jueves 21 de diciembre de 2006
MENSAJE DE BENEDICTO XVI
El derecho a la vida y la libertad religiosa, claves de la paz
Por José Luis Restán
Mientras se presentaba en Naciones Unidas la peripatética Alianza de Civilizaciones patrocinada por Zapatero, Erdogan y el saliente Kofi Annan, circulaba entre las cancillerías el texto del segundo mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz. Si el año pasado Benedicto XVI vinculaba indisolublemente la paz y la verdad, este año ha subrayado que una concepción débil de la persona hace imposible la defensa de los derechos humanos y, contra todas las apariencias, la sustentación de la paz.
Mientras el Grupo de Alto Nivel de la Alianza de Civilizaciones postula la equivalencia moral de las culturas y de las religiones y declina afrontar cualquier juicio de valor al respecto, el Papa sigue ahondando en su tarea de clarificar el valor de las diferentes expresiones culturales y religiosas, tomando como criterio de juicio la dignidad sagrada de toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios. Destaca que la paz es una característica del obrar divino, reflejada en el orden y la armonía de la creación: en el origen del mundo está la Razón creadora y no la irracionalidad y el absurdo, por eso existe una gramática moral inscrita en el corazón del hombre que hace posible el diálogo y el entendimiento, incluso entre quienes son muy diferentes por historia y cultura. Y así, el reconocimiento de esta "gramática" común, que también podemos llamar ley natural, es un presupuesto fundamental para una paz auténtica.
En el núcleo central de este Mensaje, Benedicto XVI ha colocado la concepción de la persona, porque considera que la indiferencia ante lo que constituye la verdadera naturaleza del hombre, constituye uno de los principales peligros para la paz. Esta postura del Papa entra en franca confrontación con la extendida opinión que considera al relativismo el fundamento de la paz. Benedicto XVI sostiene que una consideración "débil" de la persona sólo favorece la paz en apariencia, porque deja a la persona indefensa ante la violencia y la opresión. Y en una clara advertencia a las organizaciones internacionales, predice que si no se aclaran sus presupuestos de fondo de los derechos humanos, será imposible defenderlos en la práctica. Como por otra parte vemos todos los días.
No habrá paz verdadera en tanto que no se establezca con claridad aquello que no puede estar a merced de los diferentes poderes, fundamentalmente el derecho a la vida y la libertad religiosa, auténticos pilares de este Mensaje. El Papa considera que el terrorismo, el hambre, el aborto, la experimentación con embriones y la eutanasia son otros tantos atentados contra la paz, en cuanto que no respetan el derecho a la vida. Por otra parte, señala que la creciente falta de libertad religiosa en numerosas latitudes del planeta es también un síntoma preocupante de falta de paz. En este punto, merece especial atención su denuncia de que en algunos países, si bien no se practica una persecución violenta contra los creyentes, se alimenta un "escarnio cultural sistemático" respecto a la religión. La denuncia llega a los pocos días de que Benedicto XVI advirtiese ante la asamblea de los juristas católicos italianos que el laicismo agresivo corre el riesgo de convertirse en una seña de identidad para las democracias del siglo XXI. Con idéntica fuerza, el Papa condena una vez más la utilización del nombre de Dios para justificar la violencia, y explica que "cuando una cierta concepción de Dios da origen a hechos criminales, es señal de que dicha concepción se ha convertido ya en ideología".
En este Mensaje que otea el horizonte de 2007, el Papa recuerda especialmente sendas coordenadas dolorosas de la geografía mundial: África, con su tragedia cotidiana de hambre, enfermedades y enfrentamientos étnicos, y el Líbano, donde hoy se pone a prueba la supervivencia de un estado en el que puedan convivir en paz y equilibrio diversas comunidades musulmanas y cristianas. Tampoco podían faltar referencias a la plaga del terrorismo, que reclama "una reflexión profunda sobre los límites éticos implicados en el uso de los instrumentos modernos de la seguridad nacional", y al rearme nuclear de algunos países, frente al cual recuerda la doctrina expresada ya por el Vaticano II, que condena como un crimen contra Dios toda acción bélica encaminada a la destrucción indiscriminada de ciudades y regiones enteras.
Por último, Benedicto XVI se dirige en particular al pueblo cristiano, recordando que es en Cristo donde se pueden encontrar las razones supremas para hacernos firmes defensores de la dignidad humana y audaces constructores de la paz. No bastan pues ni la tolerancia genérica ni la pura negociación para establecer la paz. Ésta exige hoy una verdadera batalla cultural de fondo y el Papa la está librando en cada una de sus intervenciones.
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