martes 25 de marzo de 2008
La vida secreta de las palabras
Óscar Molina
S I las palabras hablaran…¡ay si hablaran! ¡Cuántas cosas nos dirían las palabras! Pero las palabras no hablan, son el habla. Por eso, por ser el habla, andan de mano en mano y de buchaca en buchaca convertidas en la repugnante mercancía de quienes han descubierto su vida secreta. Y del mismo modo, se ponen tristes cuando, por no poder hablar, por ser el habla, se las rebaja a la condición de piedra que se arroja contra aquél al que se quiere atacar, sin que ellas puedan evitarlo. Sin que ellas, las palabras, puedan negarse a obedecer a quien ha conseguido administrar su lado oscuro. Porque las palabras ya cada vez son menos el habla, son más mercancía y más instrumento de agresión.
Hubo quien se dio cuenta de que las palabras tenían una vida secreta, y utilizó la idea para dar título a una película. Otros, lo sabían desde hace mucho tiempo y no quisieron pararse en el enunciado. Comprendieron que quien fuese capaz de resolver el jeroglífico de esa vida secreta que tienen las palabras, las poseerían, y de esa manera, poseerían un poco más el Mundo.
Porque las palabras son el Poder. Las palabras designan conceptos, apuntan ideas, muestran saberes, desnudan ignorancias, declaran amor, expresan odio, dan la medida de cosas y personas, distinguen entre buenos y malos, etiquetan lo deseable y lo rechazable, ponen las cosas en el sitio que se desea, dan color a los deseos y dibujan a las personas. Por eso, por su indomable capacidad, poseer las palabras es poseerlo todo. Es incluso poseer al otro, con la capacidad de hacerle bueno o malo a los ojos de los demás, con una sola palabra. Es poseer la opinión que puedan tener de nosotros, y la capacidad de ser percibidos de una determinada manera, casi a voluntad. Es, sobre todo, entrar a manejar a placer algo tan sencillo y potente como es el mecanismo por el cual los seres humanos llegamos a la compresión de las cosas, a su aceptación y a la opinión que nos merecen.
Por eso, cuando una palabra da nombre a algo positivo, los que manejan la vida secreta de las palabras se las apañan para hacerse con ella de manera exclusiva. Van arañando poco a poco cada letra de la palabra a la que persiguen, la acorralan, la acotan el espacio vital, y vulneran su vida secreta sin matarla, pero haciendo de ella algo sin voluntad; porque si algo no le falta a la naturaleza de las palabras es el deseo de no ser de nadie, un propósito de neutralidad que sólo puede doblegar quien es capaz de entrar a violar su secreta capacidad de ser usadas. Le ha ocurrido a muchas palabras como “Paz”, “Diálogo”, “Talante”, “Tolerancia”, “Progreso”…ellas y muchas otras de parecido uso han dejado de pertenecernos a todos, desde el día en que alguien tuvo la habilidad de hacerse su dueño, hasta el punto de poder designar quién podía usarlas, y quien no; quienes eran merecedores de representarlas, y quienes no. Cuando esto ocurre las palabras han comenzado a recorrer la senda de su propia muerte, porque es cierto que dan fabulosos réditos a quienes las tienen, pero el encierro al que son sometidas las lleva a perder para siempre la vida que hay en ellas, se la quita el no poder estar en la boca de todos, misión para la que nacieron. Las palabras no tienen Síndrome de Estocolmo, y al final, el que las secuestra con manoseo y exclusividad, las mata.
Otras palabras, de matices negativos, también pueden ser usadas, y quien lo consigue tiene la potestad de hacer ver a gran cantidad de gente que se encuentran en el otro. El que posee las palabras, también es señor de aquellas con perfiles negros, y puede arrojarlas al de enfrente e impregnarlas de una extraña resina que a la postre impide al agredido deshacerse de ellas. Esto resulta de una utilidad indiscutible, porque el proceso de manejo de la vida secreta de estas palabras oscuras no requiere que su significado se vea correspondido con la realidad. Basta con ser capaz de darles el suficiente tinte negro y luego tenerlas siempre tan a mano como para lanzarlas a demanda. El tiznado por la vida secreta de estas palabras queda señalado de manera tan indeleble que, a veces, con sólo nombrarlas, la imagen que viene a la mente de gran cantidad de incautos es la de quien ha sido emplumado por el inmenso chorro de mugre que puede llegar a salir de una pobre palabra convenientemente utilizada. Es el caso de “Racista”, “Radical”, “Fascista”, “Extremista”, “Homófobo”, “Antidemocrático”, “Intolerante”, “Machista”…y un sinfín de pegotes de salitre que andan raptados en los cañones dialécticos de quienes han penetrado en la vida secreta de las palabras. El uso de estas palabras es libre para quien las posee; hasta el punto de que su adecuación al contexto es puramente accesoria, siempre que exista la posibilidad de buscarles un hueco, un agujero por el que lanzarlas y dar en el blanco.
Lo malo es que a los que han sido capaces de adentrarse en la vida secreta de las palabras, no les importa ni la Verdad ni la Mentira. Al fin y al cabo, Verdad y Mentira no dejan de ser palabras, y por ello, no pueden hablar. Peor aún: también tienen vida secreta.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4513
martes, marzo 25, 2008
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