lunes 21 de noviembre de 2011
CIENCIA
Es la ciencia, estúpido
Por Jorge Alcalde
Escuchaba esta semana a Amando de Miguel asegurar, en su brillante conferencia de presentación de los VII Premios de la Revista Emprendedores: "Quien fabrique conocimiento tendrá más éxito que quien se limite a fabricar objetos". Era uno de sus consejos para afrontar la crisis y, de paso, una de sus quejas sobre la precaria capacidad de reacción española. En la industria del conocimiento perdemos terreno a pasos agigantados.
Hace unos meses, cuando le entrevistaba para la revista Quo, Juan Luis Arsuaga me lo explicó con soberana claridad:
España jugó la Champions League de la ciencia justo hasta finales del siglo XVIII, luego descendimos a regional. En la actualidad podemos aspirar como mucho a ser un equipo puntero de segunda, pero nos costará mucho competir con las estrellas de Alemania, Francia, EEUU, Japón...
Llevo dos semanas de capaña electoral y meses de interminable precampaña esperando a que algún candidato nos ofrezca una pista sobre su idea científica de España. No he tenido suerte. La ciencia ha sido borrada del mapa político como un huracán borra las huellas de los correlimos sobre la arena. Apenas alguna mención vaga a la necesidad de "innovar", una declaración en Twitter de Ana Pastor, del PP, invitando a la recuperación de la investigación en terreno bioético y poco más.
Uno de los casos más tristes de esperanza frustrada en la reciente política científica lo ha ofrecido el actual Ministerio de Ciencia e Innovación. Nacido entre las luces de una estrategia nacional por la innovación, que Zapatero se encargó de anunciar a bombo y platillo poco después de comenzada su legislatura, ha terminado convirtiéndose en un proyecto que a nadie convence. Mucho me temo que ni siquiera a sus gestores, permanentemente sometidos a la imposibilidad de sacar adelante su proyecto. La llamada Ley de Ciencia ha terminado por ceder a las presiones de un sistema proteccionista, corto de miras y excesivamente burocratizado. Lo que debió haber sido una revolución en el modo de hacer investigación ha devenido un lamentable ejemplo del más de lo mismo.
Curiosamente, ése es uno de los pocos aspectos que han puesto de acuerdo a todos los partidos políticos durante la campaña electoral. En un encuentro propiciado por la Confederación de Sociedades Científicas de España (Cosce), los portavoces de PP, PSOE y PNV coincidieron en arremeter contra la rigidez funcionarial del modelo investigador español. Además, ninguno de los tres fue capaz de adelantar si, llegado el momento de gobernar (o de ayudar a gobernar), mantendrían un Ministerio de Ciencia tal como el que hoy existe.
El diagnóstico está claro, pero parece que nadie se va a atrever a ponerle el cascabel al gato de la reforma. A la luz de la importancia que la ciencia ha tenido en campaña, podemos deducir el poco espacio que va a ocupar en las estrategias de recuperación económica.
De nuevo Amando de Miguel lo apuntaba en su citada conferencia: "Cerraría muchas universidades españolas, empezando por la mía".
Para fabricar conocimiento, España necesita sacudir los pilares de un modelo de trabajo científico aún anclado en el siglo XIX. Ni una sola de nuestras universidades se encuentra entre las 100 mejores del mundo. Cosa que no ocurre, todo sea dicho, con las escuelas de negocio (privadas ellas), alguna de las cuales figura entre las diez mejores del planeta.
Es cierto que el Consejo Superior de Investigaciones Científicas está entre los 10 organismos mejor valorados en términos de excelencia, pero su capacidad de impregnar el tejido económico es casi nula.
Hoy en día, si un científico quiere ser empresario ha de padecer poco menos que una ordalía. Las normativas de incompatibilidades, las dificultades a que se enfrenta en el entorno académico, las restricciones a la obtención de financiación privada, las limitaciones en las patentes... son tantas que desincentivan los pocos arrestos emprendedores que puedan aflorar. Fabricar ladrillos, tornillos o rodamientos a bolas sigue siendo más fácil que fabricar conocimiento.
Una nación como la nuestra, que ha perdido el tren del hardware (busque en su casa un reloj, una aspiradora, una televisión, un teléfono, un microondas, un ordenador, un enchufe... que sean fundamentalmente tecnología española, y si lo encuentra vocéelo por la calle), debe afrontar de una vez por todas las reformas necesarias para no perder también el del conocimiento.
El gobierno que salga de las elecciones de 2011 tendría que grabarse a fuego algunas necesidades urgentes. Hay que
– facilitar el emprendimiento científico reduciendo las trabas burocráticas y funcionariales, para que un investigador pueda ser también un empresario de éxito;
– modificar la legislación en materia de patrocionio, mecenazgo y financiación. No tiene sentido que, cuando un científico es capaz de concitar alrededor de su investigación millones de euros procecedentes de la empresa privada, las leyes le dificulten –y a la empresa de turno– obtener un legítimo lucro de ello;
– trabajar para que en el ámbito de la UE se aligeren las limitaciones a la obtención de patentes, sobre todo en investigación biomédica;
– acabar con las barreras autoimpuestas en algunos terrenos clave del desarrollo económico, como la modificación genética de alimentos o las energías de fisión nuclear;
– establecer un sistema de evaluación de las universidades españolas que prime la calidad a la hora de otorgar financiación. Un sistema de competencia intrauniversitaria conduciría a un modelo con menos pero mejores universidades. En los últimos años las universidades han proliferado casi tanto como los auropuertos, y su rendimiento ha sido parejo...;
– fomentar la calidad de la educación universitaria atrayendo a docentes de todo el mundo. En cualquier universidad estadounidense, inglesa o francesa puede uno encontrar profesores húngaros, chinos, ugandeses, polacos, españoles o rusos. Para todos es un honor impartir clases... y, por cierto, todos lo hacen en inglés. Lo que conduce al siguiente punto:
– eliminar las barreras oficialistas que imponen ratios de enseñanza en determinadas lenguas españolas. La educación de excelencia debería poder darse en inglés. Un alumno universitario que no es capaz de seguir una clase en ese idioma o un profesor que no es capaz de darla no son competitivos en el panorama económico post-crisis;
– reducir la dependencia de la subvención en la investigación aplicada y fomentar un modelo de financiación basado en el rendimiento económico a medio plazo;
– dedicar el esfuerzo de la protección del Estado a la ciencia básica con potentes programas de divulgación a la sociedad;
– modificar los estudios de ciencia en la educación primaria y secundaria. España tiene que dejar de estar en el furgón de cola de las matemáticas, por ejemplo. Para ello, asignaturas trufadas de ideología como Ciencias para el Mundo Contemporáneo deberían desaparecer.
Hecha ya la carta a los Reyes Magos, solo queda recordar que ellos eran sabios.
twitter.com/joralcalde
http://findesemana.libertaddigital.com/es-la-ciencia-estupido-1276239593.html
lunes, noviembre 21, 2011
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