martes 25 de marzo de 2008
IRAK
La guerra que Zapatero quería perder
Por Rafael L. Bardají
A José Luis Rodríguez Zapatero le interesaba, y mucho, que la guerra en Irak saliese mal; como hoy le sigue interesando, y todavía más, que no acabe saliendo bien. Al actual presidente español, la paz en Irak no le interesa nada. La guerra, desgraciadamente, sí. Al fin y al cabo, fue la guerra lo que le aupó como líder de la oposición al entonces Gobierno de Aznar y lo que le permitió seguir criticando a la Administración americana. Y lo que le ha servido para golpear una y otra vez a un PP paralizado ante la misma.
No es de extrañar, por tanto, su intento sostenido de que no se hable de las buenas noticias y progresos que están teniendo lugar en Irak en los últimos meses, que su discurso ponga el énfasis en una guerra civil inexistente allí, en la violencia terrorista, en las bajas civiles –que siempre son atribuidas, por arte de magia, a los americanos– y en el viejo debate sobre si se mintió o no acerca de los supuestos arsenales de armas de destrucción masiva (ADM) de Sadam Husein. Rodríguez Zapatero ha elegido, porque le resulta muy rentable en términos políticos domésticos, quedarse en eso de la guerra "ilegal, ilegítima y catastrófica". En el quinto aniversario del inicio de la intervención militar, su discurso interesado es cada vez más endeble, aunque pocos se atrevan a cuestionárselo, tanto desde la izquierda como desde la derecha.
Para entender plenamente el porqué, el cómo y el cuándo de la guerra en Irak, así como todo su desarrollo hasta nuestros días, conviene recordar algunas cuestiones básicas:
1. La confrontación con Sadam no arranca en marzo de 2003.
La comunidad internacional –no los Estados Unidos– ya había mantenido una guerra, la de 1991, contra la política agresiva del tirano iraquí en la zona, y llevaba más de una década sosteniendo sanciones y embargos porque éste se resistía a cumplir con sus obligaciones y permitir que los inspectores de la ONU certificasen su completo desarme.
2. En noviembre de 2002 el Consejo de Seguridad aprobó una nueva resolución sobre el desarme de Sadam: la decimoséptima.
No era una resolución más, una resolución para no ser cumplida, como las anteriores. En su texto y en su espíritu quedaba manifiestamente claro que era "la última oportunidad" que se daba a Sadam para que dejara claro el asunto de las armas de destrucción masiva. Ya no se le toleraría que jugara al gato y el ratón con los inspectores de la ONU: debía certificar su desarme de una manera inequívoca e inmediata. De no actuar en consecuencia, sería la comunidad internacional quien lo hiciera.
Posiblemente, nunca antes la ONU había pasado una resolución, con el apoyo de todos los miembros del Consejo, con un lenguaje tan duro como claro. En ella se hablaba de las obligaciones de Irak y de las consecuencias del no cumplimiento de las mismas. Se diga lo que se diga, la ONU jamás ha autorizado explícitamente el uso de la fuerza: siempre se ha referido a ello elípticamente, tal y como también quedó reflejado en la resolución 1441.
Si no se consideró, y ése fue un grave error de cálculo político, como la final fue debido a la necesidad doméstica de Tony Blair de ganar tiempo ante su reticente partido. Buscar una resolución más que justificara su decisión domésticamente sirvió mucho más al campo de los críticos a la guerra, que ante la ausencia de la 1442, por así decirlo, se lanzaron en tromba a deslegitimar la 1441, instrumento más que suficiente para lo que ocurrió en marzo de 2003.
3. La guerra se basó en una causa justa y legítima, y la verdadera mentira sobre la misma es ésa que denuncia que se mintió sobre las ADM, y que se exageró o se mintió sobre la amenaza para disponer de un casus belli más contundente.
Conviene recordar que el debate sobre la existencia o inexistencia de los arsenales de Sadam sólo se desató cuando no se dio con ellos. Es más, hasta la intervención, a finales de marzo de 2003, el debate giró no sobre la existencia o no de los mismos, sino sobre la mejor manera, o la más prudente, de desarmar a Sadam. En el Congreso de los Diputados, José Luis Rodríguez Zapatero solicitaba más tiempo para que los inspectores de la ONU pudieran realizar su trabajo, a saber: buscar, destruir y certificar la destrucción de esos supuestos arsenales que Sadam, conviene también decirlo, sostenía que poseía, y se comportaba en consecuencia.
4. La inteligencia se equivocó, es cierto. Pero por sus propios méritos, no porque los dirigentes políticos la llevaran a engaño.
