martes, noviembre 15, 2011

Carlos Herrera, La risa de los cabrones

martes 15 de noviembre de 2011



Arenas movedizas, por Carlos Herrera

La risa de los cabrones

``Salí al balcón y lo vi en una esquina: estaba contra un arbusto y se estaba quemando a la vez que la furgoneta´´. Son palabras de la viuda de José Javier Múgica, concejal de UPN de Leiza (Navarra). Una bomba lapa adosada a su vehículo había estallado hacía pocos instantes y lo había reventado por fuera y por dentro. Corría el año 2001. Fue la consecuencia de una carrera de amenazas y desafíos por parte de la ETA en contra de Múgica y de otros que, como él, desafiaban la mafia terrorista vasca. Durante el juicio contra Txapote, Otegui y Celaraín, miembros del comando Argala autores del asesinato, se ha escuchado el testimonio conmovedor de una mujer que sigue en tratamiento por la contundencia brutal y bárbara de aquellos hechos. A la par que eso ocurría, los tres asesinos no inmutaron su gesto desafiante, su chulería, su sonrisa canalla, su ufano mohín de criminales altivos. Tanto que la presidenta del Tribunal, Ángela Murillo, murmuró en un fuera aparte: ``Encima se ríen estos cabrones´´. La frase resume a la perfección la disposición de tales canallas a colaborar con la justicia, a adecuar su discurso al ``nuevo escenario de paz´´ que machaconamente nos venden sus propagandistas.

Sabiendo cómo se las gasta la muy garantista justicia española y el papanatismo de algunos togados patrios, no será de extrañar que se movilice un intento de recusación a la brava y decidida juez Murillo, una magistrada sin complejos, con solidez jurídica y sin el apocamiento escénico que muestran alguno de sus colegas. Ignoro si se producirá tal iniciativa por la defensa, pero, de producirse, sí tengo por cierto que será admitido el recurso a trámite. Un país en el que un ministro de Justicia coquetea con preceptos políticos de conveniencia para justificar o no la aplicación de las leyes o en el que un fiscal general del Estado saca las togas a pasear por el barro en función de las negociaciones políticas de su presidente del Gobierno es un país en el que puede pasar casi todo. Los tres salvajes que mataron a Múgica dejarían de reírse si las penas contra actuaciones terroristas comportasen aún mayor observancia de la que contemplan y si ninguna formación política coqueteara con argumentos cercanos a la absolución de condenas después del anuncio de la ETA de ``cese definitivo de la violencia´´. Sorprendentemente, más de un responsable político ha esgrimido la conveniencia de la `generosidad´ para equilibrar la nueva situación que ha venido a producirse, dicen, tras el último comunicado de la banda terrorista. ¿Cómo se equilibra eso? ¿Cómo se le dice a la viuda que narraba la dantesca escena del asesinato de su marido que, en función de un comunicado vaporoso de la ETA, hay que ejercer la `generosidad´? Si la generosidad consiste en perdonar las condenas a las que han sido sometidos asesinos sin entrañas como los anteriormente citados, es absolutamente comprensible que se diga que no. Esta es la hora de la justicia. Ciertamente, no de la venganza, como irresponsable y gratuitamente esbozó de forma insustancial el nacionalista Duran i Lleida. Ninguna víctima del terrorismo se ha vengado jamás de aquellos que han matado a su hijo, a su marido, a su madre. Ninguna. Pero ninguna de esas víctimas está por la labor de permitir que quienes han cercenado su vida de forma cruel salgan a pasear por las campas como si tal cosa.

García Gaztelu, asesino entre otros de Miguel Ángel Blanco y de Gregorio Ordóñez, enseña los dientes de la muerte cuando articula cualquier palabra. En justicia, que no en venganza, deben esperarle tantos años de cárcel como pueda cumplir. Sobre la sombra de los cadáveres que ha dejado esparcidos por España no puede campar, como ha recordado la brava y magnífica juez Murillo, su sonrisa malvada.

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