jueves, noviembre 17, 2011

Aitor Yuste, Rusia, un trepak con el diablo

jueves 17 de noviembre de 2011

Rusia, un trepak con el diablo


Aitor Yuste

El “trepak” es uno de los bailes rusos más complejos que existen y, para ejecutarlo, sus bailarines deben tener un fondo físico envidiable, pues esta danza les exige como ninguna otra, gigantescas dosis de fuerza y resistencia. A cambio, sus resultados, son de una belleza plástica difícilmente igualable que, sin duda, compensa con creces el notable esfuerzo requerido.

Tras la caída del Imperio Soviético y los trágicos años que vinieron a continuación, la renacida Federación Rusa estuvo a un tris de verse abocada a un auténtico averno. De la noche a la mañana no solo desapareció el Estado totalitario que había controlado absolutamente todo, también los vínculos entre las diversas regiones de Rusia y los lazos solidarios que la articulaban, tanto los oficiales como los que había forjado la resistencia al totalitarismo comunista.

En su lugar se impuso con fuerza la ley de la jungla, única que parecía valer para un país en el que renacieron con fuerza todos los odios larvados durante décadas. Fue el tiempo de las mafias, de los negocios turbios y de las miserias insondables. Fueron los años de la guerra de Chechenia o del renacer de las salvajemente laminadas comunidades tártara o musulmana.

Años después la situación no es la misma. Tampoco es muy diferente, pero como en aquellos decorados que hicieron famoso a Potemkin para mostrar a su zarina una Rusia diferente de la que realmente era, no cabe duda de que Putin y Mendeléyev han sabido cubrir con un tupido velo toda esa realidad latente. A cambio, bien es cierto, de una burda perversión de una democracia que pudo ser, pero que no ha sido.

Eso sí, ocultos ya los problemas internos, toca volver a ganar prestigio exterior. Y para ello nada como rodearse de pequeños satélites que canten sus proezas como una corte de juglares medievales. Y en esas andan, aunque con un ojo para elegir a sus nuevos socios que, como poco, habría que calificar de nefasto. Algo que tampoco es privativo de ellos: recordemos que los derrocados dictadores de Túnez o Libia eran recibidos hace diez meses con todos los honores en París o Roma.

Socios como Siria o Irán, dos malos amigos en los buenos tiempos, peores aún en los malos, como los presentes. El primero, Siria, un régimen genocida tan aislado por todos que hasta la Liga Árabe empieza a marcar distancias con ellos, pero en el que Rusia tiene su única base militar en el exterior. Y el segundo, Irán, un auténtico cuadrilátero en el que se libran a diario las más enconadas disputas entre el sector de Ahmadineyad y el de los fieles del Guía Supremo, la vieja guardia de la Revolución Islámica, y en el que su programa nuclear, tutelado precisamente por Rusia, se ha convertido en el único aglutinante capaz de galvanizar a ambos bandos.

Dos amigos, en fin, con los que mejor no bailar, y menos cuando todos quieren verles fuera de la pista. Dos amigos, por otra parte, ideales para mostrar una posición de fuerza, de autonomía al menos, respecto a los dictados de Occidente, en el que Rusia quiere estar sin estar en él. Dos amigos, por tanto, que le pueden dar muchos beneficios mientras no hagan alguna locura, lo que es muy complicado de predecir, pues locos son precisamente quienes los gobiernan.

En resumen, un continuo “trepak” diplomático que, mientras el cuerpo aguante, hace de Rusia el referente al que todos deben consultar antes de dar una sola brazada en tan peligrosas aguas. Pero eso: mientras el cuerpo aguante

Carlos Aitor Yuste Arija

Historiador

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