De la suma de todo lo que se sabía sobre el pasado de Sadam, lo que se desconocía del presente y lo que se asumía sobre el futuro salió la teoría de que aquél contaba con las capacidades para desarrollar armas químicas, biológicas y nucleares –en distinto grado de maduración–, y que era prudente asumir que las tenía. Lo hizo la CIA y el KGB, el MI6 y la inteligencia francesa, así como el Cesid/CNI. Ahora conocemos muchos de los fallos, pero hace cinco años ninguna de las explicaciones alternativas que hubieran podido dar cuenta del comportamiento anómalo de Sadam contó con la fuerza y la consistencia suficientes como para poner fin al supuesto con que se había venido operando desde el 95, cuando quedó demostrado que el tirano iraquí seguía desarrollando armas biológicas.
Por otro lado, ¿para qué mentir, si en pocas semanas se iba a descubrir todo el pastel? En una ocasión, David Kay, el primer jefe del grupo que buscaba las armas de Sadam, me dijo: "Acepté el cargo y fui allí para encontrarlas, no para volver a casa y decir que nos habíamos equivocado. Pero nos habíamos equivocado".
Con todo, también hay que decir que, aunque no encontró arsenales, que era lo que quería encontrar, Kay se topó con numerosas evidencias de las ambiciones de Sadam, el cual mantuvo todas sus capacidades técnicas y científicas listas para su reactivación una vez se hubiera librado de las sanciones. Quien quiera leer las dos mil páginas del informe final del doctor Kay, puede comprobarlo.
5. Las ADM no fueron la única razón para derrocar a Sadam.
Estaba la necesidad de hacer ver que las resoluciones de la ONU debían cumplirse. Estaba la cuestión moral de ayudar a una población a liberarse de un dictador de los más crueles y destructivos que hemos conocido. Estaba la idea de que, cambiando el régimen imperante en Bagdad y permitiendo que la libertad floreciese allí, se pondrían en marcha unas fuerzas de cambio para todo el Oriente Medio. Estaba la guerra contra el terrorismo islámico, y el papel que podría desempeñar un Sadam en el poder y libre de constreñimientos. Y estaban las sanciones, cada vez más vulneradas, y un embargo que apenas se sostenía y que, para más inri, sólo afectaba a la población iraquí, no al régimen.
En marzo de 2003 las opciones estaban claras: o la comunidad internacional obtenía lo que legítimamente exigía, o Sadam se saldría con la suya. En el contexto post 11-S, esta segunda opción era del todo inaceptable para la seguridad mundial, así como para la Administración Bush y sus aliados. El coste de no actuar era percibido como mucho más alto que el de una posible intervención militar.
6. Conviene subrayar el argumento moral a favor de la guerra, porque la izquierda quiere siempre ocultarlo en el planteamiento del debate.
En 1991, cuando la primera guerra contra Sadam, la idea del deber de socorro de la población de un tercer país frente a políticas genocidas no estaba todavía desarrollado, ni en la práctica, ni en la conciencia política ni en la opinión pública. Fue el producto de sucesivos casos concretos, aunque empezó poco después de aquella guerra, y precisamente en el norte de Irak, con la protección que se prestó a los kurdos. Luego, como todos sabemos, siguió por los Balcanes, Timor Oriental y, en menor medida, África.
No puede haber dudas de las atrocidades cometidas por Sadam Husein y sus secuaces, ni sobre el sufrimiento de su pueblo. Sólo Sadam ha usado armas de destrucción masiva contra su propia población. ¿Por qué permitirle seguir obrando con su habitual crueldad y despotismo?
De acuerdo con la tradición cristiana, una guerra es justa si cuenta con tres elementos básicos: una causa y una intención justas; métodos justos y proporcionados; un resultado que permita una paz justa. En el momento de la decisión, yo creo que no cabe más que acordar que la causa y la intención lo eran. Los métodos bélicos empleados han sido siempre limitados y proporcionados: se ha intentado reducir el daño a posibles inocentes. Y cuando se ha sabido de vulneraciones a esta norma, los involucrados han sido llevados ante los tribunales y condenados en justicia. Abu Ghraib no ha quedado impune, por ejemplo. Para la tercera condición, el resultado justo de la guerra, hay que referirse a todo cuanto ha acontecido en estos últimos cinco años y a las perspectivas de futuro.
7. Es muy posible que el fallo más grave de los americanos haya sido su falta de previsión sobre la época post-Sadam.
Es posible, incluso, que fuera inevitable. En Irak se han solapado varias guerras. A la intervención para derrocar a Sadam le siguieron una guerra orquestada por los yihadistas globales y una violencia sectaria y étnica entre sunitas y chiitas. La visión americana de la guerra no supo adaptarse con rapidez a esas nuevas realidades.
