martes, noviembre 22, 2011

Ana Jerozolimski, Un horizonte turbio

martes 22 de noviembre de 2011

ISRAEL-PALESTINA

Un horizonte turbio

Por Ana Jerozolimski


La rutina del estancamiento es peligrosa. Haberse casi acostumbrado a que no haya negociaciones entre israelíes y palestinos –aunque las negociaciones no sean una varita mágica que resuelva todo, como lamentablemente ya tenemos clarísimo desde hace tanto– no es bueno. El tiempo corre contra las dos partes.

Hace pocos días quedó claro que, al menos por ahora, los palestinos no han conseguido la mayoría necesaria para que el Consejo de Seguridad acepte a Palestina como miembro de pleno derecho de las Naciones Unidas. El tema no está cerrado, en absoluto, aunque sin duda el resultado no ha sido el que esperaban los palestinos.

Este es el contexto en el que deben verse los informes según los cuales Al Fatah y Hamás acercaron posturas para concretar el acuerdo de reconciliación, convocar elecciones y formar un gobierno de unidad nacional. Lo dicen abiertamente: esperan que la unidad interna les ayude a recibir reconocimiento internacional como Estado.

Si bien podemos entender su punto de vista –un pueblo desunido nunca inspira confianza–, a nuestro juicio la unidad con Hamás es peligrosa, mala señal, nada que traiga buenas noticias. Una de las peores señales al respecto es que Hamás se opone a que el actual primer ministro, el Dr. Salam Fayad, siga ejerciendo como tal en un gobierno conjunto. Sin duda, Fayad ha sido el que más ha hecho por el desarrollo de las instituciones palestinas. Tener un Estado en la ONU no sirve de nada si no se trabaja sobre el terreno para que ese Estado pueda funcionar. Y Fayad ha trabajado en serio en este aspecto. El hecho de que Hamás no lo quiera, en realidad, no nos sorprende, pues los islamistas no quieren un Estado palestino para mejor servir al pueblo, sino como arma en contra de Israel. (Dicho sea de paso: de fondo están también los cohetes que siguen cayendo sobre el sur de Israel, mientras Hamás cierra los ojos... lo cual casi equivale a apretar el disparador).

Sea como fuere, lo que parece evidente es que la solución no se halla en

las Naciones Unidas, que puede proclamar un Estado, sí, pero no cambiar la situación sobre el terreno. Un sí al Estado palestino pondría presión sobre Israel, pero no solucionaría el conflicto y, a corto plazo, probablemente empeoraría la situación de los palestinos.

Las autoridades israelíes suelen presentarla como una cuestión de principio, de fondo. La paz se negocia y no se impone desde fuera. Sostienen que, al apostar por la vía unilateral, los palestinos están renunciando al diálogo directo y optando por la presión internacional sobre Israel. "La palabra Estado no resuelve todo", me dijo recientemente el viceprimer ministro israelí, Dan Meridor. "Hay temas que deben ser resueltos para que se pueda llegar a un Estado que traiga paz y estabilidad, para que se termine el conflicto. (...) La verdad es que queremos reconocer un Estado palestino. Y lo reconoceremos, apenas nos pongamos de acuerdo sobre sus fronteras, en el tema de la seguridad... y, más que nada, que sea el fin del conflicto; que no pase que, después de fundado el Estado palestino, exijan el retorno de los refugiados y con eso abran todo de nuevo. Si todo esto está acordado, yo lo reconocería sin ningún problema. Pero hay que acordarlo". Por su parte, el canciller palestino, Riyad el Malki, ha declarado que con el respaldo de un Estado reconocido podrían volver a la mesa de negociaciones con otra fuerza.

La vida de israelíes y palestinos está ligada en muchos aspectos, para bien y para mal. La economía palestina depende en gran medida de la israelí, y ésta depende en parte –pero no como años atrás– de la mano de obra palestina. El intercambio económico es importante. La mayoría de las exportaciones palestinas va a parar a Israel. Numerosos palestinos son atendidos en hospitales israelíes. La cooperación en materia de seguridad se mantiene.

La vida diaria es mucho más fuerte que las discusiones políticas. Pero cuando dos planteamientos chocan frontalmente, todo se puede complicar. Si la meta palestina es mejorar la situación de los palestinos y solucionar el conflicto, poner fin a la ocupación israelí, tienen que sentarse a negociar. Ahora bien, si lo que desean es complicar a Israel la vida en la arena internacional, con independencia de si eso es bueno o malo para la resolución del conflicto, entonces, efectivamente, pueden tener en la ONU el escenario apropiado.

En el lado israelí cabe destacar la evidente ineficiencia de las autoridades para poner fin al fenómeno de las construcciones no autorizadas en los territorios en disputa. También aquí sería bueno que hubiera diálogo. Si no hay buenas perspectivas de diálogo entre israelíes y palestinos, el gobierno israelí tendrá pocos incentivos para chocar con sus propios radicales.



© Semanario Hebreo / Por Israel

http://exteriores.libertaddigital.com/un-horizonte-turbio-1276239600.html

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