sábado, marzo 15, 2008

Sangre en el Tibet

sabado 15 de marzo de 2008
Sangre en el Tíbet
A cuatro meses de los Juegos Olímpicos de Pekín, China ha revelado al mundo el rostro que sigue ocultando bajo su máscara de cambio social, progreso económico y apertura política. Ayer, en las calles de la tibetana Lhasa, el régimen comunista confirmó que es una dictadura a la que no le tiembla el pulso cuando tiene que ejercer la fuerza bruta para mantener su autoridad. De hecho, el Gobierno chino está dispuesto a manejar férreamente el timón de los acontecimientos políticos dentro de sus fronteras. Al menos dos muertos y varias decenas de heridos han puesto en evidencia que Pekín sólo practica el diálogo y el entendimiento en los negocios, nunca en la política interna. El pragmatismo confuciano de sus autoridades les permite reconocer la propiedad privada, comprar deuda pública emitida por el Tesoro Federal de los Estados Unidos y facilitar el establecimiento de multinacionales en Shangai o Cantón, pero no les impide ordenar que el Ejército dispare sobre miles de monjes y manifestantes que enarbolan banderas tibetanas. Por eso, mientras en Pekín siguen las obras de unos Juegos Olímpicos que ofrecerán la imagen de una China que aspira a rivalizar con Occidente en el siglo XXI, el caos y la violencia se adueñan de la vida de Lhasa y de las principales ciudades tibetanas, y el país de los Himalayas vuelve a retrotraer su memoria a la ley marcial y los graves incidentes vividos en 1989.
El balance de violencia que deja tras de sí la represión de las manifestaciones que han tenido lugar estos días con ocasión del 49 aniversario de la expulsión del Dalai Lama del país no sólo han dañado seriamente la imagen exterior de China, sino que han agrandado el clima de resentimiento del pueblo tibetano hacia las autoridades chinas y han alejado aún más la hipótesis de una solución dialogada que permita, al menos, un régimen de autonomía plena que salvaguarde la cultura y la composición multiétnica de la región. Ocupado en 1950 por las tropas de Mao, desde entonces el Tíbet ha tratado de mantener en pie su maltrecha singularidad frente a la violenta represión y uniformización ejercida por el régimen comunista. Los intentos de Pekín por erradicar la idiosincrasia tibetana han sido innumerables, todos fallidos. Las denuncias y las presiones internacionales no han servido de mucho hasta el momento, pero eso no significa que la comunidad internacional deba mirar hacia otro lado y permitir que China vulnere impunemente los derechos humanos en el Tíbet. Pekín no renunciará nunca a este territorio, pero es indudable también que tarde o temprano tendrá que cambiar su política en la zona si quiere dar estabilidad a un escenario -una zona especialmente sensible al ser frontera estratégica con Pakistán y la India- que resulta vital para su seguridad.

http://www.abc.es/20080315/opinion-editorial/sangre-tibet_200803150308.html

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