La primera teoría de la guerra, la de Donald Rumsfeld, consistía en desplegar el mínimo de soldados imprescindible, poner en su sitio a la policía y el ejército iraquíes en el plazo más breve posible y salir de Irak en cuanto las circunstancias lo hicieran factible –pero, en todo caso, pronto–. Era una doctrina de empleo de la fuerza para el derrocamiento de un régimen, no para el cambio, como hemos visto.
Pero lo que hoy sabemos no lo sabíamos hace cinco años. De hecho, el supuesto con el que se trabaja entonces era que, decapitando la pirámide del poder de Sadam, el resto seguiría en pie y en condiciones de ser utilizado. No fue así. El daño ocasionado por décadas de destrucción social masiva había dejado una Administración hueca y completamente ineficaz, corrupta de arriba abajo, así como un tejido social tan frágil como el papel de fumar, malamente acostumbrado a depender de las órdenes y a actuar por temor. Mucho se ha criticado la decisión de Paul Bremmer de desbandar el ejército iraquí, pero en realidad éste se desbandó solo.
Más grave parece la decisión inicial de no inmiscuir a las tropas en el control del orden, que tanto daño hizo, con el saqueo de los primeros días y, sobre todo, con la imagen de una presencia que se limitaba a observar, impasible, el caos. En este punto, conviene tener en mente que uno de los regalitos que Sadam dejó al nuevo régimen fue la excarcelación de todos los presos del país, unos 100.000: inundaron las calles, imponiendo su violencia, y a la larga se convertirían en cómplices de los terroristas e insurgentes, con sus secuestros y asesinatos por dinero.
Para lo que Rumsfeld y los generales del Pentágono querían hacer, tenían tropas más que suficientes. Para cambiar de estrategia e intentar combatir, junto con los iraquíes, a los insurgentes, guerrilleros y terroristas, claramente no. Al menos, no en términos de composición de las mismas. Que hacían falta más unidades de combate y patrullas quedó patente con el fracaso de la Operación Juntos Adelante, en la que, paradójicamente, los americanos se vieron solos y desbordados. La estrategia anunciada por Condoleezza Rice de "limpiar, mantener y crear", orientada a eliminar la amenaza de los seguidores de Al Qaeda, fue insostenible y nada práctica, a la luz de la oposición de determinados grupos sunitas y de las milicias chiitas.
En esos momentos, comienzos de 2005, la celebración de sucesivas elecciones, la aprobación de la Constitución y la asunción de un nuevo Gobierno contribuyeron a la comisión de un segundo error estratégico por parte de EEUU: creer que el progreso en el terreno político acabaría por poner fin a la violencia y a los gravísimos problemas de seguridad.
Sin menospreciar, ni mucho menos, los logros obtenidos en este terreno, sobre todo cuando se recuerdan las imágenes de los dedos azulados de los millones de iraquíes que acudieron a las urnas a pesar del riesgo que corrían, antes y después de ir votar, hay que reconocer que la realidad siguió otros derroteros. Con la dinamitación de la Mezquita Dorada de Samarra, en febrero de 2006, se acentuó la violencia étnica hasta el punto de que se temió el estallido de una guerra civil que, a pesar de todo, no llegó a producirse. Pero, en todo caso, parecía claro que la falta de seguridad ponía un claro límite a lo que se podía lograr en el ámbito político, cada día más sectorizado, por no hablar de la recuperación material y económica.
8. Es muy posible que el debate doméstico en Estados Unidos explique en buena medida por qué no se adaptó la estrategia militar mucho antes.
Al igual que en España y en el resto Europa, muchos americanos encontraron en Irak un arma arrojadiza que lanzar contra un presidente al que no querían. El Partido Demócrata, en un acto de irresponsabilidad suicida, llegó a declarar la guerra perdida y pasó a defender una retirada unilateral anticipada, argumentando que todo era ya un problema que habían de resolver los propios iraquíes. Buena parte del establishment político parecía no entender el papel que Irak tenía en esos momentos para el yihadismo global, ni las dramáticas consecuencias para Irak, la región, la guerra contra el terror y la seguridad de los americanos de una retirada precipitada sin haber alcanzado el objetivo básico de la intervención: un Irak estable y libre.
Atrapado entre quienes preferían la derrota en Irak si con eso obtenían réditos políticos en casa y unos militares empeñados en no querer luchar una guerra de guerrillas como es debido, lo extraño es que Bush llegara a poner en pie una nueva estrategia. Ése es todo el mérito político del compromiso y la valentía personal del presidente de EEUU. Cuando, a finales de 2006, la comisión Baker-Hamilton le sugería una retirada escalonada, y los militares de Rumsfeld reducciones del nivel de tropas desplegadas, Bush optó por todo lo contrario: revalidar su compromiso con un Irak libre y seguro, aumentar las tropas en el teatro de operaciones y cambiar su táctica para luchar contra la violencia. Puso al mando de la nueva estrategia a un gran teórico de la contrainsurgencia, el general Petraeus, y le ordenó que estuviera en marcha para junio de 2007.
