épocas en las que la abundancia y claridad doctrinal de los documentos y pronunciamientos oficiales puedan superar el momento presente. ¿Pero es esto suficiente para tener un rostro nítido ante los demás, una presencia significativa y vigor interno? Leyendo entre líneas, no son pocas las declaraciones de obispos, también papales, que dan a entender implícitamente una cierta crisis de identidad; incluso expresamente se habla de cristianismo a la carta. Las estadísticas, con todas sus limitaciones, son elocuentes al respecto. Desde luego, no da la impresión de que estemos en un tiempo en que la Iglesia peque precisamente de excesivo brío para decirle a alguien que no y, si tímidamente lo hace en algún caso, ya se encargará la mayoría de medios de comunicación de reforzar el complejo inquisitorial.
En nuestra cultura está mal visto decirle no a alguien. Los padres no tienen que negar ningún capricho, la LOGSE no niega el paso de curso, lo humanitario es no negar la eutanasia, etc. Pero cuando no se sabe decir no a alguien, tampoco se sabe cómo afirmarle.
http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276234457
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