lunes, marzo 31, 2008

Tomas Cuesta, ¿Quien juzgará a los jueces?

lunes 31 de marzo de 2008
¿Quién juzgará a los jueces?

POR TOMÁS CUESTA
EL añorado Joan Perucho, que, a fuer de gran bibliófilo, tenía una vertiente supersticiosa y maniática (lo cual no es un reproche, por supuesto, en peores manías hemos hecho guardia), aseguraba que los libros no se encuentran, te encuentran, y hay que merecerlos más que desearlos. Lo decía en voz baja, casi secreteando, como si no quisiera despertar a esos espíritus, fatigados de siglos, que atesoraba en su despacho. «O sea -apostillaba el visitante-, que está usted convencido de que el azar es sabio». Y, posando los ojos en «L´Encyclopédie», que había completado tras mil y un avatares, zanjaba la cuestión con un quite ilustrado: «Dios, estimado amigo, nunca juega a los dados».
La imagen de Perucho aquel atardecer asmático (en Barcelona a los crepúsculos siempre les falta aire) reaparece al cabo de los años cuando, por un antojo del azar, o por un golpe de fortuna al arrojar los dados, tenemos un encuentro que nos ventila el ánima. O una cita a ciegas, pues de citar se trata. El caso es que vagando al buen tuntún por la biografía de Maimónides (para coger el sueño, más que nada) nos asalta la liebre de una sentencia del Talmud que se ajusta al milímetro a la situación de España: «¡Ay de la generación -se lamenta el rabino- cuyos jueces merecen ser juzgados!».
Hace precisamente una generación, o sea, cuatro lustros mal contados, Pedro Pacheco, alcalde de Jerez (tan andaluz como Maimónides, aunque menos volcado al pensamiento abstracto), vino a decir lo mismo, pero sin alharacas y en cristiano: «La Justicia es un cachondeo», largó, sin más preámbulos. Y no acabó en el trullo de milagro. La sentencia del tiempo, sin embargo, ha acabado fallando a su favor con todos los pronunciamientos favorables. Porque el señor Pacheco, si es que pecó de algo, no fue de irreverente, sino de timorato. La Justicia, como se ha archidemostrado, ha rebasado ampliamente el cachondeo para instalarse en los terrenos del desmadre. Sólo la Ley de Murphy se cumple a rajatabla: «Cualquier asunto que pueda empeorar, inexorablemente termina empeorando».
Detrás de la tragedia de la niña de Huelva, que es la gota de sangre que ha colmado el vaso, está la perversión de un entramado judicial -pues del sistema no quedan ni la raspas- que garantiza únicamente privilegios de casta. A día de hoy, los intereses de los jueces tienen prioridad sobre los de los ciudadanos. O eso es lo que percibe, cuando menos, la gente del común, la que no tiene aldabas, ni timbre que apretar, ni chucho que le ladre. La Justicia no es ciega; cegata, un rato largo. En cuanto a la balanza, hay razones de peso para intuir que está trucada. Y la espada, por último, es tan de doble filo que, o ni pincha ni corta, o corta un pelo en el aire.
Si los noventayochistas estaban empeñados en cerrar el sepulcro donde reposa Mio Cid con una combinación de siete llaves, el sesentayochista Alfonso Guerra enterró a Montesquieu en un ataúd de plomo y con «l´esprit des lois» a guisa de sudario. Ahí empezó la huida hacia delante que el señor Zapatero pretende consumar en su nuevo mandato. Para lograr imponer un nuevo régimen en el que todo esté atado y bien atado, el poder judicial ha de encontrarse sometido a la voluntad del partido gobernante. La ruta hacia el futuro pasa forzosamente por el peaje establecido ante los tribunales. Lo mismo da que sea una autopista, o una trocha de cabras o un descarado atajo, porque sus señorías, con la venia, son los que ponen trabas o franquean el paso.
«¡Ay de la generación -insiste el talmudista- cuyos jueces merecen ser juzgados!». Los judíos, no obstante, aún pueden confiar en que Yahvé solventará los expedientes de un plumazo. Los del Constitucional, los del Supremo y hasta los de primera instancia. ¿Quién juzgará a los jueces en España? Peliaguda cuestión, tal y como anda el patio. Mas, de un modo u otro, habrá que sofocar las llamaradas del escándalo y castigar a los culpables con penas ejemplares. Podrían obligarles, por ejemplo, a presentarse en el juzgado cada dos semanas. O una vez al mes, tampoco hay que pasarse.

http://www.abc.es/20080331/opinion-firmas/quien-juzgara-jueces_200803310312.html

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