Mucho se ha dicho sobre el surge, como se conoce coloquialmente esta nueva estrategia; aunque conviene aclarar que lo fundamental, aunque imprescindible, no era el aumento del número de soldados americanos en Irak, sino la actuación conjunta y permanente de los soldados americanos e iraquíes. La inteligencia mejoró, la colaboración de los locales aumentó sustancial y cualitativamente, y la nueva imagen de compromiso con la victoria favoreció un mejor entendimiento político entre las diversas facciones.
9. Sólo la prensa española, en especial la televisión, y Rodríguez Zapatero pueden seguir sosteniendo que Irak está sumergido en el caos, y que más valdría no haber intervenido (¡como si la vida bajo Saddam fuera un paraíso!).
Se tome el dato que se tome, en estos meses se han logrado mejorar las condiciones de vida en Bagdad y en el resto del país. La violencia ha disminuido, sobre todo la relacionada con Al Qaeda, pero también la sectaria. Y eso está fortaleciendo la tercera teoría de la guerra, la que dice que sólo generando mayor seguridad se resolverá el puzzle político, que sólo con la colaboración directa de los iraquíes se puede construir un nuevo orden y que sólo con una reducción a mínimos de la violencia se asegurará la reconstrucción económica, necesaria y urgente, del país.
Por primera vez en estos cinco años, americanos e iraquíes cuentan con una estrategia y unos medios apropiados para poder salir victoriosos de la guerra. Evidentemente, si se acepta la definición de Zapatero de que la violencia sigue campando a sus anchas porque no se logra impedir que estalle un coche bomba, la victoria es imposible. Pero, siendo más realistas (al fin y al cabo, aquí también nos ponen bombas y asesinan, y Zapatero afirma que vivimos en el paraíso terrenal), esto es, aceptando que el terrorismo, aunque de manera limitada, siempre podrá atentar, pero que se ha logrado eliminar el conflicto étnico, y que del fantasma de una guerra civil y de la consiguiente partición del país se ha pasado a un sueño unitario y tolerante con todos, la victoria es posible. De hecho, es más que posible, es altamente probable; y puede alcanzarse en un plazo razonable de tiempo: meses, no años.
10. Hay muchas lecciones que sacar de esta guerra, pero, desgraciadamente, no podemos detenermos aquí en ellas. No obstante, hay que evitar, por encima de todo, sacar conclusiones equivocadas.
Justo las que manejan con desparpajo Rodríguez Zapatero y su séquito de izquierdistas infantiles, y que hacen mella también en esa parte de la derecha acomplejada y carente de ambición.
Así, la situación en Irak no demuestra, ni mucho menos, que el proyecto democratizador del mundo árabe sea una peligrosa quimera. Lo que, en todo caso, pone de relieve es que es muy difícil establecer una democracia bajo la presión de las balas y las bombas de terroristas y guerrillas varias. La democracia iraquí tiene sus enemigos, claro, desde los seguidores de Ben Laden a los de Sadam, pasando por los de Teherán. Pero a mí no me gustaría incluirme entre ellos. ¿Y a usted? Porque eso es lo que hace nuestro Gobierno al negarse a contribuir a la mejora de Irak.
Más: Irak no ha ensanchado el campo del yihadismo ni el nivel de riesgo que corremos. Pero la victoria de los yihadistas, esto es, nuestra derrota, sí que alimentaría su percepción de que somos una presa fácil.
Más aún: la acción preventiva o el uso de la fuerza no se han acabado en Irak. Puede que se incrementen las exigencias a los servicios de inteligencia, pero dejar de actuar simplemente porque las cosas son más complicadas de lo que uno imagina es una llamada a la parálisis que sólo algunos líderes, como el presidente español, pueden permitirse. Irak no será ni la última intervención americana ni la ultima guerra que vivamos. Nos guste o no.
11. Rodríguez Zapatero ha hecho todo cuanto ha estado en su mano para complicar la situación de Irak.
Como he dicho al comienzo, necesita ver humillado a Bush y a los americanos, porque así se cree en una posición de dominación sobre el PP, su enemigo cercano. Todo su entramado se le caerá cuando se gane en Irak. Porque, a pesar de todo, Rodríguez Zapatero no es quién para impedir que se gane, que acaben triunfando la paz y la libertad en Irak.
http://exteriores.libertaddigital.com/articulo.php/1276234453
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